Argentina, 1985: Un eufemismo razonable

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

★★★★☆ (4 sobre 5)

Simple y controvertida a la vez, de profundidad reflexiva y espacios de humanidad necesarios, aplaudida en Venecia y San Sebastián, 1985 es de seguro una candidata seria a la siguiente versión del Óscar de la Academia como mejor película -no importa el apellido-.

Difícil ha sido para la historia latinoamericana transitar, con cierta dignidad, desde los espacios de la muerte y el dolor sembrados por las dictaduras cívico-militares a una sociedad que aprende de los errores y saca lecciones que la ayudan a proyectarse a un futuro. Vociferada por algunos y recuperada por muy pocos de forma útil, en sociedades donde la desigualdad reina y las clases menos afortunadas cargan el yugo de la vida, la sola mención a la memoria histórica, que no lleva el pan a la mesa según el impaciente ciudadano contemporáneo, sabe a abulia y desencanto.

1985 es una apuesta donde la emotividad se superpone al pasquín ideológico, no porque este último esté errado en su contenido -la brutalidad de los crímenes no se puede maquillar y se expresa en cada caso abordado en la obra- sino más bien porque la letanía estéril del discurso de las izquierdas contemporáneas termina por alejar a las nuevas generaciones -y a aquellos más grandes con la asignatura pendiente- todo afán de conocer el pasado para aprender de él.

Santiago Mitre (La Cordillera, 2017) se toma su tiempo quizás para entregar lo mejor de su emergente carrera de director, aventurándose en espacios donde la falsa bifurcación entre “fachos y comunistas” acaba con todo análisis razonable sobre la realidad, logrando instalar el discurso de la “reparación” como una necesidad humana inalienable, apelando a la condición que antecede toda filiación política: proteger la vida, ante todo.

Con el incombustible Ricardo Darín en el protagónico, encarnando al Fiscal Julio Strassera, el guion logra despegar de la figura pesada del “comodín” del cine argentino, en un trabajo correcto, no muy alejado de lo que sabe hacer, pero que no desvía la atención del argumento central. Buscando una mejor adaptación, Mitre convoca también a Peter Lanzani (El Clan, 2015) actor y cantante argentino quien -en el papel de Luis Moreno Ocampo, fiscal adjunto- entrega esa frescura necesaria para dar cuenta de una de las situaciones más memorables del juicio, que era precisamente la juventud del equipo del fiscal dado que todos los abogados de carrera, de alguna u otra forma habían sido modelados a placer por la dictadura.

Mención importante para el gran Santiago Armas Estevarena (Julián Strassera) que en su debut para la pantalla grande y con solo catorce años, logró cargar con el eje de la comedia y lo cotidiano para mantener el relato fuera de las extrañas y peligrosas aguas de la interpretación politiquera. La comedia, que a veces aparece como un remanso entre tanta ignominia, será otro de los sellos importantes de este trabajo, finalmente, más allá de cualquier lectura irrespetuosa, la vida de muchos ciudadanos latinoamericanos se transformó en tragedia de la noche a la mañana, donde tanto la felicidad como el dolor desarrollan toda su potencia enunciativa.

De una fotografía impecable, que mezcla planos de grabaciones de época y su reconstrucción para el cine, más una técnica de color muy cuidada, llena de planos secuencia y otros generales que reviven la efervescente Argentina de los 80’s, la película nos instala en el corazón de una sociedad temerosa y desconfiada, pero que sin embargo toma la historia en sus manos y logra llevar al banquillo a quienes violaron sistemáticamente los derechos de la mayoría de sus compatriotas. Desde Tribunales hasta el “Banchero” -donde cuenta la historia, los jueces acordaron las sentencias- todos los espacios recuperados con prolijidad milimétrica son la clave para trasladar a la audiencia a vivir esos momentos más que a pensarlos, la sensibilidad estética que se traduce en una tensión emotiva incandescente logra sacar el filme de aquellos espacios donde otros muchos quedaron relegados a los archivos nacionales o la militancia política, ya sea por la densidad de la información o por cierto tono imperativo en su ejecución.

Hándicap a favor de cualquier rescate histórico allende los andes es su apabullante escena musical, en la película las metáforas punzantes a la dictadura de Charly García -Serú Girán- y la simpleza en la definición del alma argentina de Miguel Abuelo -Abuelos de la nada- terminan consolidando el relato de una época en las voces de sus más fieles representantes. No había mucho riesgo en esto, sin embargo, es imposible prescindir de ellos para hablar de aquellos años en el país del tango y eso Mitre lo sabe muy bien.

1985 es una alegoría a la vida, a la justicia, pero también un recuerdo constante de cómo el miedo aniquila y desmoviliza. Podemos hablar de la muerte, pero ya desde la esperanza y aunque esto parezca un eufemismo, es más bien una acción unificadora, que busca reunir todos esos retazos perdidos más allá de las miopes miradas partidistas, con el único y loable objeto de no repetir aquella parte infame de la historia.

Un hermoso recordatorio para las sociedades que todavía no logran tomar el futuro en sus manos y transitan por los peligrosos desfiladeros de la falta de convicción. Todo refrendado en las palabras del mismo Julio Strassera cuando, dirigiéndose a los jueces en su discurso de cierre, graba en la memoria de toda una nación aquella frase que -parafraseando al pueblo argentino- es un rotundo ¡Nunca más!

Disponible en salas, Cine El Biógrafo y Cine Arte Normandie y en streaming Prime Video.

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