Mis libros

foto 5Recuerdo el olor, las aves, el campo. La leña y el chocolate. Mis hijas disfrutando las vacaciones y una lectura, que quizá fue de ellas o mía. O de todos. El asunto que está ahí, todavía, no solo almacenando las palabras de Rulfo; también mis recuerdos, mi pasado, el pasado de mi familia.

Por Francisco Martorell, director El Periodista

Tomo un libro del mi biblioteca, al azar. Se trata de Pedro Páramo de Juan Rulfo. Lo abro, algo añoso y manchado. Antes que Comala, se desliza una entrada a un parque de la Patagonia, fechado hace 9 años.

Rememoro el olor, las aves, el campo. La leña y el chocolate. Mis hijas disfrutando las vacaciones y una lectura, que quizá fue de ellas o mía. O de todos. El asunto que está ahí, todavía, no solo almacenando las palabras de Rulfo; también mis recuerdos, mi pasado, el pasado de mi familia.

Sigo y en cada libro que abro, del mismo estante, me voy encontrando con otras historias, nuevos mensajes del pasado, dedicatorias con miedo o felicitaciones porque se trató de un regalo. “Siempre habrá otro cielo”, me dice una amiga argentina, cuando apenas cumplía un cuarto de siglo, hace ya 26 años. En su interior no solo está Cortázar y su monumental Todos los fuegos el fuego, también el recuerdo de aquel 1988 cuando esperábamos a nuestra hija mayor.

Sigo, pero ya no les cuento qué encuentro en otros, es parte de mi mundo, el profesional y el familiar, muchos de antología, grandes autores o pensadores que se dieron tiempo para escribir alguna frase especial en la primera página, aquella que queda en blanco para poder llenarla a nuestro antojo.

El hecho, me hace mirar el futuro y pensar que una casa sin libros, donde las lecturas se hagan solo en pantallas, nos hará olvidar nuestra historia, quizá hasta los libros que hemos leído o que, al menos comenzamos y dejamos una marca. No podremos, además, acordarnos de personas o lugares que se cruzaron en nuestras vidas y significaron algo, fugaz o eterno, pero importante.

Tomo uno de los libros más antiguos de todos los que atesoro, Historia Romana de Livio. Es de 1888. Lo miro con cuidado, más aún cuando lo abro. En la solapa se puede leer “Biblioteca de Francisco Martorell Peris, libro N°237, estante 2, casillero 1”.

Tengo 32 de esos, ignoro cuántos, libros de mi abuelo. Sé que los leyó, aunque nunca lo conocí porque murió apenas un mes después que yo naciera. Era un buen lector, ordenado además, también le gustaba escribir, pasión que sé está en nuestro ADN familiar.

Herencia genética que de nada sirve si el libro no está presente. En cuerpo y alma, con su interior editorial y lo que nosotros dejamos dentro cuando lo leímos, hace 10, 20 o 30 años. Viva el libro, de papel! Y que viva con nosotros.

2 Comentarios
  1. Juan M. Mallea dice

    Estimado Fco.: Felicitaciones por esta oda al libro escrito y su valor de espiral interactiva. Sólo este medio derivado de las forestas asegura la permanencia para las generaciones futuras. Así lo ratificaron los expertos en archivística de AL y la UE hace unos años en Helsinki,ciudad donde hablamos sobre la posible , aunque no exitosa entonces, financiación de una de tus obras (sobre el embajador de marras). A propó, haría falta otro sobre los edecanes en las capitales donde se practicó terrorismus extraterritorialis chilensis… Ah, los escritos sobreviven muchas generaciones al igual que los papiros. Salud y precisión. Cordialmente. JMM

  2. WASHINGTON HERRERA dice

    Dn.Francisco muy bueno su Art. cuantas remembranzas del pasado nos trae la lectura de un texto, como se quisiera que nuestros jóvenes de hoy pudieran disfrutarlos como Ud. lo indica, pero hoy es diferente la lectura virtual se impone, como también los resúmenes de los resúmenes de aquellas obras que nos permitieron hacernos soñar.
    El cine, la radio ,la televisión y hoy el internet dejaron atrás de aquella pasión que un buen libro no lo dejaba hasta el final, el soñar de aquellos personajes que se idealizaban en la mente del lector, eso es ya pasado, hoy todo es rápido, la prisa en devorar contenidos nos hace perder el gusto por las cosas maravillosas que nos entrega el creador diariamente y que nos arrinconan al desván de los recuerdos.

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