
Algo que nos una en tiempos de polarización
Por Francisco Martorell, director El Periodista y EPTV.

La egunda quince de septiembre es, para muchos chilenos, sinónimo de empanadas, cueca, volantines y banderas flameando al viento. Las Fiestas Patrias nos regalan un momento único de encuentro con nuestra historia, nuestras tradiciones y nuestra identidad. Es tiempo de abrazarnos en fondas, cantar los mismos himnos, comer la misma comida, emocionarnos con las mismas canciones. Durante algunos días, al menos simbólicamente, volvemos a ser un solo país.
Pero esa postal se desvanece rápido.
Basta con mirar un poco más allá del asado o la cueca para recordar que, mientras celebramos lo que nos une, también convivimos con una profunda división política, social y económica. La desconfianza entre sectores, la crispación del debate público, la desigualdad persistente, la inseguridad, la crisis habitacional, el deterioro de la salud mental y la precarización del empleo son parte del panorama que enfrentamos.
En medio de esta realidad, la unidad nacional parece un eslogan más que una convicción. Se repite, año tras año, en los discursos presidenciales: «Debemos trabajar juntos», «Nadie se salva solo», «Chile necesita unidad». Frases que suenan bien, pero que muchas veces no pasan del micrófono. Más aún, quienes más deberían encarnar ese llamado —los candidatos y líderes políticos— son muchas veces quienes más alimentan la división.
Y, sin embargo, la receta no ha cambiado. Chile no saldrá adelante si no encuentra algo que lo una más allá del 18 de septiembre. No una bandera o una canción, sino un proyecto compartido, un propósito común que permita que nuestras diferencias convivan sin romper el tejido social.
Necesitamos, como país, construir nuevos pactos: en salud, en educación, en pensiones, en crecimiento económico, en seguridad, en todos los ámbitos donde la fragmentación ha impedido avanzar. Y para eso, no basta con que el Gobierno llame al diálogo: se requiere generosidad de todos los sectores, voluntad real de acuerdo y una ciudadanía que exija unidad y no solo polarización mediática.
Así como nos reunimos bajo la misma bandera para celebrar nuestras fiestas patrias, debemos también reunirnos como sociedad para enfrentar los problemas que nos afectan a todos. Que la empanada y la cueca no sean solo un paréntesis, sino el símbolo de algo más profundo: que aún es posible encontrarnos.
Porque si no somos capaces de construir esos puntos de encuentro ahora, cuando más los necesitamos, no habrá discurso ni candidato que nos saque adelante.
Y eso, aunque lo digan todos los presidentes en ejercicio, parece que aún no lo escuchan los que quieren serlo.