Haití: Bajo el signo del infortunio

haitiLas 16:42 del martes 12 de enero de 2010, marcó la hora más oscura en la historia de Haití. Un terremoto de 7,3 grados de magnitud, con epicentro a tan sólo dieciséis millas al oeste de la capital, se encargaría de demostrar, una vez más y de la peor forma, el ensañamiento que aparentemente parece tener el destino con la pequeña república caribeña.

Entre los más de 100 mil muertos, una cantidad indeterminada de heridos, el colapso de todos los servicios y la destrucción prácticamente total de la infraestructura del país, dejaron a una nación en el suelo y a la comunidad internacional conmocionada frente a la envergadura del desastre.

La dantesca escena descrita y exhibida por los medios de comunicación, nos ha hecho testigos del nivel de desconsuelo por el que están pasando sus habitantes. A la pérdida de padres, hijos y familias enteras, se suma el sufrimiento de heridos y supervivientes. Muchos de los cuales, aún habiendo sobrevivido al terremoto, murieron esperando atención médica o el ser rescatados de las verdaderas tumbas de cemento en que se convirtieron casas y edificios.

El derrumbe físico también terminó por sepultar las frágiles estructuras institucionales del país, evidenciadas en la misma catástrofe, por la falta de liderazgo del presidente René Préval y la ausencia de algún resabio del gobierno para organizar y canalizar los esfuerzos de rescate y auxilio.

La misión de estabilización de Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), que durante los últimos años ha trabajado duramente para imponer las condiciones mínimas de gobernabilidad en país, fue violentamente afectada por el desastre. Tras la pérdida de gran parte de su infraestructura y de decenas de sus funcionarios, incluyendo a su jefe el tunecino Hédi Annabi, la MINUSTAH vio afectada su capacidad de respuesta y asistencia.

Con la misión de la ONU, parcialmente inoperativa durante las primeras 48 horas tras el terremoto, el caos hizo presa del país. Al triste deambular de los heridos se sumó la impotencia de quienes salvaron ilesos del terremoto, pero que con desesperación y sin resultado buscaban agua, comida y medicamentos.

Políticamente, la comunidad internacional reaccionó con prontitud. Operativamente no tanto. Si bien los equipos de rescate y los operativos militares se desplegaron con velocidad, gran parte de estos primeros esfuerzos se enfocaron en la búsqueda y rescate de quienes aún estaban atrapados en los escombros, una tarea titánica, que sin la maquinaria necesaria, y dada la magnitud del desastre, no permitió abordar al mismo tiempo los otros problemas: las entrega de agua y alimentos a los supervivientes y el pronto entierro de los cadáveres en descomposición. Situaciones que al paso de los días, comenzaron a generar saqueos, violencia masiva y posibles brotes de infección.

A una semana del desastre, y en forma lenta pero constante, la ayuda ha ido en aumento. Militarmente se ha logrado establecer ciertos perímetros de seguridad para tratar de garantizar la entrega de agua, comida y medicamentos.

El aeropuerto, hasta hace unos días saturado de cargamentos de ayuda que sólo se almacenaban sin poder ser repartidos, ha comenzado a ver cómo estos suministros comienzan a ser distribuidos entre las víctimas.

Lamentablemente, la violencia fuera de las pequeñas zonas aseguradas ha ido en aumento. En la periferia de la capital, los grupos armados se multiplican despojando de sus alimentos a personas comunes, para luego venderlos en el mercado negro. Las riñas, muchas de las cuales terminan con derramamiento de sangre, son cada vez más comunes a medida que la resistencia al hambre comienza a llegar a su límite.

Pero aún bajo el azote recibido, el pueblo haitiano sigue dando muestras de su fortaleza de espíritu y de su férrea intención de doblarle la mano al destino.

Un país marcado por la desgracia

El reto a las dificultades parece ser el común denominador en la historia de Haití. Un país que desde sus orígenes ha luchado contra catástrofes naturales y políticas, probando, una y otra vez, el temple de su pueblo; hombre y mujeres en la gran mayoría descendientes de esclavos africanos, traídos por los españoles al Caribe, desde el siglo XVI.

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