
Cuando se anunció la llegada de Francisco Vidal a la presidencia del directorio de TVN, muchos recordamos una de sus frases más célebres de su época como vocero de Gobierno: “Enciendo Chilevisión y me dan ganas de llamar al 133”, una crítica directa al sensacionalismo y al exceso de notas policiales en la televisión chilena de entonces.
Esa declaración, más allá de su tono irónico, abría la esperanza de que un canal público volviera a ser un espacio de buen periodismo, reflexión y contenidos de calidad. Un canal que informara sin gritar, que educara sin aburrir y que entretuviera sin caer en lo burdo.
Me ilusioné con la posibilidad de un TVN que no persiguiera el click fácil, que dejara de competir por el morbo y volviera a ocupar su lugar como referente cultural y periodístico del país. Pero esa esperanza se fue desdibujando con el paso del tiempo. No por la crisis financiera —que ya es parte estructural del canal estatal— ni por proyectos nuevos como el canal infantil que se anunció con bombos y platillos. Lo decepcionante fue otra cosa: la renuncia al buen periodismo, la falta de audacia, la ausencia de riesgo editorial y la repetición de rostros y fórmulas gastadas. Dar espacio en pantalla a personas lejanas a la idea de estimular el pensamiento crítico.
Vimos una televisión pública sin proyecto, sin alma, con programas sin identidad, con animadores que bien podrían estar en cualquier canal privado y, como emblema de ese extravío, a un Car Curo liderando un espacio con tibios tintes políticos, más cerca del lugar común que del debate de fondo. Ni hablar de los programas de juegos conducidos con la sagacidad de un huevo.
Vidal, que ha demostrado ser un gran polemista, un agudo académico y un narrador lleno de anécdotas, no logró —o no quiso— traducir su discurso en acción concreta. En el fondo, mostró que puede analizar bien la realidad, pero que le cuesta conducirla hacia un cambio efectivo. Y eso, en el contexto de una televisión pública, es especialmente grave. Porque TVN no puede darse el lujo de ser solo uno más. Tiene un mandato, tiene una historia, tiene una responsabilidad con la democracia.
Su intempestiva salida deja al canal nuevamente a la deriva, en un momento especialmente delicado: en plena campaña electoral y con una ultraderecha que amenaza con arrasar lo construido en materia de derechos y convivencia democrática. TVN debía estar a la altura, ofrecer una tribuna ecuánime, pero firme, un espacio para pensar el país, no para rellenar la programación.
Lo lamento. Por él, por nosotros, por el canal que alguna vez supimos tener. Y por la oportunidad perdida de devolverle al país una televisión pública que realmente lo represente.