Cambio Climático: Otra vez el planeta se mira en Río (+20)

Al igual que en 1992, por los problemas medioambientales que afectan a la Tierra, la ciudad brasileña será la sede para que jefes de Estado, ongs y sociedad civil, discutan la forma de controlar el cambio climático, concebir una nueva arquitectura de gobierno mundial y cómo transitar hacia un nuevo modelo de civilización. El tema en discusión: “la economía verde”. Se viene Río+20.

Cuando el mundo recién comenzaba a salir de la guerra fría y el muro de Berlín había caído hacía apenas unos años, los gobiernos del planeta miraron hacia el cielo, los mares y el agua, donde encontraron un problema mayor y al cual no le habían prestado atención.

En meses, la palabra medioambiente comenzó a llenar páginas de diarios y revistas, creció la conciencia respecto al tema y la necesidad de sustentabilidad. Se le dio espacio a los ambientalistas y los partidos ecologistas, que desde hacía años alertaban sobre lo que estaba ocurriendo. Pronto, casi como una moda, el asunto se masificó.

Así, un poco arrastrados por sus pueblos, también por las mediciones científicas, los mandatarios del mundo se vieron envueltos en una vorágine que, casi sin darse cuenta, los llevó a Río de Janeiro en 1992.

Allí, cuando Chile era gobernado por Patricio Aylwin Azocar, se realizó la primera Cumbre de la Tierra de Río, después que la Comisión Mundial para el Desarrollo del Medio Ambiente de las Naciones Unidas concluyera que la vida del planeta se encontraba en riesgo debido a la erosión del medio ambiente.

El objetivo de dicho encuentro era concretar una política y un programa económico que permitiese reorientar la economía y salvar al planeta de una crisis anunciada. “Se puso en escena la propuesta del desarrollo sostenible para sacarnos de la debacle que el modelo de desarrollo había generado, con la acelerada extracción de los recursos naturales y la contaminación ambiental. Se apuntaba igualmente a restablecer los ritmos de crecimiento que permitiesen mantener las tasas de ganancia de modo de superar los índices de pobreza sin afectar el medio natural de vida de la población. Las clases dirigentes del mundo aceptaron la propuesta, atribuyendo una buena intención a los artífices de esta política”, señala un documento que relata lo ocurrido hace dos décadas.

Diez años más tarde, tras avances muy parciales e ineficientes sobre los objetivos fijados en Río, una nueva cumbre reunió a los mandatarios de casi todo el mundo en Johannesburgo 2002, donde por las urgencias que vivía el planeta las esperanzas puestas en el encuentro fueron muy altas y las frustraciones aún mayores. “Se vivió como un momento decisivo para la humanidad, una suerte de todo o nada donde el futuro del planeta se juega en el lapso de unos pocos días”, señala una fuente.

Hoy, a 20 años de la primera cumbre y 10 de la segunda, nuevamente Río concentrará a miles de personas para darle un impulso a una temática que preocupa cada vez más, tiene más adeptos, pero diversas (y contradictorias) recetas para enfrentarla. Es otro mundo el que recibe a este encuentro, donde aparecen nuevos temas en la agenda, como el aumento de la desigualdad, la amenaza terrorista, la crisis del sistema económico  financiero y la cada vez más constatada amenaza de cambio climático.

Así, entre el 20 y 22 de junio, en la ciudad maravilhosa se realizará la próxima Cumbre de la Tierra Río+20 -llamada oficialmente Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable y que reunirá a líderes gubernamentales y ambientalistas de todo el mundo.

El llamado de las Naciones Unidas es ambicioso. Invita a los Estados, la sociedad civil y los ciudadanos a “sentar las bases de un mundo de prosperidad, paz y sustentabilidad”, incluyendo tres temas en el orden del día:

1. El fortalecimiento de los compromisos políticos en favor del desarrollo sustentable.

2. El balance de los avances y las dificultades vinculados a su implementación.

3. Las respuestas a los nuevos desafíos emergentes de la sociedad.

Dos cuestiones, íntimamente ligadas, constituyen el eje central de la cumbre: Una economía ecológica con vistas a la sustentabilidad y la erradicación de la pobreza y, dos, la creación de un marco institucional para el desarrollo sustentable.

