¿Habebimus papam?

Por Rodrigo Reyes Sangermani, periodista.

Al final, creo que la elección del papa no es algo tan importante como parece. Por eso quizás los medios de comunicación de todo el mundo cubren la noticia casi más bien desde la farándula que desde otras lógicas quizás más relacionadas con lo estrictamente religioso o político. En definitiva, todo es más parecido a un docureality que a una instancia significativa de un estado único y extemporáneo la Santa Sede.

La elección del pontífice genera ríos de tinta y puntos de rating más bien por la forma, casi como la coronación del Rey de Inglaterra o una boda real que por el contenido mismo de un acto con más luces que fondo. Las transmisiones de hoy serán la mejor muestra del espectáculo global.

Corren las apuestas y en las páginas de la prensa se despliegan ingentes esfuerzos por anticipar resultados. Se elaboran encuestas, pronósticos y sesudos análisis, y más de alguno manifiesta con asomos de certeza saber cómo se resolverá la elección. Pero la verdad es que nadie sabe, ningún especialista, ningún mago ni prestidigitador.

Qué duda cabe, el Cónclave es un evento atractivo, hay una cuidada puesta en escena, los mismos preparativos parecieran ser parte en sí mismos de un espectáculo bien montado, el colorido de los cardenales llegando a Roma, ingresando a las dependencias del Domus Sanctae Marthae, participando de los eventos previos con sus capas, birretes, fajas y mucetas. Algunos entregan declaraciones a los medios y manifiestan con mansa actitud entregarse a Dios para ser instrumento santo de esta santa elección, abiertos a que la voluntad del Señor de la fuerza y la sabiduría para tal sagrado evento.

Se dice que en la Capilla Sixtina estará todo preparado para el claustro, desde esta mañana luego de la santa misa, estarán encerrados sin contacto con el mundo secular para decidir en conciencia ante Dios. ¿Pero acaso alguien cree sinceramente que en estos días previos no ha habido algún tipo de lobby, que no se ha conversado del tema, que no se han juntado los afines de uno u otra tendencia, no han desplegado sus influencias, no han preguntado a los demás cómo viene la mano, que qué pontífice requiere la Iglesia para los próximos años o décadas? no nos digan que sólo desde ahora en el forzado encierro de la monumental sala de Miguel Ángel se empezará recién a dilucidar el misterio de un próximo papa. La intuición me dice que el tema ya está más o menos zanjado, el resto es un suspense propio de thriller religioso; han tenido mucho tiempo para conversar, estar en contacto unos con otros, ejercer influencias o dejarse influir, recibir las presiones fácticas de los poderes que siempre han operado tras la sombras y las columnas romanas. Es la realidad.

No pocos vaticinan que los sectores más conservadores reclamarán su momento de conducción, de entre todos ellos hay una Iglesia tradicionalista que deploró las tibias reformas de Francisco, otros, menos reaccionarios plantean la posibilidad de seguir con cambios, pero en forma incluso aún más gradual y paulatina, aunque nunca aceptando el divorcio, las bendiciones a las parejas homosexuales ni, menos, el sacerdocio femenino, eso sería intransable; desde el Opus, en forma soterrada esperan volver a tener el poder que tuvieron antes, rezan cadenas de oración a san Josemaría, se dan con la disciplina dos veces más que antes. El cardenal Raymond Leo Burke añora volver a los tiempos en que nadie criticaba sus atuendos femeninos y que le restauren sus títulos nobiliarios y sus cargos medievales.

Pero también habrá otros, los curas rojos, los liberales, los jesuitas, los comprometidos con los pobres y con los que sufren, que se puedan profundizar los frágiles -y muchas veces cosméticos- alcances de la Iglesia como institución pastoral conectada con los tiempos, como si fuera una ONG más, cuyo derrotero religioso se vería cada día en franca decadencia ante los inevitables avances de la razón y la ciencia en el despertar de las conciencias ilustradas en las sociedades más ilustradas.

No sabemos si efectivamente estará en juego está dicotomía, lo que sí, es que nada cambiará mucho para que todo siga (casi) igual.

En esta mise en scene hemos presenciado los más disparatados análisis, fotos de Trump vestido como papa asegurando que lo haría muy bien en el trono de San Pedro, para la risa; cardenales castigados que se negaban a dejar de ser parte del cónclave, quizás cuántas presiones y negociaciones para que al cura lo bajaran del escándalo; discursos aquí y allá de papables de los más recónditos países, teorías conspirativas por doquier, desde Nostradamus a la CIA que advierten las amenazas para la humanidad de la elección de un papa negro o la verdadera importancia de un papamericano, como en los divertidos memes que inundan nuestros móviles.

¿Será el cardenal actual secretario de Estado, Pietro Parolin, el próximo papa? moderado y pragmático, por muchos, considerado como el favorito de las pollas y las apuestas ¿o será el filipino Luis Antonio Tagle que es lo suficientemente joven para delinear la Iglesia durante las próximas dos décadas? ¿Será Matteo Zuppi, el arzobispo de Bolonia, o el arzobispo de Marsella, el francés Jean-Marc Aveline? ¿Quizás, el ghanés Peter Turkson o el guineano Robert Sarah, para satisfacer ambos el morbo de las profecías nostradámicas; ¿O el húngaro Peter Erdő o el propio Burke, el reaccionario cardenal de Minneapolis?

