Perdone la obviedad

SilvaTendremos propaganda electoral a partir de esta semana. Comienza entonces a repetirse la pregunta hasta el hartazgo ¿qué pasa después del 17 de noviembre? Como si un oráculo infalible dispusiera, para esa fecha, de un veredicto sobre la carta astral de nuestro país. Como si el día siguiente no fuera 18 de noviembre.

Por Matías Silva Alliende, abogado

Comencemos con la primera obviedad: a menos que ocurra un hecho de enormes dimensiones, Michelle Bachelet será la presidenta de Chile, en primera o en segunda vuelta. El Gobierno obviamente ha asumido que tiene la carrera perdida y la división de la derecha en dos candidaturas -es obvio que Parisi es de derecha- favorece que la Nueva Mayoría llegue a La Moneda.

Estas semanas van a estar más impregnadas de clima de campaña. Todo lo que se diga y haga en el campo de la política va a tender a ser interpretado en términos de propósitos electorales. Ahora bien -otra obviedad- no todo lo que se hace y dice con propósitos electorales resulta efectivo para esos fines, las declaraciones y actuaciones del Presidente durante las últimas semanas han sido un riesgo para la candidata oficialista.

Lo obvio no puede ser mirado a huevo; cualquier episodio político en un ambiente electoral se interpreta electoralmente, incluso aquellos agregados a la agenda electoral de manera casual. Por estos días, el análisis suele reducirse y subordinarse a una pregunta ansiosa, recurrente, inevitable: ¿Esto impacta en el voto? ¿El debate puede impactar? ¿Determinada medida de gobierno puede impactar? ¿Una noticia periodística? Aunque parezca que uno se anda sacando los pillos, la respuesta a estas interrogantes es una obviedad: depende.

El derecho a sufragio es una acción en cuya esencia interviene un conjunto de factores que los ciudadanos y ciudadanas resolvemos de manera excluyente, atendiendo al aspecto decisivo de cualquier elección.

Unido a lo anterior, podemos señalar que en el comportamiento electoral interactúan factores que podemos llamar cortoplacistas (episodios que irrumpen, campañas electorales), con factores de mediano plazo (el balance que hacemos del gobierno y la coyuntura económica) y factores de largo plazo (ideologías, herencias políticas y matrices culturales que van dándole color a nuestras percepciones acerca del mundo). Asumida la complejidad del voto, podemos decir que las preferencias electorales no reaccionan en forma automática ante un solo fenómeno.

Lo que ha sido más obvio en esta competencia presidencial es la ausencia de debates sobre cuestiones programáticas. Lo que en principio se había presentado como una elección entre la centroderecha y la centroizquierda, ha terminado por transformarse en nuestra querida obviedad de propuestas de lo posible en cuatro años. Hemos visto como se ha ido abandonando una discusión que es fundamental: el cambio institucional. Uno de los elementos del cambio institucional obviamente es la eliminación del binominal restableciendo un sistema proporcional. Este sistema debe ser restablecido porque es el que corresponde a la pluralidad política, social y cultural del país. El multipartidismo es una de las bases del éxito de la democracia. Afirmar que el binominalismo es uno de los fundamentos de la gobernabilidad implica sepultar las tres condiciones que Weber definió para los buenos políticos: pasión, sentido de responsabilidad, mesura, ¿obvio no?

Vamos por la última obviedad, la importancia de los poderes fácticos. Como los partidos políticos no tienen financiamiento público, aparecen los especialistas en políticas públicas, todos ellos financiados por universidades, empresas y medios de comunicación, es obvio que ninguno de estos tres puede arrogarse la representación de la sociedad política, pero obviamente influyen y también presionan. Se abre la influencia para los poderes fácticos, retrocede la democracia y los tecnócratas buscan soluciones lejos de la política. Olvidamos otra obviedad, los países no tienen soluciones únicas definidos por expertos iluminados que se arrogan una superioridad convirtiéndolos en los nuevos tutores de la sociedad política. Obvio, en democracia las grandes decisiones deben ser producto de un diálogo, de una deliberación. Como dice Touraine con votar no basta. Las democracias contemporáneas se legitiman y amplían cuando hacen que sus normas e instituciones permitan la más amplia extensión de los derechos de las personas, respeten la diversidad de individuos y grupos y diriman sus conflictos dentro de los mecanismos del sistema, perdone lo obvio.

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