“Estos objetivos son también los de todos los pueblos, todos los ciudadanos y ciudadanas del planeta. La consciencia de que el mundo se enfrenta a importantes cambios está cada vez más presente. Los ciudadanos muestran un coraje y una capacidad creciente para hacer oír sus voces y participar de los desafíos de la sociedad. Desde luego, aún es largo el camino entre la conciencia de las alternativas y la capacidad de nuestras sociedades, en particular de nuestras instituciones y nuestros gobiernos nacionales, para evaluar la dimensión de estas transformaciones y ponerlas en práctica. Es necesario además evitar que esta toma de conciencia se traduzca en un repliegue separatista o identitario, que aliente a oponer los intereses nacionales de unos y otros. La historia nos ha mostrado que dicho repliegue sólo puede conducir finalmente a callejones sin salida y a la guerra”, se señala en el portal “Construyendo la Cumbre de los Pueblos Río+20”.

En el mismo lugar, además, se reconoce que “los procesos de negociación internacional están estancados desde hace más de diez años”, ya sean las negociaciones comerciales con la suspensión de la ronda de Doha, sobre el clima con el fracaso de Copenhague o incluso la incapacidad para reformar profundamente el sistema de Naciones Unidas concebido tras la Segunda Guerra Mundial.

Destaca que sólo el G-20 puede aparecer hoy “como un reconocimiento, tímido y ambiguo, del hecho de que los países más ricos se erigen en el directorio del mundo, de la necesidad de una gobernanza mundial y multipolar”.

Así y todo, para los organizadores de la llamada cumbre paralela, Río+20 debe “significar un paso adelante” porque, según ellos “es imposible que exista una gestión efectiva de las interdependencias, a la altura de las necesidades, sin una amplia convergencia y un verdadero diálogo entre todos los pueblos y los ciudadanos del planeta, sin que los Estados abandonen su soberanía, sin establecer colectivamente los cimientos de una gobernanza mundial legítima, democrática y eficaz. Todo ello supone, previamente, la consciencia de un destino común y la creación progresiva de una comunidad mundial, que aprenda a descubrirse y gestionarse por sí misma, afirmando sus identidades locales y regionales. Esta obra gigante, que exige mucho tiempo y esfuerzo, acaba de comenzar”.

Quiénes irán

En Brasil, durante los tres días de junio, estarán presentes tres actores principales: los gobiernos y los jefes de Estado reunidos en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable, las organizaciones no gubernamentales del sistema de Naciones Unidas, reagrupadas en el seno del Foro de Partes Interesadas (“Stakeholder Forum”) y los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad civil.

A diferencia de tiempos pasados, estos últimos no conformarán una cumbre paralela ni una contra-cumbre, sino que serán actores fundamentales de Río+20.

Según el portal de la Cumbre de los Pueblos, además de los temas planteados por la ONU, se debatirán “tres cuestiones fundamentales” como “qué ética necesitamos para sentar las bases de una nueva civilización que haga frente a los peligros del mundo actual, cree nuevas formas de vida y abra nuevas perspectivas a la aventura humana en el comienzo del siglo XXI, qué organización debe concebirse para construir una nueva gobernanza mundial y cómo construir una economía sustentable capaz de hacer frente a la pobreza y a la concentración de la riqueza”.

Dentro de los desafíos, sin duda, aparece en primer lugar en la agenda el control del cambio climático y luego la concepción de una nueva arquitectura de la gobernanza mundial y la transición hacia un nuevo modelo de civilización.

“Para hacer frente a estos desafíos y desarrollar estrategias de cambio, será necesario inevitablemente experimentar nuevas formas de dialogar, construir propuestas y alianzas para promoverlas. Se necesitarán tres esfuerzos íntimamente ligados:

 •Reflejar la diversidad mundial: en otras palabras, ¿cómo hacer para que los actores de todas las regiones del mundo y todos los sectores sociales y profesionales puedan sumarse?

 •Intercambiar propuestas y construir una visión unificadora y sistémica: esto requiere un esfuerzo que exige una síntesis y la puesta en relación de las propuestas.

 •Experimentar modos de diálogo que combinen participación efectiva, interactividad y profundización conceptual”.

