La odisea del regreso: el multitudinario funeral de Carlos Gardel en Buenos Aires

Una multitud acompañó el cortejo fúnebre desde el puerto hasta el Luna Park, donde se realizó el velorio final con música, discursos y la presencia de destacadas figuras del espectáculo y la cultura.

Tras su trágica muerte en un accidente aéreo en Medellín el 24 de junio de 1935, los restos de Carlos Gardel emprendieron un extenso y emotivo viaje de regreso a Buenos Aires. Fue su apoderado, Armando Defino, quien gestionó junto al gobierno argentino la exhumación del cuerpo el 17 de diciembre de ese año, superando incluso las leyes colombianas que impedían hacerlo antes de cuatro años.

El trayecto fue complejo y simbólico: desde Medellín hasta Cali, atravesando montañas a lomo de mula y por senderos angostos, luego por barco hasta Panamá, atravesando el canal y arribando a Nueva York, donde Gardel fue velado en el Barrio Latino. Desde allí, el 17 de enero de 1936, sus restos partieron en barco rumbo a Río de Janeiro y, posteriormente, a Montevideo, donde también fue homenajeado.

El 5 de febrero llegaron finalmente a Buenos Aires. Una multitud acompañó el cortejo fúnebre desde el puerto hasta el Luna Park, donde se realizó el velorio final con música, discursos y la presencia de destacadas figuras del espectáculo y la cultura. Al día siguiente, cerca de 80 mil personas acompañaron el sepelio hasta el cementerio de la Chacarita, donde Gardel fue enterrado entre aplausos, lágrimas y acordes de tango. Su tumba, coronada por la emblemática estatua “el bronce que sonríe”, sigue siendo lugar de peregrinación a 90 años de su muerte.

Cómo se usó el dolor popular para encubrir un asesinato político

El 24 de junio de 1935, el avión en que viajaba Carlos Gardel se estrelló en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín. Tenía solo 44 años y se encontraba en la cúspide de su carrera artística. Su muerte provocó una conmoción sin precedentes en toda América Latina, especialmente en Argentina, donde Gardel era —y aún es— un ídolo popular sin igual. Sin embargo, tras la enorme pena que envolvió al país, se tejió una estrategia política para aprovechar ese dolor colectivo y desviar la atención pública de uno de los crímenes más escandalosos de la historia argentina: el asesinato del senador Enzo Bordabehere, ocurrido casi un mes después, el 23 de julio de 1935, en plena sesión del Senado de la Nación.

Detrás de esta maniobra, según reconstrucciones históricas y testimonios, estuvieron el presidente Agustín P. Justo y el poderoso periodista Natalio Botana, fundador del diario *Crítica*. Ambos comprendieron que la figura de Gardel, su carisma, su repentina muerte y el fervor que generaba en el pueblo podían ser utilizados como cortina de humo para acallar el escándalo político del asesinato de Bordabehere, quien murió por balas que iban dirigidas a su colega Lisandro de la Torre, en el marco del debate por los contratos de la carne y las denuncias de corrupción contra el gobierno.

Una campaña orquestada desde el poder y los medios

Helvio Botana, hijo del periodista y testigo de la época, lo relató con crudeza en su libro *Tras los dientes del perro*, publicado en 1977: “A ocultas, sabia y tenazmente, aceleraron el culto a Gardel y desviaron la mirada de la opinión pública. El Estado puso su parte, *Crítica* lo suyo. Se demoró exprofeso la vuelta de sus restos durante meses, buscando que la apoteosis tapara lo que por razones de Estado se debía olvidar”.

Esa estrategia fue confirmada décadas más tarde por el historiador Felipe Pigna en su libro *Gardel*. El estudioso señala que la cobertura del diario *Crítica* en el segundo semestre de 1935 fue crucial: la muerte de Gardel fue inicialmente noticia, pero un mes después comenzó a construirse el relato épico de su repatriación, con homenajes en distintos países y con una expectativa creciente sobre el regreso de sus restos. *Crítica*, que era el diario más popular de la época, arrastró a otros medios y a las radios a cubrir esa narrativa, relegando el crimen del Congreso a un segundo plano.

La odisea del cuerpo del Zorzal Criollo

La repatriación de los restos de Gardel fue una verdadera odisea. Su madre, Berta Gardes, expresó su deseo de que su hijo fuera sepultado en Buenos Aires, lo que impuso obstáculos legales y logísticos, ya que la ley colombiana prohibía la exhumación de cuerpos antes de los cuatro años. Fue necesario que el gobierno argentino interviniera ante las autoridades colombianas para permitir la exhumación, que finalmente se realizó el 17 de diciembre de 1935.

Un funeral apoteósico en el Luna Park

El velatorio se realizó en el estadio Luna Park, y la ciudad se paralizó. Miles de personas se agolparon en las calles para ver pasar el cortejo fúnebre desde el puerto hasta el centro porteño. Durante el homenaje participaron figuras destacadas de la música y el espectáculo: Francisco Canaro interpretó el tango *Silencio* junto a músicos de la orquesta de Roberto Firpo y el cantante Roberto Maida. Se leyeron discursos de artistas y personalidades como Azucena Maizani, Enrique García Velloso y Claudio Martínez Payva, entre otros.

Al día siguiente, el 6 de febrero, el sepelio convocó a más de 80 mil personas. El cortejo avanzó desde el Luna Park hacia el cementerio de la Chacarita. La multitud entonó el Himno Nacional y muchas personas lloraban desconsoladamente. El cuerpo de Gardel fue enterrado en el Panteón de los Artistas, y más de dos años después, el 7 de noviembre de 1937, fue trasladado a su mausoleo definitivo, donde se colocó la famosa estatua de bronce que lo representa sonriente, con un cigarrillo entre los dedos.

Una cortina de humo eficaz

La estrategia de Justo y Botana había funcionado: mientras el pueblo lloraba a Gardel y los diarios llenaban sus portadas con homenajes y fotos del féretro recorriendo América, el asesinato de Bordabehere desaparecía progresivamente de la agenda pública. Como señala el propio Pigna, esta fue una de las primeras grandes operaciones mediáticas de manipulación de masas en la historia argentina. Justo y Botana, adelantados a su tiempo, comprendieron el poder de los medios y el uso del espectáculo para moldear la memoria colectiva.

Gardel, sin proponérselo, fue convertido en símbolo y distracción. Su muerte, cargada de un dolor genuino, fue instrumentalizada por el poder para tapar la violencia política.

Un legado inmortal

Hoy, a 90 años de su muerte, Carlos Gardel sigue siendo una figura viva en el corazón de millones. Su voz, sus películas, su sonrisa y sus tangos lo han convertido en el ícono cultural más trascendente del mundo hispanoamericano. A diferencia de los políticos que lo usaron, su memoria no fue borrada por el tiempo. Por el contrario, su figura crece cada año y sigue emocionando a generaciones nuevas que lo descubren en vinilos, documentales y plataformas digitales.

Irónicamente, esa misma muerte que se utilizó para olvidar, terminó inmortalizando al cantor. Y hoy, a casi un siglo, Gardel canta cada día mejor.

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