La edad de retiro más saludable: un debate desde la salud laboral

Por el doctor Francisco Javier Caballero Ortega, miembro de la Sociedad Chilena de Medicina del Trabajo (SOCHMET).

En Chile, la jubilación sigue discutiéndose casi exclusivamente desde la perspectiva financiera, olvidando que también es un tema de salud laboral y bienestar.

La ley establece que las mujeres pueden pensionarse a los 60 años y los hombres a los 65, aunque existen opciones de retiro anticipado en el caso de trabajos pesados. Sin embargo, al observar los datos de salud, la pregunta se vuelve más compleja: ¿realmente nuestros trabajadores y trabajadoras llegan en condiciones físicas y mentales para sostener la vida laboral hasta esas edades?

La “esperanza de vida saludable” en Chile bordea los 67–68 años, lo que significa que muchos llegan a la jubilación justo en el límite de sus mejores años de funcionalidad. Para quienes realizan labores altamente exigentes —como minería, construcción, agricultura o turnos nocturnos prolongados— mantener la productividad hasta los 65 años se traduce en un costo muy alto. La evidencia médica muestra que el trabajo en turnos se asocia a trastornos del sueño, alteraciones metabólicas, deterioro de la salud mental y mayor accidentabilidad. En estos casos, forzar a prolongar la vida laboral sin medidas diferenciadas es exponer a los trabajadores a un desgaste acumulativo que impacta su calidad de vida y la de sus familias.

La desigualdad también atraviesa este debate. En Chile, las personas con menores ingresos viven en promedio entre seis y diez años menos que quienes tienen mayores recursos. Se trata de los mismos trabajadores que enfrentan condiciones laborales más riesgosas, acceso limitado a salud preventiva y mayor exposición a factores dañinos. Pedirles que trabajen hasta la misma edad de jubilación que quienes desarrollan labores administrativas o intelectuales es perpetuar una injusticia estructural. El enfoque más justo sería fortalecer vías de retiro anticipado para quienes enfrentan mayor desgaste, acompañado de una mejor protección social.

El género añade otra capa de inequidad. Las mujeres tienen trayectorias laborales fragmentadas por el cuidado familiar, más prevalencia de depresión y ansiedad, y pensiones que en promedio son un 42,7% más bajas que las de los hombres. Obligar a extender su edad de jubilación sin reconocer los años de cuidado no remunerado ni ofrecer compensaciones reales en salud y previsión, constituye un daño tanto social como sanitario. La edad de retiro saludable para ellas debe considerar flexibilidad y mecanismos que reparen esas brechas.

La salud mental es otro punto ineludible. Chile presenta altas tasas de depresión laboral y burnout. El retiro muy tardío en contextos de sobrecarga puede agravar cuadros ansiosos y depresivos. En cambio, cuando la jubilación se da de manera voluntaria, con redes de apoyo y un proyecto vital claro, tiende a ser protectora. Un retiro forzado o postergado solo por necesidad económica, en cambio, tiene consecuencias negativas en la salud mental y en el sentido de vida.

El país enfrenta un rápido envejecimiento poblacional: el 14% de los chilenos ya tiene más de 65 años. Este escenario exige repensar la edad de retiro desde una mirada integral de salud, género y justicia social. No se trata de fijar una edad rígida, sino de construir esquemas flexibles que incluyan retiros graduales, compensaciones por trabajos pesados y cuidados no remunerados, y programas de jubilación activa que fomenten actividad física, aprendizaje y participación social.

La discusión sobre la jubilación en Chile no puede reducirse a los números de la pensión. Desde la medicina del trabajo, debemos poner en el centro la salud física, mental y social de los trabajadores y trabajadoras. Solo así podremos garantizar que los años posteriores al trabajo no sean una prolongación del desgaste, sino un tiempo real de vida saludable y digna.

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El Periodista