Acciones locales para una crisis global: la clave para salvar a los polinizadores en Chile

La pérdida de hábitat, los pesticidas y el cambio climático son algunas de las amenazas que afectan a abejas, moscas y otros animales que cumplen un rol esencial para la naturaleza y la producción de alimentos.

Nuestras vidas no serían lo mismo sin ellos. Las abejas, mariposas, moscas e incluso especies de aves o murciélagos son algunos de los responsables de que gocemos de alimentos, telas e instrumentos musicales. Se trata de los polinizadores, animales que trasladan polen de una flor a otra, permitiendo la formación de semillas y frutos. De ese modo, brindan beneficios fundamentales para la naturaleza y los cultivos que han alimentado a la humanidad desde tiempos inmemoriales.

Sin embargo, los polinizadores han disminuido dramáticamente en las últimas décadas debido a las actividades humanas, cuyos impactos locales y globales amenazan de distintas maneras su supervivencia.

Por ello, un estudio publicado recientemente en la revista científica Diversity analizó los cinco principales factores que deben ser abordados para enfrentar la crisis de la polinización en Chile, a través de acciones locales que ayuden a enfrentar este problema global. Un cambio en el modelo agrícola, la conservación de polinizadores nativos y más investigación para llenar vacíos de información, son algunas de las vías recomendadas para avanzar en soluciones integrales.

“Este es un problema mundial ya que, a raíz de las acciones humanas, ha habido un declive generalizado de los polinizadores y de los servicios de polinización. Al margen de la importancia que esto tiene para la biodiversidad, la polinización es super importante para la seguridad alimentaria, porque gran parte de los alimentos que consumimos dependen de los polinizadores. Entonces, no solamente es un tema de interés biológico y naturalista, sino también de interés económico”, asegura Francisco Fontúrbel, profesor asociado de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).

Por ello, los investigadores de este estudio – que incluye a instituciones como la Universidad Mayor, Universidad de La Frontera, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, entre otras – identificaron las lagunas de información que deben subsanarse en el país, para así conciliar la producción de alimentos y la conservación de los polinizadores.

Para hacerse una idea, alrededor del 75% de los cultivos de todo el mundo dependen de la polinización, la cual contribuye con miles de millones de dólares a nivel mundial, si lo ponemos en valores monetarios. Paradójicamente, la agricultura convencional amenaza la conservación de los animales que desempeñan esta encomiable labor, al generar la pérdida de hábitat, contaminación y la introducción de especies exóticas. Esto desencadenaría una serie de consecuencias para la humanidad, aunque todavía se pueden tomar cartas en el asunto.

Así lo destaca Lorena Vieli, autora principal del estudio y académica de la Universidad de La Frontera, quien complementa que “los polinizadores son un elemento clave también porque representan interacciones en los ecosistemas, entonces, cuando declinan los polinizadores, todo el ecosistema es alterado, y eso incluye a los ecosistemas agrícolas. La mayoría de los cultivos necesita polinizadores para producir en mayor o menor medida, y de hecho son los cultivos que mayor nutrición proveen en la dieta humana. En el fondo, los polinizadores son importantes para la seguridad nutricional, y hoy los problemas de mala nutrición que hay en la población son tremendos”.

Como es de esperarse, Chile no está ajeno a esta crisis. Como productor de alimentos, la mentada potencia agroalimentaria posee una evidente dependencia de la polinización para los mercados internos y externos como Estados Unidos, la Unión Europea y China. Esto se traduce, por ejemplo, en que existirían cerca de 112.725 hectáreas de plantaciones frutales que, en gran medida, han reemplazado la vegetación nativa. Además, algunas estimaciones gruesas obtenidas de información oficial apuntan a que las exportaciones de los cultivos dependientes de polinizadores representarían una ganancia anual de alrededor de 3.500 millones de dólares.

Sin embargo, el modelo agrícola chileno también fomenta la pérdida de polinizadores, aunque el vacío de información es tal, que no permite dimensionar a cabalidad todos sus efectos.

