Cambios profundos

El cambio que Chile necesita es uno profundo, cuyo punto de partida es la Constitución de 1980, sin lo cual todas las demás propuestas solo serán pasto para los oportunistas o quedaran señaladas en la historia como buenas intenciones.

Escribe Enrique Villanueva M, doctor en Economía, ex dirigente Rodriguista

Durante las últimas semanas se levantó un revuelo importante por las propuestas lanzadas desde la DC y RN, por reformar el sistema binominal y por la respuesta de la UDI, planteándose esta última como “el guardián” de la institucionalidad pinochetista.

No caben dudas que esta preocupación por sustituir el actual sistema electoral por uno “corregido” o “moderado”, lo cual constituye una lectura a medias de la realidad que vive el país, es una reacción a las masivas expresiones ciudadanas del año pasado lideradas por los estudiantes. Los partidos tanto de la Concertación como RN entienden que el sistema político está en dificultades porque hay una crisis de representación que afecta la estabilidad y la gobernabilidad.

Para la UDI la interpretación de la realidad es distinta, ellos son los herederos y continuadores del régimen político creado por su principal ideólogo, como una camisa de fuerza que conduce, como lo ha sido desde 1990 hasta ahora, a una democracia tutelada por la derecha pinochetista, donde la mayoría vale lo mismo que la minoría y en la cual la gente, el ciudadano de a pie, es cada vez un simple espectador de las decisiones que influyen en su vida cotidiana.

Lo que la Concertación y RN debieran ver, principalmente el conglomerado opositor, es que las dificultades no solo están en el sistema político sino que abarcan también al sistema económico. Mirado esto obviamente desde la visión de nosotros los ciudadanos, quienes en este sistema somos clasificados como simples consumidores o útiles deudores, para quienes la situación de calidad de vida ya no da para más.

Por eso es tiempo de salirse del discurso conveniente y empezar a diseñar alternativas, no basta con reconocer lo que dice la OCDE u otro organismo internacional, que Chile es el país con mayores desigualdades en la distribución de los ingresos, sino que es tiempo de leer las necesidades de los ciudadanos, de la mayoría de este país para quienes la educación es una de las mas caras del mundo, de quienes sufrimos el impacto de un estado cada vez mas jibarizado y en donde pagamos los impuestos que las grandes empresas no pagan, tienen que darse cuenta que lo que han construido estos últimos veinte años es un país paraíso para la especulación empresarial y financiera que nos asfixia.

Chile es uno de los pocos países en el cual se aplica la ortodoxia económica al extremo, con un ordenamiento legal (a partir de la Constitución de 1980) que facilita el reinado de los monopolios y que transforma en dueños de su economía a unos pocos grupos de poder. Hay estudios que demuestran que el uno por ciento más rico se queda a lo menos con el treinta por ciento de los ingresos en Chile, incluyendo las ganancias de sólo diez empresas del cobre que equivalen a un 8 por ciento del PIB.

Sin embargo y como la realidad la miran desde su óptica privilegiada, tanto el gobierno como su tutor principal, la UDI, siguen intentando aturdir a la gente, a pesar de la realidad, con un canto de sirenas cada vez mas desafinado en el sentido que el crecimiento económico sostenido es lo único que genera empleos, alienta la inversión y por lo tanto que genera un mayor nivel de bienestar para el conjunto de la sociedad.

Por otra parte y paralelo a lo anterior aplican la mismas recetas del tiempo de la dictadura para impedir que alguien les desordene el naipe, controlando férreamente los medios de comunicación, (Chile fue catalogado recientemente, como un país en donde existe menos libertad de prensa) acentuando la represión y criminalizando la protesta popular y a los grupos sociales que la promueven.

Con todo esto queda en evidencia que el cambio que Chile necesita es uno profundo, cuyo punto de partida es la Constitución de 1980, sin lo cual todas las demás propuestas solo serán pasto para los oportunistas o quedaran señaladas en la historia como buenas intenciones.

Sin cambiar la Constitución y remendando el sistema político, lo único que se logrará es alimentar apetitos políticos partidistas con fines electoreros. La Constitución de 1980 es un constructo perfectamente ideado y que le otorga a la derecha, aun siendo esta minoritaria, un poder de veto que no permite hacer transformaciones sin su consentimiento, esto por los quórum que se establecieron para su reforma y para leyes orgánicas constitucionales.

