¿Manuel Rodríguez pudo haber sido gay?

El audaz guerrillero abominó del amor femenino en los años más dramáticos de su vida, pero se mantuvo constantemente fiel a sus amigos, entre los que había bandoleros montaraces y finos petimetres de los salones santiaguinos. Desde la prisión, poco antes de ser asesinado, escribió a uno de ellos: “Obra, obra, obra. Vente, vente, vente. Vuela, vuela, vuela, al lado de tu Rodríguez”. Para ciertos historiadores, era una fórmula común entonces al concluir una carta… Pero hay muchos otros indicios para intentar una relectura de la personalidad íntima del personaje más fascinante de la historia nacional.

Escribe Camilo Taufic*

Está de moda la revisión sexo-histórica en el país. Ya se ocuparon de Gabriela Mistral, de Matilde Urrutia y Neruda, y hasta de José Donoso, en la literatura. Se han atrevido también con personajes “intocables”, como O’Higgins y Portales, sospechado de cuasi-edipo el primero, y de oculta misoginia el segundo, reflejada en la ilegitimidad en que mantuvo su relación de pareja con la limeña Constanza de Nordenflycht, con la que tuvo tres hijos “sin papeles”, excluida de la sociedad santiaguina, pese a su noble origen.

Pero contra el mito más autentico de la historia de Chile, el Húsar de la Muerte e inspirador guerrillero Manuel Rodríguez, todavía nadie ha osado apuntar sus lanzas… Y hay materiales inéditos para las conjeturas más audaces, que reposan en testimonios de la época o en hechos evidentes y repetidamente relatados, hasta en la escuela básica. De ellos, la escasa imaginación nacional no ha sacado todavía la más mínima conclusión —como podría—, a la luz de los avances científicos de la Psicología, la Sociología, la Antropología, y la visión renovada de las relaciones interpersonales que domina hoy el mundo.

Los analistas interesados podrían hurgar, por ejemplo, en ese gusto exagerado de Manuel Rodríguez por los disfraces: de arriero, de cura de largas sotanas, de borracho, de vendedor ambulante, de ayudante de albañil… de ‘cuidador de estacionamientos’, abriendo la puerta de la calesa del gobernador Marcó del Pont. ¿No podría ocultarse allí cierto travestismo?

¿Y qué decir del olvidado “voto de castidad” que hizo el brillante militar y abogado de fina estampa al salir al exilio, hacia Mendoza, después del Desastre de Rancagua, en octubre de 1814? La historia oficial lo menciona expresamente, e incluso sus biógrafos más adictos insisten en reafirmarlo: “No tocaría mujer hasta ver a la Patria liberada” (Vicuña Mackenna; Latcham, etc.).

En el libro “Durante la Reconquista”, Alberto Blest Gana aclara en un pasaje que se reproduce aquí, en recuadro, que se trataría sólo de una “castidad del corazón” (no del sexo, se subentiende), pero sigue siendo una castidad igualmente rara.

Ni Bolívar ni San Martín, ni O’Higgins ni Carrera… ni Fidel ni el Che Guevara, en otro siglo, hicieron voto de castidad alguno hasta ver concluida su lucha emancipadora. Sobran las pruebas. Pero es admisiblemente verosímil que Rodríguez sí lo hiciera, aunque cabe plantearse la legítima duda que pudo haber tenido otras motivaciones adicionales.

Para la mayoría de los escritores nacionales de obras de ficción, en cambio (no los historiadores), el guerrillero Manuel Rodríguez fue siempre un mujeriego empedernido, como en la novela “Los Húsares Trágicos” de Jorge Inostroza. Hubo una damisela colchagüina, incluso, que se proclamó “la esposa legítima de Manuel Rodríguez” en San Fernando, donde el guerrillero vivió algunas semanas en la clandestinidad. Pero ella lo hizo años después que Rodríguez fuera asesinado en Til Til, en mayo de 1818 “para evitar persecuciones”, y exhibiendo un certificado religioso que acreditaba su matrimonio con Manuel Luis Rodríguez, y no con Manuel Javier, que era el segundo nombre auténtico del guerrillero. De esa unión nació un hijo, llamado Juan Esteban Rodríguez, del que descienden dos Presidentes de la República de Chile en el siglo XX: don Juan Esteban Montero Rodríguez (1932) y don Jorge Alessandri Rodríguez (1958-64), a quien algunos mal intencionados apodaron en ese periodo “La Señora”.