Círculo vicioso

A nivel mundial, las principales amenazas que enfrentan los polinizadores son la pérdida y fragmentación de hábitat (por cambio de uso de suelo), las especies exóticas invasoras, la sobreexplotación, la contaminación y el cambio climático.

Es ahí cuando entra a la palestra la agricultura industrial o convencional, cuya producción se caracteriza por los monocultivos a gran escala (que reemplazan ecosistemas nativos) y el uso de insumos externos como polinizadores exóticos, fertilizantes y plaguicidas. Por ello, este modelo agrícola se ha convertido en uno de los principales impulsores de la pérdida de biodiversidad, de la crisis climática y de la disminución de polinizadores nativos.

De hecho, el declive de los polinizadores pondría en peligro la producción anual de cultivos a escala global por un valor de entre 235.000 millones y 577.000 millones de dólares, según un informe global de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). En ese sentido, es importante comprender que la pérdida de la biodiversidad también disminuye la productividad, por lo que muchos agricultores se han visto obligados a gastar más recursos (comprando, por ejemplo, más colmenas) para compensar. El meollo del asunto está en que eso no soluciona el problema de fondo en el largo plazo.

En el caso de Chile, el cóctel de amenazas se repite.

“Es multifactorial”, explica Vieli. “Cada vez hay menos hábitat para que estos polinizadores se reproduzcan, se refugien y se alimenten a lo largo de la temporada. La falta de recursos alimenticios se produce porque, aunque los cultivos son alimento en cierta medida, sólo lo ofrecen en un corto período de tiempo, entonces, cuando el cultivo termina de florecer, ya no hay más. Para el polinizador, toda esa superficie se convierte en un ‘desierto’ luego de la floración”.

A esto se suma la introducción de especies exóticas, que traen enfermedades desde sus lugares de origen y compiten por recursos con los animales nativos, tal como se ha visto con el abejorro europeo (Bombus terrestris), que ha sido importado en el país de forma constante desde 1997 y que sería uno de los factores que han impulsado el ocaso del abejorro colorado (Bombus dahlbomii), autóctono de Chile y Argentina.

En ese sentido, Fontúrbel destaca la sinergia que existe entre todas las amenazas, es decir, el hecho de que se potencian mutuamente. “El cambio de uso de suelo, las especies invasoras y los pesticidas actúan a un nivel más local, mientras que el cambio climático actúa a un nivel más global y empeora las otras tres. No es que son cuatro cosas al mismo nivel, sino que son tres y una arriba que empeora todo lo demás”, puntualiza.

El camino para salvar a los polinizadores

Por todo lo anterior, el equipo de científicos llama a impulsar acciones locales que aborden cada una de las amenazas, para así enfrentar este problema global.

Se trata de políticas públicas y acciones ciudadanas que promuevan la conservación de la biodiversidad; el control o incluso la detención de las importaciones de insectos exóticos (como el abejorro europeo); mayor regulación y uso racional de los plaguicidas; y una serie de medidas para la mitigación y adaptación a la crisis climática actual.

Vieli empezaría “por el proyecto de ley que crea el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP), que es fundamental y lleva más de 10 años en tramitación. Podríamos hacer leyes específicas para los polinizadores, pero al final necesitamos conservar toda la biodiversidad en Chile, y en este momento eso no está en manos de ningún ente que pueda hacer valer eso. Sin lo anterior es muy difícil, porque no tenemos suficiente argumento para parar las importaciones de Bombus terrestris en Chile. Para mí el tema está por generar una institucionalidad robusta que haga valer políticas para conservar la biodiversidad. Sin eso cualquier acción va a ser insuficiente”.