A diferencia de otras cumbres, esta vez la sociedad civil ha estado organizada y preparando una serie de encuentros con el objeto de que su accionar no se limite a la protesta.

¿Economía verde?

Dos de los temas que se tratarán en la Cumbre, uno de ellos es el que genera más discusión y ha sido abiertamente debatido en casi todos los foros preparatorios, son el fortalecimiento de “una economía verde” para erradicar la pobreza y la creación de un marco institucional que favorezca el desarrollo sustentable.

Sobre el primero, ya descrito como polémico, incluso se ha levantado una campaña para combatirlo porque, según algunos, podría esconder “un reordenamiento discursivo y geopolítico global, consolidando nuevos mercados financieros con la naturaleza y más control oligopólico de los recursos naturales, legitimando nuevas tecnologías de alto riesgo y creando las bases de una nueva estructura de gobernanza ambiental global que facilite el avance de una ‘economía verde’ en clave empresarial”.

Si bien el término es amable (para muchos podría significar producción agrícola orgánica, energías renovables y tecnologías limpias), sus detractores explican que la idea que de esta economía tienen los gobiernos va en un camino opuesto. “Se trata básicamente de renovar el capitalismo frente a las crisis, aumentando las bases de explotación y privatización de la naturaleza”, señalan.

Según dice, a en 1992, las trasnacionales empleaban maquillaje verde. “Intentaban hacer una cortina de humo sobre su responsabilidad en la devastación ambiental, apoyando proyectos de conservación o ‘educación’ ambiental, sellos verdes, etc. Pero sobre todo, afirmando que no había necesidad de cambiar el modelo de producción y consumo, ya que con tecnología para mayor eficiencia energética y otras, se podía llegar a soluciones de ‘ganar-ganar’, donde las empresas seguirían lucrando mientras mejoraban el ambiente con negocios verdes’”.

Pablo Bertinat, director del Observatorio de Energía y sustentabilidad de Argentina, quien estuvo participando en marzo en la mesa “Cambio climático: contrastes y matices en las perspectivas”, organizado por la Fundación Ebert en el Cajón del Maipo, sostiene respecto a la “economía verde” que es uno de los temas que más le preocupa de Río+20 porque hay “un intento de revitalizarla como una alternativa de salida a la crisis socioambiental por parte de Naciones Unidas”.

Según el docente de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de Argentina y especialista en energía, existe la creencia que “la única manera de salvar la naturaleza es poniéndole precio, o sea, meterla adentro del ciclo de la economía, y nosotros creemos que es totalmente al revés. En la medida que la equiparemos con el ciclo de la economía, va a estar atada a los tiempos de la renta, de la especulación, que no son los tiempos de la naturaleza ni de las personas”, sostiene.

Bertinat se pregunta: “¿qué precio tiene un ecosistema que está por desaparecer?; ¿Cómo le vas a pone precio a eso? Es probable que tenga un valor determinado, pero ¿cuáles son los criterios de evaluación, en función de los intereses de quién?”.

Ante esta embestida de la ONU y sus países mandantes, a la que se suman e impulsan las transnacionales, las organizaciones de la Sociedad Civil se vienen preparando desde hace dos años para contrarrestarla.

“Actualmente se están recuperando viejas discusiones, del Documento del Club de Roma de los años 70, que planteaba la imposibilidad del crecimiento infinito en medio de un planeta con recursos finitos. Es imposible pensar que la economía puede crecer infinitamente utilizando materiales y energía sin provocar impacto. Está en discusión la imposibilidad del capitalismo de resolver esta cuestión, eso cada vez queda más claro”, señala Bertinat.  Y agrega: “En la medida que la lógica que se le impone a la naturaleza sea la del capital, sin contemplar los tiempos de vida y reproducción de la naturaleza, imponiéndole los tiempos de reproducción del capital, pensando que la naturaleza tiene que ser una forma de capital con la cual hay que atraer ganancias, rentas, etc., es inviable pensar en un desarrollo de ese tipo”.

De ahí la necesidad, que Bertinat  y otros comparten, de ver el fondo del asunto en Río+20 y entrar derechamente a discutir realmente el modelo de desarrollo: de los bienes materiales (de las cosas) o de las personas.