CIEN HORMIGAS

No es fácil plantear una relectura de la biografía del guerrillero-símbolo de la Independencia, en lo referente a su sexualidad. Manuel Rodríguez fue especialista en ocultamientos; y no sólo de armas. Tal vez en lo personal, algunos de ellos fueron inconscientes, nunca considerados por los historiadores clásicos o asumidos directamente por él. Sublimados quizás en su heroica gesta emancipadora. Faltaban muchos años para que naciera el Dr. Freud cuando Rodríguez vivió. Pero entonces como ahora, “la forma en que las personas se relacionan con el amor nos dice más sobre ellas mismas que cualquier tipo de análisis o investigación” —escribió Maurice Nadeau, editor de ‘Les Lettres Nouvelles’.

Y unos eventuales rasgos “gay” en el héroe –para nada comprobados todavía; y probablemente no explicitados por él mientras existió– sólo pueden pesquisarse atando cabos sueltos, dispersos en muy distintos rincones de la memoria histórica nacional, y luego de retorcerlos y entrecruzarlos de manera acuciosa, para construir una frágil red. Hay indicios abundantes, pero de escaso valor considerados aisladamente. De todas maneras, el audaz que los reúna debe someterse a la evidencia del adagio chino: “cien hormigas no hacen un elefante”.

Aun así es posible examinar con nuevos ojos la infancia del héroe guerrillero y su vida como internado en el Convictorio Carolino, además de las incógnitas sobre su nacimiento; su tan estrecha amistad desde niño con los hermanos Carrera, especialmente Luis y no tanto José Miguel; su enorme capacidad histriónica (actoral), unida a una figura de torero o bailarín de flamenco; su cara atormentada; la inestabilidad de su carácter y la rebelión constante contra toda autoridad, realista o patriota. Este rasgo lo llevó incluso a conspirar contra sus íntimos, los Carrera, que lo encarcelaron por ello en 1813… y luego contra O’Higgins, a cuyo palacio de gobierno entró a caballo encabezando una turbulenta muchedumbre en 1818. La única excepción es San Martín, con quien el guerrillero tuvo al parecer una relación simbólica de padre bondadoso e hijo díscolo.

El historiador Jaime Eyzaguirre narraba a sus alumnos como en una oportunidad, Manuel Rodríguez habría dicho: “Si yo fuera el gobierno, me haría una revolución contra mí mismo”.

CONTRA EL LEGITIMADO MÁRMOL

Toda revisión “sexohistórica” que se respete, además, debe enfrentar al mito. “La figura de Manuel Rodríguez es, entre todas las de los prolegómenos de la patria, la que más hondo ha encarnado en el alma del pueblo chileno. Aunque halagó sus instintos, sin retroceder ante la licencia y el pillaje, su actuación fue tan breve y esporádica, y tan inerte el pueblo aún en materia política, que no se justifica el ascendiente supuesto. Pero Rodríguez encarnó muchos de los rasgos simpáticos del alma chilena, especialmente el coraje, acompañado de la audacia, la astucia, la generosidad y el espíritu aventurero. La simbolización de estos ideales latentes ha creado a posteriori, en alas sobre todo del postrer martirio, un verdadero mito, tal vez el único que tiene valor secular”. (Encina/Castedo: Resumen de la Historia de Chile, Tomo I).
Un mito que cultivan por igual el establishment y el Ejercito de Chile, por un lado, que le dedican emocionadas paginas web en Internet hoy, y erigieron hace décadas en su memoria una de las más bellas estatuas ecuestres del país, a pleno galope y alzando la antorcha de la libertad, en el Parque Bustamante, a metros de la Plaza Italia, y por otro lado, los guerrilleros ex comunistas, que constituyeron en los años 80 el ‘Frente Patriótico Manuel Rodríguez’, el FPMR, cuya azarosa historia terminó llevándolo a la disolución.

 ‘Donjuan’ sin amores durante la Reconquista

Para la imaginación colectiva de los chilenos, Manuel Rodríguez siempre ha sido un Don Juan, valiente, bello, viril e incansable amador de numerosas mujeres, de toda condición, ricas y pobres, cuyanas o mapochinas, de Rancagua, San Fernando o Melipilla; adolescentes o ya mayorcitas. (Ver “Los húsares trágicos” de Jorge Inostroza, el mismo autor de “Adiós al Séptimo de Línea”).

Pero la verdadera historia dice otra cosa, muy diferente al folletín. Y sin considerar, de paso, el falso machismo real de los donjuanes y casanovas, que buscan en sucesivos y rápidos amoríos una reafirmación de su escasa virilidad, según el Dr. Gregorio Marañón (Madrid 1947)… Aunque su teoría no ha sido tomada muy en serio posteriormente, entre otros por el escritor brasileño Jorge Amado, que la pone en boca de un peluquero de Bahía en una de sus novelas más leídas.

Al pie de la Cordillera de Los Andes, Manuel Rodríguez hizo un solemne y verdadero “voto de castidad” al partir al exilio rumbo a Mendoza, después del Desastre de Rancagua. “Juró reparar sus calaveradas dedicándose únicamente y por entero al servicio de la independencia nacional” –se puede leer en un sitio web de Internet, aparentemente puesto allí por organismos oficiales del Estado chileno, a principios del año 2001 (www.geocities/CollegePark/Campus/3688).

