
Lula y Trump pasan del desprecio y ataques a tener «excelente química»
Que fuera Trump quien llamara a Lula después de llegar a decir que serían los brasileños los más interesados en hablar con él, puede servir como muestra de este cambio de paradigma del presidente estadounidense, que hasta ahora se ha caracterizado por enojar a casi todo el mundo.
El protocolo de Naciones Unidas propició hace dos semanas que en la octogésima Asamblea General los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de Estados Unidos, Donald Trump, en un lapso de apenas unos minutos, se redescubrieran –hubo «excelente química», dijo el de la Casa Blanca–, en una escena impensable meses atrás, en los que evidenciaron sus profundas diferencias y no en las mejores formas.
La relación comenzó a torcerse incluso antes de que Donald Trump regresará a la Casa Blanca en enero de este año. Durante aquella campaña presidencial, Lula dejó claras sus preferencias y declaró públicamente su apuesta por los demócratas, después de un periodo de buenas relaciones entre Washington y Brasil.
El abrupto retorno de Trump, con amenazas de sanciones y aranceles a todo aquello que apareciera en los mapas, y las simpatías del magnate hacia el expresidente Jair Bolsonaro terminaron por confirmar una crisis diplomática con pocos precedentes cercanos en más de 200 años de buena relación.
A lo largo de estas décadas, Brasil y Estados Unidos se han comportado como importantes aliados en infinidad de cuestiones, a pesar de las diferencias ideológicas entre las respectivas administraciones, sin embargo, las amenazas arancelarias han puesto en peligro esta histórica cordialidad.
Lula ha criticado a Trump que actúe como si creyera ser el «emperador del mundo» y cree que detrás de este «ataque a la soberanía» de Brasil –junto a India encara los aranceles más agresivos– está la sombra del clan Bolsonaro, con uno de sus hijos huido a Estados Unidos y haciendo proselitismo por estas medidas de coerción.
Unas sospechas confirmadas después de que Trump apuntara con sus sanciones hacia el juez encargado del caso por golpe de Estado contra Bolsonaro, Alexandre de Moraes, y acabara por confirmar en la Asamblea General de la ONU que las medidas impuestas a Brasil responden a esa supuesta persecución a la oposición.
Mientras se profundizaban las diferencias, entre bambalinas, Itamaray –Exteriores de Brasil– trabajaba en el acercamiento que finalmente se ha producido, aprovechando cierta flexibilización a la que se ha visto forzado un Trump, que ve cómo no le están saliendo las cosas como esperaba en este inicio de mandato.
Una apuesta por la diplomacia a la que no ha tenido más remedio que sumarse después de que el mercado interno estadounidense esté resintiéndose por la merma de las exportaciones de Brasil, uno de sus mayores proveedores, y que ha provocado entre otros efectos la «falta de café», como el propio Trump le reconoció a Lula por teléfono.
Que fuera Trump quien llamara a Lula después de llegar a decir que serían los brasileños los más interesados en hablar con él, puede servir como muestra de este cambio de paradigma del presidente estadounidense, que hasta ahora se ha caracterizado por enojar a casi todo el mundo.
EL BOLSONARISMO, A PIE CAMBIADO
La llamada de este lunes, con la promesa de verse personalmente pronto, deja atrás ese impasse diplomático en el que la oposición brasileña, especialmente los núcleos afines a Bolsonaro, habían visto en un principio como una oportunidad electoral con vistas a las presidenciales del próximo año.
Sin embargo, la condena de Bolsonaro, la denuncia contra su hijo Eduardo por intentar entorpecer la investigación desde Estados Unidos y el trabajo diplomático de Itamaray para resolver la crisis, ha hecho aún más incierto el camino de una oposición que no atina a encontrar un candidato adecuado para enfrentarse a Lula.
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