¿Será incluso el propio Chomalí, el joven cardenal de una periferia que tanto le gustaba a Francisco? Lo que sería un verdadero batatazo, me imagino por instantes a la horda de compatriotas volcados en lo que queda de plaza Italia para celebrar tan magno evento, y de paso producir disturbios y saqueos por deporte en nombre de la rebeldía y por qué no, también de la fe.

Pero la verdad es que nadie sabe, nadie sabe con certeza lo que Dios decidirá en las conciencias de los cardenales electores, desde este miércoles con la solemnidad que el acto amerita, cada cardenal se dirigirá desde su sitial a la urna dispuesta en la ocasión, para depositar la papeleta, quizás sí, tengamos hoy mismo el resultado de la elección, quizás antes del mediodía o en la primera votación de la tarde tras la siesta. La chimenea instalada sobre los palacios vaticanos en estos días dará la señal correcta ante la algarabía de la muchedumbre casi como se celebra un gol en el san Siro, o tras la aparición en el escenario del cantante favorito. Los medios transmitirán el acto en directo y los canales ya tendrán preparada la biografía de algunos papables para ser los primeros en compartir los datos personales del nuevo mandamás del catolicismo.

No hay lógica en los temas de la Iglesia y de la fe, pero eso no parece importar, no es posible pensar que el sólo hecho de que Francisco haya nombrado a la mayoría de los cardenales electores sea garantía de que el colegio purpurado siga sus tendencias, por lo demás bastante confusa es la adscripción del pasado pontífice a alguna corriente de las ideologías vaticanas supuestamente en disputa, aquí las derechas y las izquierdas no sirven, una institución universal como la iglesia dotada de una compleja arquitectura dogmática no permite interpretaciones, como dicen algunos curas más recalcitrantes. Lo claro es que las eventuales dudas existenciales de cada cardenal pasan a segundo plano frente a las decisiones del poder, a las ambiciones de mantener un estado de las cosas, casi como el laisse faire de un partido tradicional como el republicano de permitir a Trump llegar al poder y quizás quedarse en él para siempre. El poder por el poder. La pérdida de sentido ético del poder como herramienta de cambio y progreso.

Por eso los cambios no son tan posibles, apenas superficiales, por eso la mayoría de la gente sabe que no es relevante quien sea papa, cada día que pasa su influencia es menor, si apenas en lo simbólico algo de peso le queda a este líder “espiritual” a este jefe de estado que reina la única monarquía absoluta de Occidente, una voz autorizada apenas para separar lo que es bueno de lo que es malo, para condenar una guerra y promover la paz, como si la humanidad necesitara a alguien que lo recordara. Discurso que la mayoría de las veces suena vacío y carente de novedad, ¿hay alguna guerra evitada porque un Papa abogue por el encuentro entre los hombres y el diálogo, han dejado de morir niños en el África subsahariana tras las oraciones de los obispos o de las monjas de un claustro o gracias a las invocaciones de la feligresía domingo a domingo, ha desaparecido el boato y el oropel de una Iglesia millonaria por el solo de hecho de lucir zapatos negros en vez de charol carmesí, o de sepultarse con aparente sobriedad en un féretro de madera modesta?

Nada de lo que pasa ni de lo que hablo a la larga importa a la inmensa mayoría de la gente, inevitablemente las personas siguen sus creencias heredadas de padres y abuelos, lo demás, lo mediático más bien parece un show, casi como la final de la Champions League, una transmisión global que será al cabo de una semanas olvidada, y allí volveremos a seguir trabajando sin importar quien gobierne la Iglesia; los enfermos se seguirán sanando por obra de la medicina y la ciencia, y los pobres tendrán alguna posibilidad de salir de su miseria por la buena gestión de sus gobiernos, las políticas públicas y la economía. Los cristianos en cambio siempre verán, pase lo que pase, una oportunidad y una esperanza, no sabemos muy bien de qué, pero creen en eso con honestidad y debe respetarse, y algunos otros, quizás los más recalcitrantes -y vaya que Francisco los conoció- verán quizás en el nuevo papado señales divinas, salvación para a humanidad, la posibilidad de retrotraer el quehacer cristiano a las viejas y superadas tradiciones del dogma, congregaciones fanáticas que seguirán deplorando el sexo, que verán al demonio en cada obra humana, que despreciarán la felicidad del mundo terreno y que seguirán haciendo la vista gorda en sus propias contradicciones como cuando defendieron el abuso, la violación, incluso la tortura en tiempos de guerra, la bendición de genocidas y ametralladoras, como monstruosos cómplices de monstruos como Karadima, Maciel y tantos centenares y miles de sacerdotes que si bien rezaban a diario el rosario en busca de perdón, han construido discursos de intolerancia para afuera, mientras que en sus aposentos sagrados se han sumergido como salvajes en el desenfreno de la carne.

Más allá de la apariencia, es difícil pensar que todo cambie, mal que mal lo de hoy es sólo la elección de un Papa.

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