El juramente está registrado en su biografía más completa, escrita por Ricardo Latcham (Santiago, 1932), y también en Encina y Barros Arana. Manuel Rodríguez fue un hombre sin amores femeninos en el periodo más fecundo y, finalmente, trágico de su vida, desde octubre de 1814 hasta las semanas posteriores a la Batalla de Maipú, cuando fue asesinado, el 24 de mayo de 1818, en Til Til, a la divina edad de 33 años.

Tal vez Rodríguez haya tenido aventuras amorosas intranscendentes, en aquel periodo, o meramente carnales, porque alguien que conocía por dentro el origen de los chismes de la estrecha sociedad santiaguina de entonces, el escritor y diplomático Alberto Blest Gana, limita la promesa del héroe en aquellos días a “una castidad del corazón”. Lo hace en un trozo cautivante de su extensa novela histórica ‘Durante la Reconquista’, que pocos han leído completa a lo largo de sus casi setecientas páginas.

La obra se publicó en 1897, pero el autor nació en 1830, y recogió “de primera mano” en su infancia y juventud todas las tradiciones orales de la eternamente copuchenta sociedad santiaguina. Blest Gana vivió en Santiago hasta 1871, cuando fue nombrado embajador en Washington, y luego en Londres y París, donde falleció en 1920, sin haber regresado más al territorio nacional. Aquí los historiadores oficiales habían hecho su trabajo entretanto, dándole una interpretación acorde con los criterios de la época a la gesta independentista y sus personajes… Nunca se ha escrito con letras muy grandes sobre algunos de los aspectos de la biografía de O’Higgins, San Martín, los Carrera o Manuel Rodríguez; ni entonces ni ahora.

Es cierto que se trata sólo de una novela, pero “Durante la Reconquista” está empapada del sentimiento patriota tan vivo en Chile durante el siglo XIX, que no vacila en narrar la historia real del país como marco determinante de la historia de amor –ficticia, literaria– que constituye el centro de la trama. Y el Manuel Rodríguez de carne y hueso que aparece allí es tan o mas creíble que el imaginado joven mayorazgo de una familia patricia, Abel Malsira, con quien disputa el protagonismo a lo largo del extenso texto. Ambos sostienen un diálogo memorable en la pagina 458, confirmando que “la novela es un poco la historia privada de las naciones», según asegura el autor lisboeta contemporáneo Antonio Lobo Antunes, autor de «Esplendor del Portugal».
Manuel Rodríguez inicia el dialogo, durante la Reconquista:
— “Quisiera someterte a una prueba— dijo el joven revolucionario, sonriéndose y arrojando hacia el techo el humo de su cigarro de hoja. (Hablan de un romance del patriota Abel Malsira, su interlocutor, con una joven viuda española y realista, que lo tiene confundido).
–”Lo que hay de cierto en todo esto –dijo el tribuno, clavando en el joven su mirada que nunca vacilaba– es que tú estas enamorado, bien enamorado, de tu prima Luisa.
“Abel hizo un ademan vago, sin negar.
–”¡Esa sí que merece ser amada con pasión! –exclamo Rodríguez, entusiasmado–. Es una de las pocas mujeres que habrían podido encadenarme a sus pies, si en mi ardor por la causa de la Patria no hubiese hecho voto de castidad de corazón, para conservar la posesión exclusiva de mi voluntad.
–”Es decir, que has renunciado al amor” –replica Abel Malsira, el personaje clave de la novela propiamente tal.
Y Manuel Rodríguez aclara: –”Me he prohibido enamorarme, más bien dicho –contestó riéndose. No hay firmes propósitos sin la absoluta independencia del corazón. El hombre enamorado me hace pensar en esos pobres jilgueros a los que los niños les cortan un ala. Todas las grandes causas exigen la dedicación integral del individuo.

Continúa Blest Gana: “Abel Malsira se irritaba por la idea de no haber podido resistir a Violante (la joven viuda española), de haberse dejado arrastrar a una promesa en la que debía haber sentido que no tomaba parte el corazón “ (…) “Y por momentos pensaba con envidia en la viril voluntad de Manuel Rodríguez, que perseguía una gran idea, que tenía el noble entusiasmo de un pensamiento humanitario, y se dirigía a su fin, inspirado, sin mirar al suelo, pisoteando, como malezas del camino, las debilidades del sentimentalismo, que constituye en objeto casi único lo que debe ser un incidente secundario en la carrera del hombre”.

