El plástico no es invisible: lo vemos, lo respiramos, lo comemos

Por Ezequiel Monis, Gerente de Marketing y Sustentabilidad de Natura

Ezequiel Monis, Gerente de Marketing y  Sustentabilidad de Natura

Hay cifras que deberían paralizarnos. Según ONU Medio Ambiente, más de 430 millones de toneladas de plástico se producen cada año en el mundo, y dos tercios de ese volumen se convierten en residuos al poco tiempo. De esos residuos, 23 millones de toneladas terminan en lagos, ríos y océanos. En Chile, sólo 1 de cada 4 chilenos (26%) declara reciclar frecuentemente según el Barómetro del Reciclaje en Chile.

Es decir, no desaparecen. Se dispersan. Se transforman en microplásticos que hoy están presentes en el agua que bebemos, en el aire que respiramos e incluso en la placenta humana. Un reciente estudio presentado en la reunión anual de la Sociedad de Medicina Materno-Fetal en Denver, alertó sobre esta presencia y su posible relación con partos prematuros.

La urgencia es clara: hay que poner fin a la contaminación por plásticos. Pero para eso, primero hay que verla. Porque una parte del problema es que normalizamos el plástico hasta volverlo invisible. No nos escandaliza que venga envuelto tres veces. Que se use durante segundos y contamine durante siglos. Que haya industrias que dependan de él como si no existieran alternativas.

Desde el sector privado tenemos una responsabilidad ineludible: rediseñar lo que hacemos y lo que ofrecemos. No basta con reciclar; primero hay que reducir. Reciclar es, en realidad, la última opción cuando todas las demás ya fallaron. La verdadera transformación está en reducir el plástico desde el origen: desde el diseño, la formulación, el empaque, el consumo y la recompra. No hay economía circular sin rediseño del sistema.

Comprometerse con soluciones reales requiere ir mucho más allá del reciclaje simbólico. Es urgente eliminar los plásticos innecesarios, optar por materiales con contenido reciclado y fomentar modelos de reutilización efectivos. Sin embargo, la escala del problema exige transformaciones estructurales. Hoy, solo el 21 % del plástico se considera económicamente reciclable, es decir, su valor alcanza para cubrir los costos de recolección, separación y procesamiento. En la práctica, apenas un 9 % del plástico que producimos se recicla realmente. Este desfase revela que ningún esfuerzo individual o aislado es suficiente: necesitamos políticas públicas más ambiciosas, como la Ley REP por ejemplo, innovación en diseño de materiales, colaboración efectiva entre sectores y una ciudadanía activa y consciente.

La contaminación por plásticos es una crisis ambiental, sí. Pero también es una crisis cultural. Porque nos obliga a cuestionar modelos de producción y consumo que ya no se sostienen. A ver más allá del corto plazo y, sobre todo, a decidir qué futuro queremos construir.

Hoy, ese futuro no puede estar envuelto en plástico.

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