Chernobyl: una buena historia mancillada por la Guerra Fría

Por Miguel M. Reyes Almarza*

Sin ningún tipo de parafernalia ni grandes anticipos publicitarios, a los que nos ha acostumbrado la guerra de las series, debutó este 6 de mayo en la pantalla chica la miniserie de HBO, ‘Chernobyl’. Drama histórico acerca de la fatal explosión ocurrida el 26 de abril de 1986 en el reactor nuclear Vladímir Ilich Lenin ya casi en las postrimerías de la Unión Soviética.

Apenas 3 episodios y la producción pasó de ser otra más de la gran oferta audiovisual televisiva a lo más alto del ranking de portal especializado IMDB (Internet Movie Data Base) otorgándole 9,7 de 10 puntos –a la fecha la cifra se ha estabilizado en 9,6 sin embargo sigue siendo la mejor puntuada de todos los tiempos- desplazando a clásicos contemporáneos tales como ‘Game Of Thrones’ que apenas campea en el sexto lugar con 9,3 puntos y ‘Friends’ cayéndose de la lista en el puesto 38 con una puntuación de apenas 8,8, situación que inmediatamente ha generado una gran expectativa en las audiencias masivas y un favorable engagement en redes sociales.

La explicación de este impensado éxito quizás radica en la conjunción de elementos bastante sui generis en su creación. Para comenzar su creador y guionista, Craig Mazin, productor de una trayectoria correcta en la comedia y las parodias de películas taquilleras (The HangOver II, Scary Movie 3 y 4) debuta en la producción histórica y en formato televisivo, muy lejos del género donde se consolidó profesionalmente. Mazin desarrolla un guion que bordea la perfección, ante la dificultad de articular líneas sugestivas de una historia ya por todos conocida, es capaz de poner en la boca de sus personajes acabados diálogos que no tienen desperdicio alguno.

La historia, transcurre sencilla, clara, sin vértigo -considerando que son solo 5 episodios- en un robusto tratamiento del tiempo con un juego sutil que, ‘in media res’, avanza y retrocede desde la génesis del incidente hasta sus consecuencias inmediatas. La fotografía y los exteriores son otro gran aporte al resultado final, filmada en Lituania con el objetivo de igualar las condiciones arquitectónicas de Pripyat –ciudad fantasma donde se centró la fuga radioactiva- para más tarde rodar en Ignalina, ciudad que posee un reactor RBMK, ya en desuso, considerado ‘hermano’ de Chernobyl. La filmación se extendió apenas por 16 semanas.

Pero no hay escenario ni guion posible que soporte una mala performance actoral y es allí donde aparece otro acierto de la producción, la triada de actores principales. El protagónico lo lleva Jared Harris (Mejor actor de reparto por Mad Men, 2009, Premios SAG) actor británico de cine y teatro de dilatada trayectoria que encarna a el profesor Valery Lagasov, científico soviético y parte del comité de investigación del accidente nuclear, flanqueado por Stellan Skarsgård (Mejor actor por Den enfaldige mördaren, 1982, Oso de Plata, Berlín) reconocido actor sueco que interpreta a Boris Shcherbina, vicepresidente del Consejo de Ministros y que supervisó la gestión de crisis del incidente, junto a ellos el único personaje ficticio de la historia, Ulana Khomyuk, encarnada por Emily Watson (2 veces nominada al Oscar como mejor actriz por Hilary and Jackie, 1998 y Breaking the Waves, 1996) que representa a toda la comunidad científica que propició la búsqueda de las verdaderas causas del evento.

Sin embargo, hay ciertos elementos que son del todo discutibles. Como obra de arte cada capítulo de la serie está sujeto a la crítica de facto, y es acá donde Chernobyl se hace odiosa. Una cosa es recrear fielmente las condiciones y la idiosincrasia de un pueblo en un momento histórico en específico y otra muy distinta es ocupar cualquier pretexto para extender la Guerra Fría hasta nuestros días. El trabajo de Mazin, quizás aderezado por su particular gusto de los cómics y superhéroes de talla occidental, suele ser muchas veces una burda propaganda de desprestigio basada en la caricatura fácil y muchas veces burda. Tal como se había acostumbrado a la opinión pública entre los 40’s y los 90’s, los rusos aparecen como dignos de descrédito por lo vulgares, torpes y corruptos que pueden llegar a ser mientras occidente, precisamente EE.UU. y alguno que otro aliado, mencionado sutilmente en ciertas partes del relato, podrían tener la solución a tal eventualidad si el ‘oso ruso’ decidiera dar su mano a torcer como perdedor de la carrera nuclear. Entendiendo que es una orientación que descansa en lo legítimo de una adaptación, y de eso se trata el arte, no quita que podamos observar y condenar tal enfoque. Una cosa es el arte y otra cosa muy distinta es la propaganda chauvinista. Es, sin duda, una gran producción pero el aliento que ocupa para reírse de la Unión Soviética muchas veces la convierte en un panfleto.

Tanta ha sido la polémica en este aspecto que la cadena rusa NTV ya está trabajando en su propia serie acerca del accidente nuclear ya que según ellos “solo faltaron los osos y los acordeones” cambiando el eje del argumento del accidente a la conspiración. Al parecer esto podría propiciar, ya sea por el morbo o por la sospecha, la primera serie rusa masiva.

¿Es la mejor serie de todos los tiempos? No, definitivamente tiene una factura ejemplar pero está muy por debajo de Twin Peaks o de los Soprano. ¿Una de las 10? Tampoco, muy prematuro todavía considerando que con el tiempo esos rankings suelen estabilizarse en cifras algo más cercanas a la realidad. ¿Hay que verla? Por supuesto que sí, es una gran producción por donde se le mire, eso sí, cuídese de los impulsos por ir tras un vaso de vodka en los momentos de alta tensión.

★★★★☆ (4 sobre 5)
*Periodista e investigador en pensamiento crítico.

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