
Cuando se publique esta columna, ya no seré presidente de Fundación Semilla ni ocuparé más el rol de fundador que durante más de veinte años asumí con pasión, responsabilidad y compromiso con las juventudes. Lo hago convencido de que ninguna institución que aspire a perdurar puede depender de su fundador. La trascendencia requiere soltar y permitir que otros asuman el liderazgo con su propio sello y respondiendo a los desafíos de esta época.
Semilla estará conformada por el equipo de gestión que la ha hecho crecer y consolidarse, encabezado por un director ejecutivo que está a punto de cumplir también veinte años en la institución. Son ellos y ellas quienes han hecho posible esta transición natural y sana para asegurar la sostenibilidad y su expansión.
A lo largo de estos años, hemos sido pioneros en algo de lo que me siento profundamente orgulloso: trabajar con juventudes en contextos escolares, no desde la imposición o la tutela, sino desde la confianza en sus capacidades y el compromiso con su empoderamiento. Decena de miles de jóvenes han participado en programas de liderazgo, convivencia escolar, prevención de violencia y participación ciudadana. Siempre bajo una premisa clara: la formación no debía crear dependencia de la institución, sino fortalecer la autonomía, la agencia y la voz de cada participante. En palabras simples nunca buscamos seguidores incondicionales, sino que cada uno contara las herramientas para ponerlas a trabajar en sus proyectos de vida y el de su entorno.
La pandemia visibilizó con crudeza la necesidad de fortalecer la convivencia y el tejido social a través de la educación socioemocional en el sistema educacional. Hizo evidente las consecuencias de la violencia y el acoso escolar (bullying) y la falta de herramientas para enfrentarla, validando de manera definitiva esta última dimensión como parte esencial del curriculum educativo, ya no como un aspecto secundario o accesorio. Veinte años de trabajo con juventudes nos han demostrado que las y los jóvenes participan activamente y con entusiasmo cuando la convocatoria es desinteresada, entretenida, participativa y relevante para sus vidas.
Nos atrevimos a emprender e innovar en educación que está dominada por estructuras y metodologías obsoletas que impiden desarrollar todo el potencial de sus estudiantes. Destaco el valor de nuestras metodologías lúdico-participativas, los estudios que han iluminado temas que pocos querían ver, y las herramientas pedagógicas innovadoras que surgieron de nuestras investigaciones y un diálogo respetuoso con las comunidades educativas.
Hoy paso la posta con la alegría de cerrar un ciclo cuya evaluación es muy positiva, dejando un patrimonio cultural y de conocimiento al servicio de las y los jóvenes que deberán enfrentar desafíos aún insospechados más allá del contexto educativo. Así mismo, con juventudes a nivel territorial y, para todas las edades la habilidades de sociabilidad y convivencia.
Finalmente, quiero destacar dos pilares fundamentales de Semilla de los que todos quienes hemos trabajado en la institución nos sentimos orgullosos: el primero, creemos profundamente en la capacidad de transformar realidades que parecen inamovibles, desafiando inercias y resistencias con creatividad y convicción y por ello invitamos a “creerse el cuento” porque siempre es imposible hasta que se hace. Y el segundo, sabemos que el cambio social y personal exige resiliencia, humildad para reconocer errores y coraje para levantarse y seguir adelante para que, si te caes o tropiezas, debes aprender de ello, levantarte y volver a comenzar,
Fundación Semilla no ha sido un espacio para fórmulas únicas ni verdades absolutas, sino para aprender haciendo, equivocándonos, escuchando y corrigiendo en comunidad. Esa es la invitación que dejamos: a seguir sembrando con libertad, conciencia y compromiso para que nuevas generaciones se apropien de estas herramientas y las lleven mucho más lejos.