SOMBRA Y LUZ: LAS CONJETURAS

Datos a considerar para un nuevo –y tentativo– perfil sexo-histórico de Manuel Rodríguez:

1. La historia oficial, la clásica, muy rica en detalles sobre su vida, pero vista a la luz de un nuevo siglo, una nueva sexualidad y una nueva moralidad.

2. El guerrillero de la Independencia fue uno entre cuatro hermanos varones. Tal cantidad de hijos exclusivamente de sexo masculino, según una investigación de la Universidad de Toronto (Canadá), publicada en la revista Archivos de la Conducta Sexual, de EEUU, y reproducida por el diario ‘La Tercera’ en Santiago, el 30 de mayo pasado, “parece comprobar una debatida teoría sobre probables causas de la homosexualidad”.

3. Manuel Rodríguez Erdoíza no sólo era uno entre cuatro hermanos varones, sino que provenían de distintos padres. Doña María Loreto Erdoíza, la madre, se casó primero con el comerciante español Lucas Fernández de Leyva, de avanzada edad, que la dejó viuda muy joven. Al poco tiempo, contrajo matrimonio con el joven peruano Carlos Rodríguez, que desempeñaba el cargo de oficial mayor de Aduanas. De su primer matrimonio, a doña María Loreto le quedó un hijo, José Joaquín Fernández de Leyva, que fue diputado chileno en las Cortes de Cádiz, en 1809, y con el aduanero Carlos Rodríguez –remarca la historia oficial–, tuvo primero a Manuel Javier, luego a Carlos (que acompañó a su hermano héroe en algunas acciones durante la guerra de liberación nacional), y posteriormente a Ambrosio María, el menor.
Sobre la fecha de nacimiento de Manuel Javier Rodríguez Erdoíza, el guerrillero, los historiadores discrepan, pues aunque fue bautizado el 25 de febrero de 1785, los autores no están de acuerdo sobre si nació una semana antes o “algunos meses antes” …o “hacía más de un año”. Esta última posibilidad revelaría que el mítico personaje bien pudo nacer en el periodo de viudez y soltería de doña María Loreto, de otro padre, antes de que se casara nuevamente.
El hecho de ser un hijo “no programado” y tal vez poco querido, por lo mismo, habría llevado a Manuel Rodríguez a frecuentar las casas y los ambientes de los más humildes, las ramadas y chinganas, donde encontró el cariño que le faltó de niño internado en el Convictorio Carolino, situado a pocas cuadras de su hogar en la esquina de Agustinas con Morandé.
Y además, siendo el mayor supuestamente, ¿por qué el nombre del papá (Carlos) lo llevaba el segundo hijo y no el inscrito como primogénito, o sea, Manuel?

4. El amigo intimo y más cercano de la infancia y adolescencia de Rodríguez, Luis Carrera, hermano menor de José Miguel y de Juan José, fusilados todos en la Argentina, es descrito –Luis– como “un adamado” de “modales femeniles” por Vicente Pérez Rosales, que lo conoció personalmente, en su obra “Recuerdos del pasado”. (Debe constar sí que Luis Carrera enfrentó con gran valentía y serenidad al pelotón de ejecución, en Mendoza; a diferencia de su hermano Juan José, que era un peleador nato y un valentón, que lloró e imploró en forma incontenible por su vida –aunque también insultó– hasta el momento mismo de recibir la descarga).

5. Exhibicionismo. Esas deslumbrantes tibias cruzadas y calavera bordadas con hilos de plata sobre el cuello de su uniforme verde botella del Húsar de la Muerte, ¿qué significan?

6. Rasgos masoquistas. Cuando una exigua patrulla conduce a Manuel Rodríguez camino a Til Til, para asesinarlo, su amigo Manuel Benavente, que lo ha seguido a la distancia junto a sus peones, se acerca para advertirle que lo van a matar, para lo cual le hace llegar un cigarrillo que el mismo ha armado minutos antes, y en cuyo papel ha escrito “huya usted; no tiene salvación; lo ayudaremos”. Pero el guerrillero hace caso omiso de la advertencia.
Y tal vez éste, finalmente, sea el más débil de los argumentos revisionistas, porque la historia mundial está llena de casos de mártires que tienen perfecta conciencia de que serán asesinados en unas horas más y no huyen, porque han decidido sacrificar su vida por la de los demás… o por lo que sea. Desde Jesucristo hasta Salvador Allende, dicho sea con todo respeto, la historia se repite, y uno se siente algo miserable al tratar de establecer otras causas que las comúnmente aceptadas para el proceder de las figuras históricas de primera magnitud, aunque sea por la insustancial gloria de una primicia periodística.

*El periodista Camilo Taufic falleció durante 2012, a los 74 años y nuestra revista, al republicar este reportaje en su mes 11 aniversario (2001-2012) le rinde un homenaje al profesional y al amigo que nos dejó.

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