El recuerdo de Quino a través de los equívocos: lo que Mafalda no hizo y no dijo

Joaquín Salvador Lavado (1932-2020) fue y será uno de los argentinos más universales: sus creaciones atravesaron generaciones, idiomas y fronteras.

                                                                                                                            Por Mercedes Ezquiaga

Con la muerte de Quino el mundo entero se preguntó “cómo hace uno para pegarse una curita en el alma”. Desde aquel 30 de septiembre de 2020 el padre de Mafalda recibió toda clase de homenajes, especialmente en su Mendoza natal, pero ¿en qué lugar de la memoria queda todo aquello que se le atribuye y que no fue? ¿A dónde van a parar los mitos urbanos? Susanita casada con Felipe, Mafalda atropellada por un camión de sopa, o la misma niña gritando “Paren el mundo me quiero bajar”. Una manera peculiar de recordar a Quino, a un año de su ausencia, a través de aquello que no ocurrió.

Joaquín Salvador Lavado (1932-2020) fue y será uno de los argentinos más universales: sus creaciones atravesaron generaciones, idiomas y fronteras. Y si bien Mafalda y sus amigos ganaron adeptos en todo el mundo, Quino siempre supo, a su pesar, que la historieta de aquella rebelde y sagaz niña creada en 1964 -traducida a treinta idiomas, con más de veinte millones de ejemplares vendidos solo en Argentina- ya no le pertenecía por completo.

Son numerosos los “mitos urbanos” que atribuyen a la hermana mayor de Guille, la niña intelectual y reflexiva, amante de Los Beatles: cosas que no dijo ni hizo en la famosa historieta que se publicó a lo largo de diez años. Y si bien Quino podía pasar largas horas firmando ejemplares de sus tiras, nunca fue muy adepto a brindar entrevistas a la prensa, o de desmentir todo lo que él no creó, seguramente, porque como decía su editora en De la Flor, Kuki Miller, “Quino siempre dijo que eligió dibujar porque no le gusta hablar”.

Sin embargo, en algunas raras y pocas ocasiones, el historietista universal se dedicó a rebatir las consignas o proclamas que no le pertenecían, como en 2007, cuando fue la figura central de la Feria del Libro de La Habana, cuando la Argentina fue invitada especial: “Atribuyen a Mafalda la frase ‘Paren el mundo, me quiero bajar’, pero no es así, ella es una luchadora, nunca diría eso”, se despachó el mendocino en aquella oportunidad.

“Creo que Quino siempre vivió conflictivamente el hecho de que su producción trasvasara lo sentidos que él le había dado, que por cierto siempre eran abiertos porque usaba un humor conceptual. De todos modos, no siempre intervenía en relación a esos sentidos atribuidos a Mafalda que han sido inconmensurables. Lo hacía cuando por distintas razones pensaba que la cuestión adquiría especial importancia política o social”, dice a Télam la historiadora Isabella Cosse, autora del ensayo “Mafalda: historia social y política”.

Hay muchas invenciones de distinto orden que han estado en las antípodas del argumento y las características de los personajes en la historieta, sin embargo Quino se enojó especialmente por el uso del personaje de Guille en unos pines de un grupo falangista español, tal vez la ocasión que lo obligó a desmentir de manera mucho más taxativa que lo habitual.

Pero hay más: en lo que podría describirse en términos actuales como “shipear” (emparejar a personajes de ficción), los fanáticos se animaron a pergeñar un futuro para los integrantes de la tira más famosa de Quino, que incluía a Susanita casada con Felipe, y a Mafalda, morir atropellada por un camión… de sopa.

La existencia de numerosas creaciones en torno a Mafalda, realizadas por lectores, organizaciones e instituciones “son -en palabras de Cosse- parte de un fenómeno mayor: la capacidad del personaje y la historieta de catalizar diferentes preocupaciones, dilemas, experiencias que conmovieron a determinadas personas, grupos, entidades”. Y revelan también que “Mafalda se había constituido en un mito, es decir, una construcción en la que un grupo social se piensa, se imagina y elabora su identidad”, añade la investigadora del Conicet.

Lo cierto es que estas invenciones, utilizadas con distintos intereses y sentidos, implicaban a veces una modificación del sentido atribuido por Quino: “Él advirtió esta posibilidad muy tempranamente. En 1968, por ejemplo, Quino temía que si sacaba a Mafalda de la historieta, si comenzaba a difundirse en otros formatos, perdería el control. Es decir, intuyó que las apropiaciones desbordarían los sentidos que él quería darle y tendrían efectos más allá del cuadro de la historieta. Por esa razón, suelo decir que la historieta se salió del cuadro y cobró ‘vida’, es decir, es una producción cultural cuyos sentidos asumieron vuelo propio y fueron usados, significados, por fuera de las intenciones de Quino”, analiza Cosse, profesora en la Universidad Nacional de General San Martín.

Son infinitas las veces que los periodistas le preguntaron a Quino «¿Qué diría Mafalda de…?” frase que se completaba con la agenda de turno, y fueron tantas más las que el mendocino manifestaba “¡Por favor, no empecemos con eso!”. Incluso en una oportunidad en La Feria del Libro de Buenos Aires -que sorprendió por su locuacidad- se animó a una ‘contra-respuesta’: “Yo me pregunto qué dirían Bach y Mozart de ser la musiquita de espera de tantas líneas telefónicas».

Sin embargo, aquella misma conferencia de prensa -de casi una hora, en la sala Lugones del predio ferial- Quino, finalmente respondió a la remanida pregunta: “Mafalda hoy diría lo mismo que dijo siempre; no ha cambiado mucho la situación en el mundo, seguimos cometiendo torpezas económicas y sociales, el surco entre ricos y pobres es cada vez mayor. Me parece una barbaridad», señaló entonces.

Según continuó Quino, en la época en que creó Mafalda “había condiciones para la humanidad. Uno tenía ilusiones políticas, creía que el mundo iba a cambiar para mejor. Estaban el Che, Los Beatles, el Mayo del 68 que revolucionó el panorama y que tuvo mucha repercusión en América latina”, dijo quien en su juventud tuviera como grupo de amigos a Rodolfo Walsh, Paco Urondo y Jorge Timossi, éste último quien inspiró al simpático personaje de Felipe y cuyo parecido a simple vista resultaba inmensamente notable.

Otro equívoco en la biografía del autor es haberle atribuido una suerte de poema titulado «La vida debería ser al revés», y algo así como que uno debería llegar al mundo “muriendo” para luego rejuvenecer hasta llegar a ser bebé y finalizar “en un orgasmo”.

Con o sin fantasías de por medio, las historias de la genial Mafalda, su familia y sus amiguitos Felipe, Susanita, Libertad y Manolito, creados en 1963, recorrieron el mundo entero con sus agudas y lúcidas observaciones de actualidad, que siguen sin perder vigencia a pesar del paso del tiempo.

¿Todas aquellas consignas que el papá de Mafalda nunca enunció, también definen su identidad? “Esas creaciones -los múltiples usos y significaciones de la historieta en su conjunto y de Mafalda como personaje están en el nudo de la transformación de la historieta en un fenómeno social. Hacen a lo que Mafalda es para determinados grupos sociales en Argentina y otras partes del mundo y el modo en que eso ha ido transformándose a lo largo del tiempo”.

Una última reflexión, por parte de Cosse, acerca del plato de sopa que Mafalda odiaba y que su madre la obligaba a comer: “Simbolizó la posición de la niña intelectualizada frente a la coyuntura autoritaria. Según Quino, la sopa representaba a ‘los gobiernos autoritarios que teníamos que comernos todos los días’”. (Télam)

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