Debates presidenciales o la prensa y su deporte favorito de inventar ganadores

Por Luis Adolfo Breull, socio director VGB-Visión, Periodista UC- Cientista político.

En cada debate presidencial ocurre el mismo ritual. Los candidatos hablan, se cruzan, a veces responden y muchas veces esquivan. Y cuando el programa termina, los periodistas y comentaristas ya no analizan lo dicho, sino que buscan un marcador de goles o “ganó X, perdió Y”.

Lo curioso es que la ciencia política lleva décadas advirtiendo lo obvio. No existe evidencia empírica que permita afirmar que alguien “ganó” un debate y que ello cambió el rumbo electoral. Lo único que se puede medir son percepciones volátiles, encuestas instantáneas de metodología dispar y, sobre todo, los titulares que cada medio elige.

Se trata menos de constatación científica que de un reflejo del inconsciente editorial (del medio, su dirección, su equipo editorial, sus reporteros y el sesgo implícito de sus analistas). Los medios no muestran quién ganó, sino quién quieren que gane, fijando la agenda y decidiendo cuáles serán los criterios de evaluación de la ciudadanía (efecto priming).

Los debates, entonces, son menos un campo de batalla electoral que un espejo de cómo cada medio de comunicación construye su propia narrativa política.

Y ahí está la ironía, porque la gran victoria nunca es de un candidato, sino del periodismo que consigue vendernos la ilusión de que lo político se juega como un partido de fútbol, como una contienda de gladiadores, como una carrera de caballos.

Por ejemplo, desde siempre la cobertura mediática de los debates presidenciales no se limita a informar, sino a configura qué debe importar (agenda setting) y qué criterios se usarán para evaluar a los candidatos (priming).

Esto sustituye la constatación científica por una operación de framing editorial, como sucedió en EE. UU., con la serie de cuatro debates Nixon–Kennedy (1960). Los medios declararon ganador a Kennedy, apoyados en la percepción televisiva (joven, fresco, confiado), mientras Nixon aparecía demacrado y mal afeitado. Estudios posteriores demostraron que no existió un efecto causal directo en la votación, sino una amplificación mediática del contraste visual.

Entonces, tal vez la pregunta correcta no sea quién ganó el debate, sino qué debate ganó la prensa al imponernos su relato como si fuera ciencia.

Tema aparte es el formato de ring televisivo encorsetado, que anula toda posibilidad de profundización temática y de debate en serio, relevando el rol de los entrevistadores como si lo fundamental fuera ser agresivos e inquisidores en polémicas que la mayoría de las veces solo le interesan a los reporteros políticos y a los medios; muy lejos del interés y la capacidad cognitiva de las audiencias que ven estos programas para reforzar sus adhesiones más que para cambiarlas…

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

El Periodista