Feliz cumpleaños, exyerno del dictador

Julio Ponce Lerou celebró en Curacaví sus 8 décadas, rodeado de amigos, familia y cómplices.

Por Felipe Nogués, periodista.

Hay cumpleaños y cumpleaños. Están los que se celebran con torta de supermercado, vela torcida y familia apretada en un living chico. Y está el cumpleaños del exyerno del dictador, que podría soplar las velas mirando estados financieros, concesiones mineras y un mapa de Chile donde el litio brilla más que las estrellas de la bandera.

Porque no todos llegan a la tercera edad —o la que sea— con la biografía marcada por tres hitos tan singulares: enriquecerse en los 80, financiar la política “irregularmente” y convertirse, de facto, en el gran señor del litio. Hay quien junta tazas de souvenirs; otros juntan sociedades, PPM y querellas.

Imaginemos la escena. Tarjeta de saludo sobre la mesa:

“Querido exyerno del dictador:
Gracias por demostrar que en Chile la meritocracia existe: solo hace falta el mérito de casarse con la hija adecuada en el momento adecuado del régimen adecuado. Atentamente, la historia económica reciente».

La fiesta, por supuesto, no es cualquier fiesta. No hay piñata, hay holding. No hay payaso, hay directorio. En vez de globos, gráficos de barras mostrando cómo, mientras el país salía de la dictadura, algunas fortunas aprendían a correr en Fórmula 1.

El club exclusivo de los 80

En los años 80, mientras la mayoría hacía malabares con la inflación, el desempleo y el miedo, un pequeño grupo descubrió el verdadero sentido de “aprovechar la oportunidad histórica”. No hablamos de empezar un pequeño emprendimiento, sino de esa magia que solo la dictadura puede ofrecer: privatizaciones a la carta, información privilegiada como aperitivo, reguladores en modo decoración y un suegro que no era precisamente vendedor de seguros.

Y ahí estaba él, el yerno ejemplar. No destacó por romper récords olímpicos, ni por escribir novelas inolvidables, ni por inventar una vacuna. Destacó por algo mucho más rentable: estar en el lugar correcto, al lado del poder correcto, cuando el Estado decidió que ciertas empresas ya no debían ser del Estado, sino de… bueno, de “alguien”. Qué casualidad.

Financiar la democracia… a su manera

Años después, cuando Chile ya se miraba al espejo democrático y se peinaba para la foto internacional, la política empezó a recordar que no se vive solo de discursos: también se vive de boletas. Y facturas. Y asesorías tan creativas que ni la mejor pluma del boom latinoamericano habría podido describir.

En ese momento reapareció nuestro cumpleañero, no ya como el yerno del dictador, sino como el generoso “aporte privado”. Un mecenas de la transición, un verdadero filántropo de la democracia a la chilena: repartiendo recursos de manera tan irregular que hasta el Servicio de Impuestos Internos tuvo que ponerse los lentes.

La historia es conocida: correos, planillas, campañas que se financiaban con más imaginación que principios. Y siempre, en un rincón del cuadro, la misma firma, la misma empresa, el mismo origen de los fondos. No cualquiera puede decir que ayudó a financiar transversalmente el sistema político. Eso es verdadera vocación de servicio… propio.

Y la justicia lo entendió así y no castigó a nadie, salvo a los que se apresuraron a abreviar sus causas para salir cuánto antes y confesaron que se quedaron con el raspado de la olla.

El tío del litio

Pero si algo merece una ovación en este cumpleaños, es su rol como figura omnipresente del litio chileno. Ese mineral estratégico, “oro blanco”, clave para las baterías, la electromovilidad y todos los discursos de futuro sostenible, terminó, por esas misteriosas vueltas del mercado, orbitando durante décadas alrededor del mismo personaje.

Chile discute si nacionalizar, licitar, regular, diversificar o rezar. El litio es “de todos los chilenos”, pero las utilidades pasan por muy pocas manos. Y en la historia de esas manos, siempre reaparece el mismo protagonista, como ese tío incómodo que llega a todos los matrimonios, bautizos y funerales familiares, aunque nadie lo haya invitado formalmente.

Si el litio pudiera hablar, probablemente pediría cambio de tutor legal. O de familia controladora.

Una vela por la impunidad

¿Qué se pide cuando uno sopla las velas con ese currículum? ¿Más años de buenos negocios? ¿Nuevos gobiernos comprensivos? ¿Que la memoria colectiva siga siendo corta y distraída? ¿Que la palabra “dictadura” se vaya borrando lentamente, mientras solo queda “empresario exitoso”?

Tal vez el deseo ya se cumplió hace rato. Porque en un país donde las condenas se negocian, las multas se pagan con vuelto y el escándalo de ayer es la anécdota de mañana, envejecer con fortuna intacta y reputación a medias es casi un logro patriótico.

Mientras tanto, miles que nunca tuvieron suegro todopoderoso ni acceso a privatizaciones hechas a la medida siguen apagando velas en departamentos arrendados, con pensiones ridículas y trabajos inestables. Ellos sí creen en el esfuerzo, porque nunca les ofrecieron nada más.

Brindis final

Feliz cumpleaños, exyerno del dictador. Salud por los 80, por las boletas, por el litio y por este laboratorio llamado Chile, donde aprendimos que el “milagro económico” siempre tiene beneficiarios con nombre y parentesco.

Y salud también por la memoria, que aunque a veces se adormece, cada cierto tiempo despierta, repasa los apellidos, revisa las historias y se pregunta, con una mezcla de rabia y humor negro: ¿de verdad vamos a seguir soplando estas velas como si nada?


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