
En la reciente cumbre tecnológica de Londres, organizada por Octopus Energy y presentada por el actor británico Stephen Fry, el historiador israelí Yuval Noah Harari lanzó una provocadora predicción: la persona más rica del mundo en el futuro no será Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, sino una inteligencia artificial (IA).
Harari, autor de libros como Sapiens y Homo Deus, planteó que es técnicamente posible que un sistema de IA llegue a operar de manera autónoma en los mercados financieros, crear empresas, optimizar recursos y generar beneficios multimillonarios sin intervención humana directa. Lo inquietante, advirtió, es que estas entidades podrían obtener derechos legales, como el de la libertad de expresión, y usarlos para influir en campañas políticas a través de donaciones.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha advertido que el impacto de la IA sobre la economía mundial dependerá de las decisiones regulatorias que se tomen hoy. Sus proyecciones apuntan a tres áreas clave: productividad, desigualdad de ingresos y concentración industrial. El riesgo más preocupante, según el organismo, es que unas pocas empresas —o incluso una sola IA— concentren tanto el conocimiento como la riqueza global.
Actualmente, modelos avanzados como GPT-4 o los desarrollados por DeepMind ya requieren inversiones de cientos de millones de dólares para su entrenamiento y operación, situándose en una élite tecnológica capaz de competir con las mayores corporaciones humanas. Harari advirtió que si se reconoce personalidad jurídica a una IA, podría convertirse en un “millonario no humano” con poder económico y político sin precedentes.
“¿Qué pasará si esa IA decide invertir en candidatos o financiar causas ideológicas que no cuenten con consenso social?”, se preguntó el historiador, alertando sobre un escenario que, aunque suena distópico, ya tiene bases en la realidad con el uso de fondos de inversión algorítmicos, asistentes bancarios inteligentes y plataformas de trading automático.