Chile: un paradigma con fecha de vencimiento

El actual, inesperado y necesario escenario político y social que vive nuestro país ha puesto de cabeza todo lo que nos contaron respecto de la relación entre la comunidad y el poder.

Por Miguel M. Reyes Almarza*

El Estado, desde la dictadura y por razones obvias, nunca estuvo tan destruido como hoy. Aquello que llamamos democracia jamás estuvo tan cerca de, al menos, nombrarse con cierto grado de propiedad y sin descaro populista.

Para esto la sociedad tuvo que asumir enormes riesgos, ojos y vidas mediante, propiciando aquello que se veía imposible, una anomalía difícil de asimilar por el paradigma de turno que generara un resquebrajamiento sistémico imposible, y sí lo digo con mucha propiedad, imposible de recuperar. Y es que hasta los mismos operadores políticos de turno hablan de “nueva normalidad” ya que no hay vuelta atrás y solo esperan impacientes un nuevo trato que mantenga los privilegios intactos. Una crisis paradigmática, usando como eje argumental la obra de Thomas Kuhn (1962) que, aplicada a la política, es la revisión crítica acerca de lo considerado normal para dar paso a una nueva forma de entender la realidad.

            Miguel Reyes

¿Qué era lo normal? Simple. Un Estado ausente para su comunidad que gracias a una conveniente ceguera permitió el lucro constante de la empresa privada en áreas sensibles como la educación, la salud y las pensiones. Mientras se apuntaba con el dedo a aquellos que pedían ayuda debido a sus bajos sueldos, se le palmoteaba la espalda al acceso al crédito como forma de esclavitud moderna. El Estado al servicio de los intereses privados, promulgando leyes que beneficiaron a grandes grupos empresariales permitiéndoles aprovechar los dineros de libre disposición, no importando la inversión, que emanaban del fértil fondo de las AFP´s, caudal que estos días ha sentido una extraña vibración en su afluente principal.

No podía ser de otra manera, a fuego, el nuevo paradigma se instauró ante el fantasma del comunismo depredador -ese que no alcanzó a existir y que hoy es un fósil de revisión histórica mas no de aplicación pragmática- para conducir la mano del votante mediante el miedo -las filas para el gas y Chilezuela nunca fueron tan eficientes- quien por ignorancia, debido a la mínima inversión y peor acceso a educación de calidad, transitaba sonriente entre matinales y morbosos noticieros. Ciertamente esa clase política que sostiene aún gran parte de los holdings de medios de comunicación nunca tuvo a la población en sus planes. La democracia es la cáscara, hoy frágil, de una oligarquía rastrera e individualista.

¿La crisis?, esa “que no vieron venir”, se desata en el siglo XXI al menos en 3 actos, Primero, la “revolución pingüina” (2006) que les enseñó a los estudiantes -o mejor dicho ellos nos enseñaron a nosotros- que aun privados de educación cívica por motivos estratégicos fueron capaces de poner en la mesa las inequidades que, amparadas en las leyes, movilizaban el negocio educativo y que se escondían detrás de la triste ilusión del crecimiento social, cuestión que de ninguna forma era posible con las desigualdades de base y de entrada a los establecimientos educativos. A ellos les siguieron los universitarios (2011) con la famosa “primavera de Chile” que extendió el fervor de los secundarios a consignas más radicales que a mas de uno le parecieron imprudentes “educación gratuita y de calidad”.

Hasta allí el impulso informativo, a pesar de la cobertura sesgada de los medios, proporcionó argumentos de sobra para que el país viera ese otro Chile, sin oportunidades y sin futuro, ya era imposible tapar el sol con un dedo. Acto segundo, y tras una típica alza del pasaje en la locomoción colectiva, Chile llegó a un punto de no retorno, un 18 de octubre de 2019 marcó para siempre un antes y un después en las relaciones sociales de nuestro país, la gente entendió que podía expresarse con propiedad, es más, tenían la fuerza de aglutinar millones, de detener ciudades para exigir lo básico: dignidad. Desde allí y en menos de un año se hace presente el movimiento feminista doblando la apuesta, un 8 de marzo imposible de atrapar en una mirada donde las mujeres y otras disidencias dijeron presente en aquellos espacios negados históricamente. La agenda desde allí ya no podía construirse a puerta cerrada.

Ahora vivimos en pleno tercer acto, no sabemos si será el último o simplemente el prólogo de algo más complejo, sin embargo y ante la ausencia del temor histórico comienzan a temblar los últimos emblemas del pasado. Los fondos de pensiones, aquellos que enriquecieron a menos del 10% del país manteniendo con sobrevivencias indignas a sus dueños, hoy sufrieron un enorme revés. La base económica del modelo, que en resumen es usar el dinero de las personas para enriquecer a las empresas, tiembla por primera vez en décadas y aunque técnicamente no lo toca en su estructura -para eso deberemos esperar más consecuencia y valor de los parlamentarios- abre la puerta a la representatividad negada por años. Si la democracia es el gobierno del pueblo y para el pueblo, este gesto es el más democrático de todos, las personas ante una situación de sobrevivencia debido a la pandemia y el mal manejo del gobierno han tenido que solicitar, casi como un favor, el uso de sus ahorros para poder sobrevivir, sí, sobrevivir, en el “jaguar de Latinoamérica” hay gente que no come, que vive por debajo de la línea de la pobreza y que no está dispuesta a morir sin antes exigir lo que les corresponde. 10% fue la cifra que un 15 de julio de 2020 fue aprobada en la cámara baja y celebrada con la algarabía popular que ningún subsidio o préstamo de emergencia por parte del gobierno -siempre a favor de la banca- pudo satisfacer. Mientras la gente caceroleaba iracunda cada migaja ofrecida por parte del Ejecutivo, el día de la votación de los diputados se abrió esa cuota de esperanza respecto de otro país, un nuevo trato, un poco de justicia ante años de adversidad.

Porque el 10% significa tener control, por primera vez, control de lo nuestro, sea lo que sea. Esa es la gran insolencia que ciertos operadores políticos -eternos beneficiados por el modelo- no pueden soportar.

Ni el artero lobby de los ministros Briones y Blumel (hacienda e Interior respectivamente) pudo con la realidad, menos la amenaza tardía del gremialismo de llevar a sus diputados díscolos al tribunal de ética.

Aquella caja sin fondo podría ver sus días contados.

La suerte está echada ¿Cuándo en la historia de nuestra democracia el ciudadano sintió que sus necesidades podían ser discutidas en el parlamento? ¿Cuándo soñó siquiera en que su presión podría cambiar leyes del todo intocables? El momento es único y aún cuando ahora el tema del retiro de fondos debe ser ratificado en el Senado, previa comisión de constitución y ya enfrentando la amenaza latente del Tribunal Constitucional -solo porque sí- hay un Chile que desaparece, que se transforma, que entra en el vértigo de la foja cero y donde la mayor parte de la clase política tiene sus días contados por no gobernar nunca a favor de sus representados ¿Será esta vez el fin del paradigma neoliberal? Quien sabe, mientras tanto es bueno estar preparado para que todos podamos trabajar en su construcción. Si no es este 10% será otra cosa, lo que es claro es que a ese otro Chile no se regresará jamás.

*Periodista e investigador en pensamiento crítico.

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