
Ford Galaxy presidencial: ¿Tradición o anacronismo?
En tiempos de transformación social, climática y tecnológica, la persistencia en ciertos ritos debe revisarse críticamente.
Cada 18 de septiembre, en el Te Deum ecuménico, y luego en la Parada Militar del 19, el Presidente de la República recorre parte de Santiago a bordo de un vehículo que parece salido de una película en blanco y negro: un Ford Galaxy de la década del 60, descapotable, brillante, y siempre impecablemente escoltado por una caballería que remite a una nostalgia republicana.
El auto, donado por la reina Isabel II durante su visita a Chile en 1968, es usado también en los cambios de mando y en otras ceremonias oficiales que requieren traslados cortos y un alto componente simbólico. Pero en pleno 2025, la pregunta inevitable es:
¿Tiene sentido seguir utilizando este vehículo? ¿Es una tradición loable o un símbolo que se aleja del Chile actual?
Problemas técnicos: Un clásico poco confiable
El Ford Galaxy es, sin duda, una joya automotriz. Un ícono de la ingeniería estadounidense de los años 60. Pero también es un vehículo con más de 60 años de antigüedad, lo que conlleva varios riesgos técnicos:
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Fallas mecánicas frecuentes: Aunque está mantenido por mecánicos especializados, un vehículo de esa época nunca ofrece la fiabilidad de los autos modernos. Una avería en plena ceremonia, o una falla en la transmisión, sería un bochorno institucional.
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Seguridad limitada: El Galaxy carece de airbags, frenos ABS, control de tracción y otras tecnologías básicas de seguridad pasiva y activa que hoy se exigen incluso en vehículos particulares. Transportar al Jefe de Estado, aunque sea a una velocidad reducida, en un auto sin estos elementos es, objetivamente, inseguro.
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Contaminación: El motor V8 del Ford Galaxy es altamente contaminante. En una época en la que Chile enfrenta compromisos internacionales de descarbonización y Santiago lucha contra los episodios críticos de smog, que el Presidente desfile en un vehículo con emisiones descontroladas contradice los mensajes ecológicos del propio gobierno.
Símbolo fuera de tiempo
Más allá de lo técnico, el uso del Ford Galaxy también carga un peso simbólico que puede resultar incómodo:
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Un vehículo de otro siglo: En un país que ha cambiado profundamente —en su composición social, en sus demandas, en su diversidad— que el Jefe de Estado se traslade en un auto clásico, de líneas pomposas y estilo monárquico, refuerza una estética elitista y excluyente, ajena a la cotidianeidad de la mayoría.
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Un regalo de una monarquía extranjera: Que el símbolo del poder presidencial sea un auto regalado por una reina, puede leerse hoy como una reliquia colonial, incluso si el gesto en su momento fue diplomáticamente correcto.
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Desconexión generacional: Para los jóvenes que no vivieron ni la dictadura ni los gobiernos de la transición, el Ford Galaxy no representa una tradición nacional, sino un fetiche antiguo y vacío. Muchos no saben quién fue Isabel II ni qué significa esa donación.
¿Y si innovamos con tradición?
Chile no necesita romper con la tradición para evolucionar. Existen alternativas que permitirían respetar el simbolismo ceremonial, pero adaptarlo al siglo XXI:
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Utilizar un vehículo eléctrico de fabricación nacional o regional, tal vez intervenido con elementos simbólicos (el escudo nacional, colores patrios, etc.), que represente la innovación y la sustentabilidad.
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Optar por un vehículo moderno que combine seguridad, eficiencia y accesibilidad, dando una señal concreta de que la autoridad no debe estar asociada a lo ostentoso, sino a lo funcional y coherente.
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Incluir en el proceso de elección del nuevo auto ceremonial una consulta ciudadana o una votación popular, que permita conectar este símbolo con las nuevas generaciones y sus valores.
¿Un país mirando al retrovisor?
En tiempos de transformación social, climática y tecnológica, la persistencia en ciertos ritos debe revisarse críticamente. El Ford Galaxy puede seguir exhibiéndose como parte del patrimonio automotriz nacional, en un museo o en desfiles especiales. Pero que siga siendo el vehículo presidencial del 18 de septiembre, podría ser visto —más temprano que tarde— como un síntoma de un país que prefiere mirar por el retrovisor que a través del parabrisas.
Porque las formas también comunican. Y a veces, hasta más que el discurso.