Tiempos de temor y temblor

“El proyecto de Trump no es abandonar la política económicamente agresiva, nadie debe tragarse la mentira gigantesca del ‘candidato contra el sistema’: se trata de un multimillonario que gobernará con los más ricos, que simplemente intenta desestabilizar los otros polos económicos mundiales”.

Por Daniel Ramírez*

Hay razones para alarmarse. Vivimos una fase de incertidumbre, que no ha comenzado con la elección de Donald Trump en los EEUU, aunque sea el símbolo hiperbólico de una descomposición del equilibrio y de las evoluciones de las sociedades mundiales. Se originó con el freno de las revoluciones árabes y la descomposición de países enteros: Libia, una parte de Irak, la guerra civil aterradora en Siria; la ola de migraciones y refugiados que se ahogan en el Mediterráneo, cuna de la cultura occidental y tumba de su dignidad; atentados asesinos en Europa y deriva autoritaria de gobernantes: Putin en Rusia, Orban en Hungría, Erdogan en Turquía; la salida del Reino Unido de la UE. Y, finalmente, Trump y sus trampas.

Un hombre inculto, vulgar, misógino declarado, homófobo y racista, animador de realitys y podrido en plata, que logra imponer su ramplonería incluso en contra de los viejos y acomodados líderes republicanos, viene a estimular los bajos instintos (si acaso son instintos) xenofóbicos más o menos ocultos de tantos electores. Un hecho de esa dimensión es alarmante porque desinhibe, en los lenguajes y las prácticas, la expresión de esas pulsiones y las autoriza a tantos otros en el mundo, que ya hubieran querido tener el mismo desplante.

Una de las obsesiones es el famoso muro. Un pathos mundial: los muros crecen como callampas. La tendencia es a aislarse, defenderse, preocuparse de sí mismos, de la prosperidad de los suyos. Lo cual siempre tiene algo de razonable, de convincente, de fácil de hacer pasar. Pero de ahí a rechazar a los otros, a temer, desconfiar, despreciar y finalmente excluir a los extranjeros, a los diferentes, hay una gran diferencia. Porque la energía de cuidar a los suyos, perfectamente sana, nunca parece suficiente para un tipo de personas, sin aquella del rechazo y del desprecio.

Es allí donde algunos analistas, principalmente de izquierda, experimentan un cierto malestar, porque una parte de las posiciones de Trump eran las mismas que ellos defendían: denuncia de los tratados de libre intercambio (como el TPP) y de la globalización neoliberal; retiro de los EEUU de las intervenciones en conflictos lejanos. Vaya problema: ¿estaremos de acuerdo con Trump?

No hay que confundirse. Su proteccionismo económico no tiene nada en común con la denuncia de izquierda del neoliberalismo, como tampoco el retiro supuesto de la OTAN y de acciones internacionales. El proyecto no es abandonar la política económicamente agresiva, nadie debe tragarse la mentira gigantesca del “candidato contra el sistema”: se trata de un multimillonario que gobernará con los más ricos, que simplemente intenta desestabilizar los otros polos económicos mundiales. Sus elogios de brexit lo muestran perfectamente: propiciar la desintegración de Europa, desolidarizarse de la seguridad mundial (que cuesta mucho dinero), entenderse con las potencias militares, principalmente Rusia (que no es una potencia económica) para hacer negocios tranquilos (porque sus capitales ya están totalmente diseminados en el mundo) sin el problema de la regulación de las instituciones del neoliberalismo como la OMC, que aunque injustas y tan criticadas por las izquierdas existen y han cumplido un rol. Se trata ahora de deshacerse de todo lo que puede dificultar el enriquecimiento sin fin. El toque final.

Si tantos creyeron en lo del candidato “fuera del sistema” o contra él –y esto debería hacer pensar a todo postulante actual a responsabilidades políticas en cualquier país– es porque frente al famoso sistema, es decir a las élites políticas profesionales y burocracias de partido que han fagocitado la democracia en el mundo, la aversión es muy profunda. ¡Qué responsabilidad para cualquier candidato y futuro gobernante! Ella será la de no preparar el camino para que un accidente histórico semejante se produzca luego de su mandato, por la misma aversión.

Tal vez se equivoca y su política no traerá más prosperidad para los negocios norteamericanos, o tal vez no. Lo grave es que para ello está catalizando una ola de nacionalismos en el mundo, algunos simplemente proteccionistas, pero muchos otros, agresivos, de extrema derecha, incluso neo-fascistas, que ya se organizan en Europa y preparan grandes victorias.

¿Qué hacer? Por lo pronto, pensar. Reforzar y profundizar nuestras intuiciones fundamentales; no es porque estemos convencidos que nuestras ideas son suficientemente fuertes; denunciar y protestar no bastará. Fortalecer la idea que el destino de los humanos sobre la Tierra depende del entendimiento, de la amistad y la unidad de los pueblos. La globalización neoliberal es la mala versión de esta unidad; el proteccionismo xenófobo no es más que el reverso de la misma medalla. Si la grosería y la agresividad de las tendencias más retrógradas ganan cuando se inflan y vociferan, solo una filosofía decididamente cosmopolita, fraternal y hospitalaria, y un pacifismo convencido, declarados con elocuencia serena y talento, pueden hacer frente a esta tendencia desintegradora. Solo una paz justa y una colaboración equitativa entre pueblos amigos autónomos y respetuosos, que saben compartir las riquezas al interior de sus territorios y que aprenden a compartir entre ellos la belleza de las culturas, los tesoros de la biósfera y el destino de la humanidad. Solo la inteligencia, el saber y el amor pueden algo contra el reino de la ignorancia odiosa.

 

*Doctor en Filosofía (La Sorbonne)

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