La valentía de quedarnos

por Victoria Uranga, periodista

“Para que yo pueda escribir poesía que no sea política debo oír a los pájaros y para poder escuchar a los pájaros los bombarderos deben estar en silencio” escribe el poeta palestino Marwan Makhoul. Siento similar, en vez de escribir de mineras que destruyen glaciares o de vulneración de derechos, quisiera la energía puesta en el temblor suave de la cordillera nevada justo cuando recibe los primeros rayos de sol.

Un nuevo solsticio de invierno. Y la noche más larga nos encuentra en tiempos de guerras (genocidios), explotación a la naturaleza, desamor y polarización. Se hace imprescindible abrirnos a sentir más hondo. Detenernos. Experimentar el murmullo de lo esencial y escuchar la voz de la Tierra para poder habitar este momento con apertura.

La transformación no tiene un solo rostro ni un único camino. Hay quienes marchan y denuncian. Hay quienes tejen redes, crían, sostienen. Hay quienes sanan, pintan, enseñan, siembran. Y hay quienes simplemente están sobreviviendo el día, como acto radical de existencia. Todos esos gestos importan y son necesarios. Todas esas maneras de estar en el mundo son formas de decir sí a la vida.

Quizás lo urgente es preguntarnos con honestidad: ¿Qué mundo estoy ayudando a construir con lo que hago cada día? ¿Desde qué lugar estoy actuando? ¿Estoy sumando al caos o a la armonía? ¿Contribuyo al miedo o al amor?

El mayor acto de coraje puede ser quedarse en el centro de la tormenta. No huir ni reaccionar por inercia. Aprender a reconocer las propias sombras, creencias y automatismos que perpetúan lo que nos hace daño. Y elegir compostar lo que debe cambiar para devolverlo al mundo transformado en algo más bello y sabio.

La presencia radical nos lleva a habitar la incomodidad y comprender que nuestra interioridad está íntimamente entretejida con los sistemas que habitamos: los que destruyen y los que regeneran. Por eso, tal vez hoy no necesitemos más control, ni acción ciega, ni defensas, sino más rendición, vulnerabilidad y ternura. Tal vez ahí está la verdadera valentía.

Diversas sabidurías ancestrales dicen que estamos vivimos un tiempo en que se adelgaza el velo entre lo visible y lo invisible. En el dolor del parto está la oportunidad de sentir la gran trama que nos sostiene y que somos capaces de cocrear desde la conciencia amorosa.

La salida no está en Marte. Tampoco en la desesperanza, la apatía ni el individualismo. Lo que necesitamos es respirar profundo en medio del ruido. Recordar que somos parte del bosque, del río y de la manada. Que no estamos solos ni separadas. Tal vez, volver a palpitar unidos —entre especies, entre mundos— sea el acto más revolucionario de todos.

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