
Vías ¿públicas?
No es posible seguir normalizando que las vías públicas, financiadas por todos mediante impuestos y patentes, queden secuestradas por usos particulares, religiosos, comerciales o de simple conveniencia, amparados en la escasa o nula fiscalización.
Por Rodrigo Reyes Sangermani, periodista
Quisiera compartir una reflexión sobre el uso —y, lamentablemente, el abuso— de los espacios públicos en nuestro país, motivada por dos hechos recientes y persistentes.
El primero es el cierre total de la Ruta 68 por la procesión de la Virgen de Lo Vásquez, una tradición respetable, pero que no puede seguir significando la interrupción completa de una de las vías más importantes de Chile, impidiendo el traslado entre Santiago y el Gran Valparaíso a cientos de miles de personas. No se trata de cuestionar la fe de nadie, sino de preguntarnos si es razonable que un acto devocional —por valioso que sea para sus participantes— paralice por horas una carretera estratégica, afectando a trabajadores, familias y servicios esenciales. El espacio público es de todos, no de quienes logran ocuparlo primero o con mayor fuerza de costumbre.
Similar caso ocurre los días 19 de cada mes, con el día de san Expedito en Reñaca, donde la vocación popular pareciera ser legítima excusa para hacer una excepción en las leyes del tránsito y se permita estacionar donde no se debe o detenerse en plena curva que da hacia Avda. Vicuña Mackenna para tomar y dejar pasajeros con el desprecio a una inmensa mayoría que circula en el sector, en una zona particularmente sensible en la conexión entre las comunas de Concón y Viña del Mar
El siguiente ejemplo es más cotidiano, pero igual de elocuente: la situación en la calle 6 Oriente de Viña del Mar, entre 14 y 12 Norte, donde talleres mecánicos y comercios han extendido sus actividades hacia la calzada como si se tratara de su propio patio. Conos, autos estacionados, carteles y maniobras en plena vía ocupan uno, dos e incluso tres carriles, en abierta transgresión a las señales de tránsito que prohíben estacionar en ese tramo. Lo más preocupante no es solo la apropiación indebida del espacio común, sino la complacencia de la autoridad, rigurosa para multar a algunos —por ejemplo, a quienes se detienen mal frente a la Dirección de Tránsito— y sorprendentemente ciega a unos pocos metros, donde el incumplimiento es escandaloso y permanente.
No es posible seguir normalizando que las vías públicas, financiadas por todos mediante impuestos y patentes, queden secuestradas por usos particulares, religiosos, comerciales o de simple conveniencia, amparados en la escasa o nula fiscalización. Recuperar el espacio público es recuperar la convivencia, la igualdad ante la ley y la mínima idea de ciudad compartida.
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