“Cómo generar un modelo de desarrollo distinto que requiera de menos materiales, menos energía, cosa que nos permita un relacionamiento con la naturaleza de otro tipo, no utilitarista como el que tenemos. Que esté contemplado en los nuevos procesos constitucionales, como es el caso de Ecuador, donde la naturaleza está considerada constitucionalmente un Sujeto de Derecho. Esto es inédito en el continente y creo que es la más avanzada”, ejemplifica Bertinat.

Consciente de esta situación, la brasileña Fátima Melo, quien también vino al encuentro de FES en el Cajón del Maipo y que se desempeñó como Secretaria Ejecutiva de Comité Facilitador de la Sociedad Civil para Rio + 20, explicó a El Periodista que para enfrentar a la economía verde se precisa mantener un campo crítico, porque se presentará, dice, con mucha fuerza un intento por legitimar a las corporaciones, vinculándolas a ella. “Necesitamos reunir argumentos críticos contra esto y mostrar nuestras experiencias contra-hegemónicas en el debate, así como en nuestras propuestas”, señaló la actual directora de Fase. Melo, además, es de la idea que Río+20 es la oportunidad para dar a conocer hechos que ocurren en todo el mundo y que muestran que es posible encontrar soluciones anticapitalistas. Está decidida entonces, en los días que dure la cumbre en Brasil, a que se relaten diversas experiencias para adoptar una estrategia común en la luchas de la poblaciones que están siendo de alguna forma afectadas negativamente por la economía o capitalismo verde.

Para los detractores de la economía verde esta permitirá la expansión de la mercantilización de la naturaleza  y los ecosistemas, aumentado el uso de tecnologías nocivas para el ambiente como nanotecnología, transgénicos, biología sintética, geoingeniería.

¿Y en Chile?

Además de los esfuerzos de ongs y fundaciones, como la Ebert, para discutir el tema  y ampliar los conocimientos sobre qué podría ocurrir en Brasil, se formó en Chile la “Plataforma socio-ambiental hacia Río+20”.

Ella, donde destacan un sinnúmero de ONGs y entidades estudiantiles o sindicales, como el Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales (OLCA), la Confederación de Trabajadores del Cobre, Secma –FECH, Red Ambiental Norte–, el Centro Ecoceanos, Defendamos la Ciudad, y el Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (CENDA), señala al igual que Fátima Melo que la cumbre es “una privilegiada oportunidad para debatir y subvertir esta tendencia, más aún cuando el planeta está siendo agredido por una crisis sistémica, que se enmascara con fórmulas como ‘la economía verde’ o la ‘gobernanza ambiental’, ejes conceptuales de la reunión que se llevará a cabo en Río de Janeiro”.

Para la Plataforma, como para los anteriores, la economía verde “no es más que otra artimaña para lanzar un salvavidas a la crisis galopante del sistema capitalista, creando nuevas oportunidades para la acumulación del capital por la vía de la mercantilización incluso de ‘productos intangibles’, que permitan ampliar las fronteras neoliberales haciendo aún más precaria la sobrevida humana y la recuperación ambiental del planeta”.

Según los chilenos, tras 20 años de la primera cumbre, la crisis ambiental, social  ecológica se ha agravado y el “supuesto” desarrollo sostenible “ha beneficiado a los grupos privilegiados, acrecentando los problemas de vastos sectores y comunidades de los países arrasados por la usurpación de los bienes comunes”. Destaca, asimismo, que el modelo chileno ha operado como “punta de lanza” en el continente para impulsar estas lógicas mercantiles.

“Las clases dominantes, gobierno y empresarios, se vanaglorian de los índices de crecimiento y de las políticas macroeconómicas actuales, sin embargo, Chile ostenta la mayor desigualdad de ingresos y ha llegado a ser uno de los países más caros de la región. Al mismo tiempo, los índices de calidad ambiental empeoran a lo largo del país, siendo los sectores más pobres los que padecen de forma más intensa los efectos de estas políticas de muerte”, señala el documento.

Como se ve, la artillería que se prepara para Río, donde nuevamente se mirará el planeta, es de grueso calibre.

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