Con el sistema actual la capacidad de vetar que tiene la derecha, como ya lo demostró la UDI y aunque esta sea minoritaria en el futuro es real. Por tanto pretender que a través de un cambio en el sistema electoral dentro de los esquemas de la actual Constitución se puede ir a algo completamente nuevo, es falso, salvo que la derecha cauteladora del sistema, quisiera efectivamente llegar a un sistema democrático, cosa que claramente no es lo que está ocurriendo.

La historia y los hechos concretos nos demuestran que la Constitución y el sistema binominal lo estamos cambiando desde el año 1990. Y en efecto a la constitución se le han hecho algunos cambios pero todos ellos han sido posibles por los acuerdos logrados en momentos entre la derecha y los gobiernos de la Concertación.

Si queda alguna duda al respecto basta leer la Constitución autoritaria de 1980, remendada con grandes aspavientos y con anuncios de que esto significaría un cambio sustancial para el país, intentos que en la práctica terminaron con que todo siguiera igual.

Su lectura en todo caso es una evidencia clara de que el corpus principal, su estructura, no permite ninguna reformulación de los temas de fondo que nos interesan, como por ejemplo la salud, las ISAPRES, la legislación laboral, la educación, la diversidad que representa la sociedad actual y la economía como sistema. En la practica entonces solo se han hecho aquellas reformulaciones que ha querido la derecha pinochetista, con la salvedad que ahora aparece firmada por Ricardo Lagos y todos sus ministros incluyendo a Ignacio Walker, Jaime Estévez, Nicolás Eyzaguirre, Sergio Bitar, Francisco Vidal.

Por todo esto lo importante es terminar de hablar con medias verdades, manteniendo el mismo discurso de hace 20 años, lo que no se compadece con la voluntad política efectiva de llevar a cabo los cambios anunciados. Esto pasa por mirar a Chile en su conjunto, no solo el país que goza de las bondades de este sistema  social y político gestor de desigualdades.

Significa de una vez por todas reconocer que la actual Constitución no es democrática y que por lo tanto la disposición a cambiar pasa por una ruptura con el “status quo”, porque es la única forma de establecer una real democracia en Chile y terminar con el anclaje de una Constitución que fue impuesta antidemocráticamente.

En todo el mundo las democracias se han perfeccionado en acuerdo a su cultura, historia y características propias de cada país, en Chile sin embargo la democracia se rige con una carta fundamental dictatorial. Por eso requiere de un cambio fundamental, han pasado 22 años desde que se inicio el proceso  de retorno a la democracia post dictadura, sin embargo la participación ciudadana y sus inquietudes, solo ha sido un bonito discurso sin contenido real en la practica.

Chile es hoy un país plano, donde no se permite la opinión distinta, el poder del monopolio en los medios de comunicación determina que se publica y que no. La gente común no tiene derecho a una participación eficaz en decisiones que determinan su calidad de vida, todo se define y hace en la esfera cupular partidaria y empresarial. 

La mayoría  de los chilenos estamos  de acuerdo en hacer cada día mejor nuestra democracia y asegurar la gobernabilidad del país, pero eso significa participación, reformulando completamente el sistema que lleva en su interior la contradicción entre democracia y autoritarismo.

Poco a poco nos vamos dando cuenta que para lograr estos objetivos es necesario potenciar el movimiento ciudadano, para que se haga sentir y demuestre que es representativo de una amplia mayoría que exige cambios y el primero de ellos es la Constitución. En términos prácticos un movimiento ciudadano organizado que participe, levantando sus reivindicaciones y sus candidaturas y que tenga la Asamblea Constituyente como objetivo, aunque no lo contemple la Constitución.  

Hoy en día escuchamos repetidos llamados a fortalecer la centro derecha y a la centro izquierda, lo que esta muy bien, en rigor estas coaliciones afines al sistema binominal nos han gobernado por 22 años. Pero es hora también de llamar a la izquierda a unirse y a retomar las filas de la militancia consciente y popular, para que en este país exista una voz distinta, que ayude construir la democracia desde la diversidad, no desde la uniformidad en la que nos tienen  sometidos.

Se trata de un llamado distinto y con audacia, que genere una fuerza política inclusiva, donde todos tengan cabida, principalmente los que fueron excluidos durante todo este tiempo. Me refiero a los que lucharon de frente en contra de la dictadura, a los que se atrevieron a hacerle frente al terrorismo de estado y que abrieron un camino de confianza y de perder el miedo, acompañando la protesta popular.

Este llamado  con audacia significa también avanzar con altura de miras, dejando atrás la miopía política sectaria que es un obstáculo que todos debemos superar. 

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