
Valores del Chile winner: El problema no sólo es mentir, es creer que todo vale
Por Patricio Segura, periodista y activista medioambiental.
Mucho se ha discutido sobre las fake news a propósito de los ataques que viviera la candidata de Chile Vamos desde cuentas vinculadas al Partido Republicano que respaldan a José Antonio Kast. Que la mentira no es forma de hacer política, que la big data y la inteligencia artificial están poniendo a prueba nuestra democracia, que la derecha y el empresariado sopesaron la gravedad del problema sólo cuando afectó a una de las suyas, que necesitamos enfrentar el dilema unidos como país.
Lo cierto es que, claramente, lo ocurrido con Evelyn Matthei no tiene nada de novedad. Es igualmente grave hoy como lo fue ayer cuando se utilizó contra los adversarios políticos de Chile Vamos. Incluidos entre estos un proceso en específico: según el medio Fast Check, tras verificar múltiples afirmaciones que se hicieron en el marco del primer plebiscito constituyente se constató que “un 64% resultaron ser falsas”. Dato no menor considerando que fue en parte por estas informaciones que el rechazo alcanzó el 62 % de los votos.
Ahí estuvieron que Chile ya no tendría himno ni bandera nacional o que el aborto se podría realizar hasta los 9 meses. Ojo, esto último afirmado por el otro Kast, Felipe el senador, quien hasta ahora sigue flameando por Evópoli, partido de Chile Vamos. Mentiras que tuvieron a una víctima recurrente: la presidenta de la Convención Elisa Loncon. No hemos escuchado reconocimiento alguno del sector de Evelyn asumiendo el error.
La idea de coherencia enseña que no te puedes indignar de algo sólo cuando a ti te afecta. Ni que te puedes desentender de tus dichos cuando el viento de los “me gusta” sopla en otra dirección.
Por eso, cuando hoy se rasgan vestiduras, es preciso recordar.
Rememorar, por ejemplo, que cuando se creó la Comisión Asesora contra la Desinformación en 2023 fue torpedeada por la derecha. En específico, por la Unión Demócrata Independiente: “Cámara manifiesta ‘extrema preocupación’ respecto a la comisión contra la Desinformación”. En un proyecto de resolución, que contó con la mayoría de los votos de quienes hoy se quejan, los diputados exigieron al Presidente “revocar el decreto del Ministerio de Ciencia que autoriza la creación de la instancia”. Y días previos, el Senado había aprobado un proyecto de acuerdo para solicitar al Tribunal Constitucional que declarara inconstitucional el espacio. ¿Con votos de quiénes? De la UDI, Renovación Nacional, Evópoli y Demócratas. Un mes después el TC rechazó tal requerimiento.
Aún así, en diciembre de 2023 la Comisión Asesora contra la Desinformación entregó su informe final, con una serie de recomendaciones. La escasa difusión del documento da cuenta del oportunismo político de esta discusión.
El tema no nos es ajeno.
Ya en 2016 exponíamos, con la columna “Máximo Pacheco: ¿La mentira como arma de acción política?”, que el ministro de Energía asumió ante la Cámara de Diputados compromisos que nunca estuvo dispuesto a cumplir en la tramitación del proyecto de Ley de Transmisión.
Un año después, en 2017, entrábamos de lleno al debate con el artículo “Recuento valórico post electoral: Estamos en la B” aludiendo a la estrategia de cierta izquierda: se trucó una fotografía de cierre de campaña de Sebastián Piñera para acusarle de falsear un lleno total de participantes (en la original el Caupolicán sí estaba repleto). En contrainteligencia se llama a aquello “estrategia de bandera falsa”: recurrir a artimañas para que parezca que el contrincante realiza acciones cuestionables.
Y en 2020, en “Un debate de mentiras”, aludíamos a un paradigma que valida la información falsa. El del todo vale para cumplir los objetivos. El de creer que el éxito sólo puede medirse con llegar a la meta y no por el proceso que nos llevó a ella. Pero en el mundo exitista actual, esta idea va perdiendo terreno.
Ningún sector político está exento de incurrir en tales prácticas. Lo importante, entonces, es la reacción que se tiene cuando son develadas. Y, más aún, cuando estas afectan al contrincante.
Así lo demostró el ex candidato presidencial republicano John McCain en 2008 cuando en pleno acto con sus adherentes una mujer afirmó que Barack Obama era “árabe”. Con decisión, el también senador por Arizona le arrebató el micrófono y le espetó: “No, señora. Él es un hombre de familia decente”. Al margen: obviemos, por un momento, la necesidad estadounidense de contraponer al concepto “árabe” la frase “familia decente”.
Regular la mentira y las informaciones falsas en redes sociales y los medios, de forma que dialogue con las libertades de expresión y prensa, es una aspiración legítima. Pero querer enfrentarla sin hacerse cargo de forma alguna de la base valórica e ideológica que las sustentan, sería hacerse trampa en solitario. Y hacer trampa, entiendo concordamos, nunca puede ser un ideal.