
Hay una revolución silenciosa en La Moneda. No es el nuevo modelo de desarrollo, tampoco la promesa del cambio estructural ni el temido octubrismo institucional. Es una revolución óptica. Literal. Porque el rasgo más distintivo del actual oficialismo, más allá de sus discursos inflamados o sus tropezones legislativos, son… los anteojos.
No hablamos de simples ayudas visuales. No. Hablamos de anteojos con identidad política, con alma, con un manifiesto de colores, formas y actitudes. Hay lentes blancos como la esperanza, verdes como la transición ecológica, rojos pasión (¿o revolución?), azules melancólicos y otros, multicolores, que parecen salidos del clóset de algún personaje de animé.
En el Congreso, uno puede distinguir sin dificultad al bloque oficialista con sólo mirar la bancada del «Frente Óptico Amplio»: cristales redondos, gruesos, transparentes o opacos, marcos extravagantes que desafían las leyes de la simetría y hasta el sentido común. Cada uno de ellos parece haber dicho alguna vez: “Si no puedo cambiar el país, al menos cambiaré la forma de mirar”.
¿Qué significan estos anteojos? ¿Son una forma de resistencia estética? ¿Una declaración contra la opacidad de la política tradicional? ¿O simplemente una forma muy sofisticada de disimular que ya no ven tres metros sin chocar con una licitación fallida?
Unos aseguran que se trata de un código secreto. Que según el color del marco, se indica el estado de ánimo o el tipo de reforma que se intentará ese día. Otros, más suspicaces, creen que es una moda importada de alguna comuna donde las asambleas duran más que los gobiernos y la autoexpresión estética es parte del plan de gobierno local.
Y ahí está el Presidente. Firme. Sereno. Con sus anteojos negros. Sobrios. Rectos. De marcos gruesos, como los que usaba Allende. El guiño histórico no pasa desapercibido. No hay nostalgia más eficaz que la óptica. Aunque, claro, mientras Allende leía discursos desde el Palacio, Boric prefiere leer tuits desde el iPhone. Pero ambos lo hacen con estilo.
Tal vez los anteojos sean el nuevo emblema del progresismo chileno: una mezcla entre necesidad funcional y performance política. El viejo “ser y parecer” de la política, ahora traducido en óptica facial. Porque si no se puede gobernar con claridad, al menos que se vea bien el intento.
Podrán criticarles muchas cosas: improvisación, discursos erráticos, falta de gestión. Pero no se puede negar que ven el país… a su manera. Algunos dirán que es miopía ideológica. Otros, que es astigmatismo moral. Yo creo que simplemente estamos frente a una generación que, por fin, entendió que para cambiar la historia, primero hay que cambiar el marco.