Gaza, comienza el gran negocio

Por André Jouffé, periodista.

Tal como ocurrió entre 1944 y 1945, cuando Estados Unidos y sus aliados redujeron a polvo ciudades enteras de Alemania cuando la guerra ya estaba prácticamente ganada, lo mismo sucedió con Gaza, aunque esta vez el trabajo sucio lo hizo Israel.

Hoy vemos a cientos de miles de personas regresar a lo que solían ser sus hogares, esperanzadas en un cese del fuego definitivo, solo para encontrar que no queda nada.

Las exclamaciones en árabe se repiten, desesperadas: “¡No hay nada!”

Edificios, condominios, cités, sin distinción de clase social, han sido reducidos a escombros. Apenas un 25 por ciento de las construcciones sigue en pie.

Y en ese escenario devastado, el frustrado candidato al Nobel Donald Trump cumple su promesa de reconstruir Gaza sin intervención extranjera —con Israel forzado a retroceder a fojas cero— y de convertir la Franja en su sueño dorado: una especie de Miami Mediterráneo.

¿Quién paga la reconstrucción?
La respuesta es simple y brutal: los propios gazatíes.
Con mano de obra casi gratuita, los sobrevivientes levantarán sus propias casas a cambio de salarios miserables, en un sistema que roza la esclavitud moderna.

El negocio estaba diseñado desde antes.
Y, para quienes lo planearon, costó relativamente poco.

La segunda fase ya se asoma: determinar quiénes son realmente palestinos o gazatíes.
A quienes no logren demostrarlo, les espera un destino incierto.

El tema ha sido omitido por la mayoría de los medios, más por ignorancia que por mala fe, pero se percibe en el aire esa atmósfera filantrópica y calculada de Trump, deseoso de reconstruir Gaza para ganarse un Nobel indirecto, con el guiño de María Corina Machado, quien hasta ahora —aparte del premio— no le ha ganado a nadie.

Mientras tanto, en Israel, la política interna comienza a hervir: se multiplican las voces que exigen la salida de Benjamin Netanyahu, tras dos años de tensiones, incertidumbre y desgaste.
Así lo resume Liliana Pinkus, residente en Tel Aviv, en conversación con este columnista:

“Después de tanto horror, muchos quieren pasar página. Netanyahu se volvió un símbolo del estrés y los malos ratos de la vida cotidiana”.

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El Periodista