La trampa del mérito: Chile en la era de la autoexplotación

Por Marcelo Trivelli

Byung-Chul Han, recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias en Humanidades y Comunicación, ha descrito con precisión la paradoja contemporánea que él llama la trampa del mérito. En la sociedad del rendimiento, explica, ya no obedecemos a un poder externo, sino al mandato interior de rinde, destaca, supera. El verbo del siglo XXI no es “debes”, sino “puedes”. Y en esa positividad constante, el sujeto se explota a sí mismo creyendo que se realiza.

Chile encarna este modelo con disciplina. Décadas de neoliberalismo convirtieron el mérito en dogma: la pobreza es un fracaso individual y la prosperidad, una prueba moral. Se nos enseñó a ser “emprendedores de nosotros mismos”, incluso en medio de la precariedad, la incertidumbre y el endeudamiento. Lo que se presentaba como libertad terminó siendo una sofisticada forma de servidumbre.

Las encuestas más recientes reflejan este triunfo cultural del mérito. Según la Encuesta Bicentenario UC 2025, el 39 % de los chilenos considera que la mejor forma de progresar en la vida es esforzarse, capacitarse y trabajar duro, mientras que la Encuesta CEP N.º 93 (2025) muestra que un 54 % se ubica entre 7 y 10 en una escala donde el extremo superior representa la creencia de que el trabajo duro lleva a una vida mejor. Es decir, la mayoría cree que el destino depende de la voluntad personal.

Sin embargo, esa fe en el esfuerzo tiene un costo invisible. La misma Bicentenario revela que el 48 % de los chilenos se ha sentido solo durante la última semana y el 62 % no participa en ninguna organización o grupo social. La meritocracia promete movilidad, pero produce aislamiento; reemplaza comunidad por competencia. Como advierte Han, la autoexplotación es más eficaz que la opresión: somos amos y esclavos de nosotros mismos.

La victoria del neoliberalismo no radica solo en haber debilitado al Estado, sino en haber borrado la idea de comunidad como alternativa. Nuestros estudios, debates e incluso las encuestas están atrapadas en una falsa dicotomía: Estado o individuo. En ese marco binario, la comunidad —el espacio del cuidado, la cooperación y la confianza— desaparece del mapa. Nadie la mide, y sin embargo su ausencia explica buena parte del malestar que vivimos.

El éxito se privatiza y el fracaso se moraliza. Quien no “sale adelante” se culpa, como si la desigualdad fuera falta de voluntad. La empatía se erosiona y el descanso se vuelve sospechoso. Vivimos en modo rendimiento: producir, optimizar, compararnos. Han lo describe como “el cansancio del alma”, un agotamiento que no proviene del trabajo físico, sino de la imposibilidad de ser suficiente.

Frente a ese agotamiento, Han propone una rebelión silenciosa: la pausa, el silencio, la contemplación, el cuidado del otro. En Chile, esa resistencia puede tomar forma de comunidad: cooperar, conversar, recuperar el sentido de lo común.

La verdadera alternativa no es Estado versus individuo, sino comunidad frente a soledad. Mientras las encuestas sigan ignorando esa dimensión, seguiremos midiendo un país agotado que confunde la autoexplotación con virtud. El desafío no es trabajar más duro, sino vivir mejor: pasar del “yo puedo” al “nosotros podemos”. Solo así Chile dejará de ser un país del esfuerzo solitario para convertirse en una comunidad que respira.

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El Periodista