
El «parásito» que acusa a los demás
Por Francisco Martorell, director de El Periodista y EPTV
Cristián Valenzuela tituló su columna “Parásitos”, en La Tercera, apuntando con el dedo a operadores políticos y funcionarios públicos que —según él— viven del Estado sin aportar nada. Una denuncia moralista que, sin embargo, se le devuelve como un espejo. Porque si tomamos su propia definición, él también pertenece al ecosistema que desprecia.
Valenzuela ha hecho toda su carrera al abrigo del poder político y estatal. Abogado de la Universidad Católica, exdirigente gremialista, asesor legislativo, exjefe de gabinete, académico en una universidad privada con fuertes vínculos políticos y —sobre todo— operador profesional de la derecha. No llegó desde el mérito individual ni desde la empresa privada: su influencia nace y se sostiene dentro del aparato político que hoy acusa de parasitario.
Fue jefe de gabinete de Rodrigo Álvarez, diputado y ministro durante el primer gobierno de Piñera; asesoró en la Fundación Jaime Guzmán, laboratorio ideológico del gremialismo; participó en las campañas presidenciales de Lavín, Golborne y Kast; y dirige hoy Ideas Republicanas, think tank del Partido Republicano y plataforma financiada, en parte, con recursos públicos o donaciones amparadas por exenciones tributarias.
Valenzuela vive de la política, la estudia, la diseña y la comunica. No produce, gestiona poder. Y eso no es condenable en sí mismo, pero sí lo es cuando se utiliza para predicar superioridad moral. Es fácil despotricar contra los “parásitos del Estado” mientras se ocupa un escritorio, se cobra un sueldo público o se goza de visibilidad gracias a la maquinaria institucional que se critica.
Su papel como principal consejero de José Antonio Kast lo confirma: es el cerebro detrás del relato, el redactor de los mensajes y el arquitecto del discurso de orden, patria y mérito. Es, en definitiva, un operador político, exactamente lo que dice detestar.
Valenzuela representa ese doble estándar tan propio del nuevo moralismo conservador: condenar los privilegios ajenos sin revisar los propios; hablar de austeridad mientras se vive del mismo sistema que se denuncia; acusar a los demás de ser parte del “Estado gordo” mientras se construye carrera y poder dentro de él.
El problema no es ser parte del engranaje político —la democracia necesita operadores, asesores y técnicos—, sino fingir que uno está por encima de él.
Si vivir de la política, influir en decisiones públicas y sostener redes de poder sin rendición de cuentas es parasitismo, entonces Cristián Valenzuela no es un cazador de parásitos: es uno de ellos. Un parásito con título, discurso y programa de televisión, pero parásito al fin.
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