Ni un ápice

Aplaudo con fervor la fe genuina de algunas personas -cada vez menos- que auguran con una inocencia pasmosa el cambio de paradigma que enfrentará el mundo entero controlada la calamidad de la tiara perversa.

Por Miguel M. Reyes Almarza*

De veras celebro la esperanza de la gente que deposita su confianza en un mundo recuperado, incluso aquellos que se refugian en sus rituales multiplicando el mismo virus que solicitan -intervención divina mediante- exorcizar. Bien por ellos.

Pero cuando esto de la pandemia se controle, lo más razonable es que el mundo no cambie un ápice.

Y no es simple pesimismo el que motiva estas líneas, por el contrario, esta reflexión es producto de un oficioso análisis acerca de nuestros comportamientos durante la gran plaga. Una simple observación que va desde nuestra básica respuesta al pánico, propiciado por líderes de nula credibilidad y de gran amplificación mediática, hasta la responsabilidad compartida que tenemos en este complejo escenario.

El acaparamiento y sobreprecio de productos de primera necesidad, sobre todo en lo que a higiene respecta, es un gesto inequívoco de la escasa empatía con el otro, incluso cuando del cuidado de ese otro -en este entorno patológico- dependa su propia subsistencia. No, no hay nada más que la propia existencia ciega y autocomplaciente.

Miguel Reyes Almarza

Los viajes de placer que desafían a la autoridad sanitaria y las fiestas donde nuevamente la gratificación es el placer individual se transforman en vectores ineludibles de una enfermedad que democratiza un par de gestos indelebles en gran parte de nuestros conciudadanos, la estupidez y la ignorancia. Y no me refiero a la ignorancia de quien no tiene acceso a educación de calidad -quienes hoy son víctimas de los manejos indecorosos de otros ‘mejores’ que ellos- sino esa que se muestra altisonante en títulos, medallas y otros descriptores de señorío y clase y a la hora de dirigir, de gestionar y de fomentar ideas para afrontar de mejor forma las dificultades, deja en evidencia lo ‘acomodada’ de su posición. Si nos impiden el desplazamiento terrestre ¡Pues no se diga más, para eso existen los helicópteros!

Y así unos mueren por falta de insumos y cuidados -manejo compasivo dice el ministro de la cartera- mientras otros pasean por la playa eludiendo -más que a unos cuantos policías de carretera- a la mismísima razón y la ciudadanía en su conjunto maniobrando como una casta cruel que no entiende -quizás por no conveniencia- el concepto de comunidad. La idea de un nuevo Chile no pasa más allá de un ‘slogan’ balsámico para olvidar ocuparnos de lo importante.

Mientras la burla y el desprecio sea la moneda de cambio de nuestros gobernantes, no existirá ninguna reforma -legal o filosófica- que modifique los derechos esenciales vulnerados u omitidos. Sin voluntad no hay cambio y esa voluntad debe emanar de una reflexión crítica personal que se torna social por acción propia y no por un accidente sanitario.

No basta entonces con aplaudir a los ‘héroes’ de todas las áreas que no hacen más que normalizar su desempeño bajo condiciones impresentables y así desplazar nuestra responsabilidad a meros espectadores. Tampoco basta con trasladar la educación y la vida entera al espectro digital en el cual se replica la tónica salvaje del ‘sálvese quien pueda’ y donde no muchos logran salvar con éxito. La medida urgente es aquella que masticamos desde décadas y tiene que ver con la existencia de un ‘otro’ en la relación, mientras no lo legitimemos, mientras lo mantengamos invisible, mientras no entendamos que nuestra felicidad y nuestros afanes dependen en mucho de la de otros y no comprendamos que crear un nuevo contrato social implica acción voluntaria y consiente, de todos y cada uno de nosotros, la vida -luego de controlada la pandemia- seguirá en el mismo frágil lugar donde la dejamos cuando el miedo se apoderó de nuestras cosas, nuestros éxitos y nuestros placeres.

El día después, de seguro, será un día de ‘mall’ y compras por doquier para saciar el ego atrofiado por la distancia, adolorido por la mediación derivada del aislamiento obligado. Llenaremos nuestras despensas como siempre y, en el ‘mejor’ de los casos, comenzaremos a construir nuestra habitación del pánico cambiando libertad por seguridad, derechos por protección, comunidad por bienestar propio.

El ‘cambio’ que tanto pregonan justos e injustos no debe entonces endosársele a un virus advenedizo, menos a un automatismo social que se reconstruye desde el miedo. El cambio ‘real’ debe ser el efecto de un involucramiento en lo social sin precedentes, como aquel que se comenzó a gestar luego del histórico 18 de octubre y que hoy, más que nunca, debe ser fiel a la promesa de un país más justo e igualitario.

Sin una acción social coordinada, crítica, reflexiva y de auténtica humanidad, todo seguirá exactamente igual. El mundo no habrá cambiado ni un ápice.

*Periodista e investigador en pensamiento crítico.

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