Dantesco espectáculo de una derecha secuestrada

Por Christian Slater, coronel (r) de Ejército.

Lo que algunos trataban de presentar como una candidatura sólida, hoy ya parece un espectáculo cada vez más dantesco. Y no por las encuestas ni por el desgaste natural de una campaña, sino por la evidencia brutal de cómo los poderes de siempre han terminado por tomar el control total de una figura que alguna vez representó liderazgo, y que hoy apenas sobrevive como rostro prestado.

Primero fue Sebastián Edwards, actuando como fiscal del relato permitido, exigiendo retractaciones como si fuera el guardián moral de la opinión aceptable. Luego apareció Juan Sutil, cumpliendo exactamente lo que muchos advertimos cuando se publicó ese criticado inserto de los 167 «ciudadanos». En esa ocasión respondí con una carta pública, que fue ampliamente difundida, advirtiendo que esos firmantes no buscaban unidad verdadera, sino blindar a la candidata del sistema: Evelyn Matthei.

Hoy, el tiempo nos da la razón. Sutil no solo llegó al comando de Matthei: llegó a reemplazarla. Y no llegó solo. También lo hizo el senador Juan Antonio Coloma. Una dupla perfecta: el empresario que representael un claro sector económico, y el político que representa los acuerdos de cúpula. Como siempre. Como Chile Vamos lo ha hecho durante décadas. Repartirse la torta. Es tan obvio… que cuesta creerlo.

Matthei, que hace unos meses intentaba mostrarse libre, firme, valiente, terminó obedeciendo. Pidió perdón, se retractó, y cedió su protagonismo. Ya no lidera. Ya no gobierna su propia candidatura. Delegó. Y al haberse faltado el respeto a sí misma, ahora cualquiera se siente con derecho a exigirle explicaciones: desde un economista con tribuna, hasta una vocera comunista. Lo que vemos no es liderazgo, es sumisión. Y eso daña no solo su figura, sino a toda la oposición.

Mientras ella busca perdones y permisos, los Republicanos —con todos sus errores— siguen siendo los únicos que no se han arrodillado ante los patrones de siempre. Y eso, en este Chile confundido, ya es un acto de coraje.

Y ojo: no todos los empresarios son iguales. Mientras algunos operan desde las sombras o desde las portadas, hay otros que actúan desde la convicción. Es el caso de Nicolás Ibáñez. No necesita cargos, ni cuotas, ni blindajes. No firma cartas ni dicta cátedras de moral. Presiona por unidad real, por listas únicas, por pactos por omisión. Y lo hace no por conveniencia, sino por Chile. Desde una plataforma distinta, sí. Pero con una claridad que hoy escasea incluso entre los llamados «líderes políticos». En lo esencial, Ibáñez se ha comportado como uno de los nuestros: un patriota con coraje.

No hay que darle más vueltas: al menos la mitad del país quiere unidad en la derecha. Y también ya se ha dado cuenta de quién es el líder que puede lograrla. El problema no está en la izquierda. Está en esa derecha elitista que prefiere perder a ceder el control. Esos son los verdaderos enemigos de la unidad.

Y en este contexto, el liderazgo no siempre se demuestra insistiendo. A veces, se demuestra sabiendo dar un paso al costado. Porque esto, lo que estamos viendo hoy, ya no es una candidatura. Es un vergonzoso y dantesco espectáculo.

Finalmente, con respecto a la pregunta al inicio de este blog:

La derecha tradicional se deja secuestrar porque perdió su alma. Cuando se prefiere agradar antes que incomodar, cuando se busca poder sin convicción, y cuando se teme más al qué dirán que a la mediocridad política, el resultado es una derecha que no lidera: solo administra lo que otros definieron.

¿Solución? Apoyar proyectos nuevos, con identidad y coraje, que no dependan del visto bueno de los mismos de siempre.

«Mientras el pueblo aún cree en ideales, en patriotismo, en causas, en amor a la patria… los de siempre solo cantan cuando hay poder o plata de por medio».

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