
En 1993, siendo director regional de TVN, me correspondió buscar una propiedad para instalar las oficinas de la empresa en Viña del Mar. Desde 1991 ocupábamos unas precarias dependencias en Salvador Donoso con Eleuterio Ramírez, en Valparaíso. La ubicación de la estupenda casa de Vista Hermosa, en Cerro Castillo, era ideal para un canal de televisión: contaba con una antena que conectaba directamente al transmisor de Agua Santa, oficinas de prensa en el centro de Viña y estaba a mano de Valparaíso por la avenida España.
Además, la casona ofrecía condiciones inmejorables para las instalaciones de un canal regional de televisión de la época, que iba a albergar a unos 15 profesionales. Negocié personalmente con el propietario la compra de la casa, un dentista jubilado que vivía allí solo con su señora, ambos de avanzada edad. Por supuesto, hacía rato que los hijos se habían ido y el inmueble les quedaba grande.
Recuerdo —sin tener que hacer cálculos sobre los montos que hoy se habrían cobrado por la venta— que el negocio, en términos de dinero, fue muy bueno. Casi increíble. Es cierto que la casa requería reparaciones, y sobre todo una importante inversión en mobiliario, implementación de equipos de televisión y la construcción de un estudio, lo que aumentaba el valor de la operación para nosotros; pero la verdad es que fue un excelente negocio.
Allí TVN concentró su operación regional, en tiempos en que le dábamos mucha importancia a la ubicación del Congreso, a solo diez minutos de la oficina. Transmitíamos noticiarios en directo en dos horarios, emitíamos programas de magazine y fuimos la plataforma comercial de muchos clientes locales que nunca antes habían tenido a sus marcas y productos en televisión.
Los años noventa y los 2000 fueron, sin duda, tiempos de grandes cambios, y TVN estuvo en ellos. Transmisiones de elecciones con largas jornadas, de madrugada a madrugada, por las pantallas y estudios de Cerro Castillo desfilaron todos los políticos, parlamentarios y autoridades de la época, pero también emprendedores, ciudadanos del interior, vecinos cualquiera que encontraron allí un espacio para ejercer su identidad local. Ese fue el desafío más hermoso.
Fuimos un grupo de profesionales excelentes, comprometidos con el proyecto de televisión pública que gestionó desde Santiago mi gran amigo Diego Portales. Pero no puedo dejar de recordar a varios más que fueron TVN en sus mejores tiempos.
Hoy el canal debe ajustarse a una nueva épica, volver sobre sus cimientos para ser lo que nunca debió dejar de ser: un canal público, con una programación que no compita necesariamente en el mercado del cuoteo publicitario —eso fue lo que nos llevó a la ruina—.
Es cierto que hace muchos años dejé el canal, todavía en sus mejores tiempos de los cuales me siento parte, pero aún mantengo firme mi compromiso y lealtad con la televisión que Chile necesita, simbolizada en esa vieja casona en venta, de la cual me siento eternamente orgulloso.
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