
Unión Española: perder también enseña
Hoy es tiempo de lamerse las heridas. De respirar hondo. De mirar hacia adelante sin renunciar a la identidad que ha sostenido a Unión durante más de un siglo.
Por Francisco Martorell, periodista e hincha hispano
Hay golpes que duelen más que otros. Y este, el descenso de Unión Española a la categoría B del fútbol chileno —apenas la segunda vez en su larga historia— duele hondo. Duele en el pecho, en la memoria y en ese lugar íntimo donde cada hincha guarda sus convicciones futboleras. Sí, duele. Pero, como suele ocurrir en la vida y en el fútbol, también enseña.
Porque esto —aunque cueste aceptarlo— nos recuerda una verdad elemental: en la vida se gana y se pierde. La historia, por gloriosa que sea, no otorga inmunidad ni privilegios permanentes. No garantiza éxitos ni rescata por sí sola a nadie del abismo. Y mucho menos en un deporte que se juega cada fin de semana, que cambia en un instante, que responde a dinámicas colectivas y no a títulos pasados.
Unión descendió. Pudo ser otro, porque en un juego de equipo nada está asegurado. Y como en toda caída, habrá quienes busquen responsables, nombres propios, decisiones erradas, momentos cruciales donde se perdió lo que parecía seguro. Seguramente hay de todo eso. Pero también hay algo más profundo: la conciencia de que un club no es una suma de individualidades sueltas, sino una tarea permanente, que exige trabajo, cohesión, solidaridad y sentido común en la búsqueda de una causa compartida.
El capitán del equipo dijo algo que es cierto: los que más sufren son los hinchas. Y claro que lo son. Son los que se levantan y acuestan con la camiseta puesta, los que viajan, los que no abandonan. Pero ese sufrimiento —legítimo, doloroso, real— no otorga licencia para cobrarle a todos ni insultar a quienes intentaron hacer su trabajo y no pudieron. A veces, simplemente, las cosas no resultan. Y el fútbol, que es sabio y cruel, te lo recuerda sin piedad.
Hoy es tiempo de lamerse las heridas. De respirar hondo. De mirar hacia adelante sin renunciar a la identidad que ha sostenido a Unión durante más de un siglo. Y es, sobre todo, tiempo de seguir disfrutando el fútbol. Porque aunque hoy toque jugar en otro escenario, en canchas distintas, con rivales que no estaban en el radar, el fútbol sigue siendo un deporte extraordinario. Inagotable. Capaz de doler, pero también de recomponer.
A pesar de todo, y como dijo un maestro, la pelota nunca se mancha. Y si alguna vez lo hace, se limpia con sudor, con trabajo, con lágrimas si es necesario. Y después se sigue. Se juega. Se aprende. Se vuelve a intentar.
Unión Española ha caído. Pero no ha terminado. Ningún club lo hace por un descenso. Lo que viene ahora es otra batalla, otro capítulo, otro modo de reconstruir. Y allí, como siempre, estarán los hinchas, los verdaderos, los que saben que la grandeza no se mide solo por los títulos, sino por la capacidad de levantarse después de caer.
Porque el fútbol —para quien lo entiende de verdad— siempre, siempre da revancha.
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