También existen otras medidas, como promover paisajes agrícolas diversos, a través de alternativas como la agroecología, agricultura biodinámica, intensificación ecológica, entre otras. Conservar sectores de flora nativa, intercalar distintos tipos de cultivo y usar plantas con flores como “imán” pueden atraer y mantener a una mayor variedad de polinizadores. De esa manera, se puede pasar de tierras productivas empobrecidas que se convierten en “desiertos biológicos” (como los monocultivos) a campos más variados, heterogéneos y resilientes. Fontúrbel destaca que “las abejas y moscas son de los polinizadores nativos más relevantes, y generalmente están asociadas a los remanentes de vegetación natural que quedan cerca de los cultivos”.

En sintonía con lo anterior, es clave considerar el aporte de los polinizadores nativos a los cultivos agrícolas y no sobrevalorar a los polinizadores exóticos (manejados), como la abeja melífera (Apis mellifera) y el abejorro europeo. El académico de la PUCV precisa que “hay evidencia de colegas de Argentina, por ejemplo, que muestran que mucha presencia del abejorro europeo es perjudicial, y que un exceso de polinizadores genera daños en las flores, bajando el rendimiento. Esto ya que el Bombus terrestris es grande y relativamente pesado para ciertas flores como la de la frambuesa”.

Si bien falta bastante información al respecto en Chile, existe consenso de que los animales autóctonos pueden contribuir de distintas maneras a mejorar la eficiencia de la polinización, ya sea por una mayor tasa de visitas, aumento de transferencia de polen, entre otros. Esto no es menor si consideramos que nuestro país alberga alrededor de 464 especies de abejas nativas, de las cuales el 70% son únicas – exclusivas – de este territorio. Se suman al menos 132 especies descritas de sírfidos (moscas florícolas) que han sido poco estudiadas y cuyo número sería mucho mayor, sin contar a otros tipos de organismos que cumplen la función polinizadora, como las mariposas, escarabajos, aves, entre otros.

De hecho, en un trabajo que está en preparación se observó que la contribución de los polinizadores nativos en paltos superó a la de las abejas melíferas, “a pesar de que estas abejas son mucho más abundantes y visitan como 10 veces más las flores del palto que los polinizadores nativos. Los polinizadores nativos generaron rendimientos similares con un décimo de la cantidad”, detalla Fontúrbel.

Por otro lado, una de las tareas más apremiantes es llenar las lagunas de información existentes, a través de un mayor apoyo y financiamiento a la investigación, programas de monitoreo e iniciativas de ciencia ciudadana en plataformas como iNaturalist. En Chile, la falta de evidencia sobre este tema es enorme, incluyendo los efectos de la acción humana y el conocimiento de especies (potenciales polinizadores) que no han sido descritas o “descubiertas” por la ciencia. En muchos casos ni siquiera se ha evaluado su estado de conservación, y tampoco se conocen en profundidad las complejas interacciones entre estos animales y las plantas.

 Vieli asegura que muchos agricultores son conscientes de los problemas actuales, pero que “muchas veces no saben qué hacer distinto, porque no tienen evidencia para cambiar su manejo, entonces, siguen colocando colmenas de abejorros europeos y abejas melíferas porque eso es lo que se usa y no tienen otra opción tan documentada. En el fondo, ellos quieren conservar a polinizadores nativos como el abejorro colorado, pero no saben cómo empezar”.

Pero ningún cambio sería posible sin la madre de todas las batallas: la educación. Los investigadores recalcan que, para salvar a los polinizadores, es urgente conservar la biodiversidad en su totalidad, pues estos animales dependen de ella y de las relaciones que establecen con otras especies, como las plantas.

Para Vieli, “tenemos una forma de pensar en general muy poco ecológica. Cuando miramos los problemas y buscamos soluciones, éstos se abordan de forma muy parcializada. La ecología no es un hobby, no es un jardín bonito: es una forma de pensar holística, de mirar los fenómenos en cuanto a sus relaciones también. Si faltan polinizadores, no sirve colocar más polinizadores, no funciona así. Todo en la naturaleza está relacionado y funciona como red. Entonces, las relaciones e interacciones que representan los polinizadores deben ser cuidadas y visibilizadas”.

En palabras de Fontúrbel, “falta una solución integral, no atacar los problemas por pedacitos”.

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