Energía Nuclear No!

No podemos brillar como París y nuestro suelo se mueve como el japonés. Por muy moderna que sea una central nuclear no lo será dentro de unos años y los desafíos que nos ofrece la naturaleza van in crescendo.

Escribe Francisco Martorell, director de El Periodista.

Con el paso del tiempo y las necesidades energéticas, nos fuimos abriendo a la posibilidad de que se instalarán en el país un par de centrales nucleares.

Más allá de los desperdicios que ellas dejaban y la peligrosidad en un territorio sísmico, parecía razonable que en lugar de inundar grandes superficies o seguir arrojando basura al aire, permitiéramos que ellas funcionaran en Chile. El París permanentemente iluminado y un Japón lleno de instalaciones nucleares era, sin duda, la mejor carta de presentación para que los chilenos diéramos el ok.

Así, sin más y aunque la decisión nunca se tomó, esta requería además varios años en su puesta en marcha, se pusieron en funcionamiento comisiones y se elaboró un documento que varios presidentes ya han tenido en sus manos.

Si bien la energía nuclear sería altamente controlada por el Estado y los privados, especialmente los del sector minero, podrían concurrir a su financiamiento, diversas voces se levantaron en contra de ella, obligando incluso a los candidatos a firmar compromisos preelectorales de que, al menos en su periodo, Chile no la tendría.

Pero, a pesar de ello y los que majaderamente se oponían, íbamos en la dirección contraria. Nadie en su sano juicio podía asegurar que antes que terminara esta década no se iniciaría la construcción de una central porque, incluso, algunos ya ofrecían el lugar adecuado para levantarla. Diversos países, entre ellos los mencionados y EEUU, no cesaron en el lobby para que su tecnología fuera la elegida. Capacitaban el personal, construían el edificio y nos la daban en bandeja la energía.

Los argumentos a favor empezaron a tapar las voces opositoras. Chile era un país sísmico, pero eso no importaba porque Japón nos mostraba –entonces– que era posible hacerlo incluso en los lugares donde la tierra se movía y mucho, como la nuestra. Además, era más limpia y frente a la enorme oposición a las mega centrales hidroeléctricas, como la de Aysén, una alternativa menos invasora del medioambiente. En el norte del país, entre desierto y mar, prácticamente nadie las vería.

Así, cuando ya estábamos casi convencidos e incluso nos disponíamos a firmar un acuerdo en la materia con EEUU, un terremoto grado 9,1 arremetió contra Japón, seguido de devastadores tsunamis que afectaron las ciudades costeras y provocaron serios daños en los reactores de la central nuclear de Fukushima. Imposible es hoy determinar las consecuencias que esto tendrá, en un tema donde abunda el secretismo, aunque el mundo esté mirando con horror los cambios de color en la nuble que sube de las chimeneas atómicas.

Lo que sí sabemos, a ciencia cierta, es que no podemos brillar como París y que nuestro suelo se mueve tanto como el japonés. Que por muy moderna que sea una central nuclear no lo será dentro de unos años y que los desafíos que nos ofrece la naturaleza van in crescendo.

En esto, no hay vuelta atrás, como tampoco si inundamos vastos territorios vírgenes para tender un cable que nos permita seguir consumiendo electricidad sin conciencia de su origen.

Hay algunos que plantean que es prematuro iniciar este debate y definir ahora el camino. Se equivocan, el momento es hoy.

Tomar conciencia del consumo y apurar el uso de energías renovables es imperativo. Siempre, pero siempre, será bueno recordar Fukushima.

 

 

 

 

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