Modernizar el Servicio Militar: deber de estrategia y soberanía

Por Christian Slater E., coronel (R) del Ejército de Chile.

En el debate sobre la defensa nacional, suele hablarse solo de presupuestos o de contingencias políticas, olvidando que la verdadera fortaleza de un país nace de su capital humano y de la cohesión social.

El Servicio Militar, concebido como un deber cívico, hoy está lejos de ser un verdadero motor de formación ciudadana y estratégica.

No puede seguir siendo un período breve dedicado solo a aprender a disparar, marchar o realizar tareas básicas. Debe transformarse en una verdadera escuela cívica y técnica, que forme a los jóvenes en valores, disciplina y competencias útiles para el país y para ellos mismos.

Esa modernización es también un acto de soberanía: preparar a los futuros ciudadanos para servir a Chile, no solo en el campo militar, sino también en el desarrollo productivo y social.

Quienes hemos servido en las Fuerzas Armadas sabemos que el actual sistema tiene fortalezas desaprovechadas. Los soldados conscriptos ya reciben formación en disciplina, obediencia, respeto a la autoridad y normas básicas de primeros auxilios, orientación, transmisiones y mantenimiento. Además, gracias a la rutina y al entrenamiento físico, mejoran sus condiciones de salud, su resistencia y su estabilidad emocional, lo que los convierte en personas más confiables y resilientes.

En un contexto de semi-internado —pues durante el servicio viven de lunes a viernes en los cuarteles, con un régimen controlado, y regresan a sus hogares solo algunos fines de semana— se garantiza un entorno protegido, lejos de los riesgos y distracciones que a menudo afectan a los jóvenes en la vida civil.

Un ejemplo concreto de lo que se puede lograr es la experiencia pionera que impulsé en el sur de Chile, en la Macrozona Sur, donde se desarrolló un curso de guardaparques mediante un convenio entre una universidad, una unidad militar y un parque nacional privado.

Gracias a esa colaboración, los soldados pudieron cumplir con su servicio militar y al mismo tiempo egresar con una certificación técnica reconocida, que los preparó para trabajar en parques nacionales y áreas protegidas.
Ese modelo demuestra que es posible articular la defensa y la educación técnica, generando oportunidades para los jóvenes y aportes al país.

El mismo enfoque podría replicarse en otros ámbitos estratégicos: mecánica diésel, electricidad, enfermería, sanidad dental, higiene ambiental, telecomunicaciones, veterinaria, manejo de emergencias o conservación ambiental.

Los cuarteles y la infraestructura logística de las Fuerzas Armadas (FAMAE, ASMAR, hospitales institucionales, criaderos, centros de apoyo logístico) ofrecen instalaciones idóneas para estas prácticas.

Los soldados podrían terminar su servicio con un título técnico y experiencia laboral concreta, lo que fortalecería su inserción social y laboral.

A su vez, las propias instituciones de defensa podrían contratar a los mejores egresados, asegurando personal entrenado, disciplinado y comprometido.

Como señala el coronel (R) Arturo Contreras Polgati en su libro “Estrategia y Soberanía: Mitos y realidades de la lógica militar y la ideología de guerra”, “La defensa de un país no comienza en las fronteras: comienza en la educación cívica y en la fortaleza de las instituciones”.

Por eso, modernizar el Servicio Militar bajo esta visión no es un asunto militar, sino una política de Estado, de estrategia nacional y de fortalecimiento de la soberanía.

La historia reciente de Chile nos ofrece lecciones de verdadero sentido estratégico y de soberanía:

La Carretera Austral, que extendió la presencia del Estado a territorios remotos.

La regionalización y el traslado del Congreso Nacional a Valparaíso, que buscó descentralizar el poder.

La Constitución de 1980, aprobada y ratificada en sucesivos plebiscitos y que, pese a décadas de intentos de reemplazo, sigue vigente como marco fundamental.

La consolidación de la industria de defensa, como los vehículos blindados MOWAG, ensamblados y mantenidos en FAMAE, que aún hoy prestan servicio en la Macrozona Sur.

Y, en democracia, la rápida operación de despliegue a Haití en 2004, que en 72 horas llevó tropas chilenas a una misión de paz bajo mandato de Naciones Unidas, demostrando que la planificación estratégica y la coordinación civil-militar son posibles cuando hay decisión política.

Todas estas experiencias muestran que la estrategia y la soberanía no se reducen a las armas, sino que se construyen con visión de largo plazo, integración territorial, infraestructura, industria y capacidad de respuesta.

Del mismo modo, modernizar el Servicio Militar es hoy una decisión de estrategia nacional, que debería estar en el debate político y en los programas de gobierno.

Sin embargo, vemos con preocupación que ningún candidato presidencial lo menciona como prioridad, pese a que podría financiarse mediante un convenio entre el Ministerio de Defensa y el Ministerio de Educación, orientando recursos a un proyecto que es a la vez estratégico y social, en lugar de dispersarlos en políticas de corto plazo.

Y justamente en este momento especial que vive Chile, no se aprecia ninguna iniciativa seria de los candidatos presidenciales para proponer o impulsar una modernización profunda del Servicio Militar.

Es un vacío preocupante, porque el sistema actual, en su estado presente, ni convence ni atrae a los jóvenes, desaprovechando un potencial invaluable para el país.

Fortalecer el Servicio Militar con un enfoque cívico-técnico permitiría, además, construir ciudadanos lúcidos, como enfatiza el coronel Contreras, conscientes de su responsabilidad con la nación y capaces de contribuir a su defensa y desarrollo.

Esto ayudaría a cerrar la brecha entre la defensa, la educación y el mundo productivo, integrando a los jóvenes en un proyecto de país.

Si el pasado nos demuestra que la soberanía se puede fortalecer con visión estratégica y acciones concretas —como las obras de infraestructura, la regionalización, la industria de defensa o la respuesta ante emergencias—, hoy tenemos el deber de continuar esa senda mediante la formación de capital humano con valores, disciplina y capacidades técnicas.

Dejar las cosas como están es inviable, porque significa renunciar a preparar a nuestros jóvenes para los desafíos del siglo XXI.

Chile no puede seguir debilitando ni su reserva moral ni su defensa estratégica. Modernizar el Servicio Militar es una tarea urgente y posible, si hay visión, voluntad política y compromiso nacional.

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El Periodista