
No Pato Navia, no se puede decir cualquier cosa
Por Francisco Martorell Cammarella, director de elperiodista.cl, EpViajes y EPTV.
El episodio que vivió anoche Jeannette Jara, al relatar en televisión abierta la muerte de su esposo en 1996, nos devuelve a una discusión pendiente en la esfera pública: el uso de las redes sociales, los límites del comentario político y el mínimo respeto que deberíamos esperar entre personas adultas, más aún si son figuras con formación académica y roles públicos como el del cientista político Patricio Navia.
Hace algunos meses, Navia insinuó que el exmarido de la entonces ministra y hoy candidata presidencial había muerto “en combate” y le exigió, a través de la red X, que explicara públicamente las circunstancias del fallecimiento. No la etiquetó, como si eso lo eximiera de la agresión, pero el mensaje era directo. Una insinuación cargada de malicia, de tono inquisidor, que dejaba la sospecha flotando.
“Es de interés público saber el nombre del primer esposo de Jeanette Jara que murió cuando ella tenía 21 años.¿Murió atropellado? ¿Enfermedad? ¿En combate? ¿Asesinado?La gente tiene derecho a la privacidad. Los candidatos presidenciales deben transparentar esa info»
Jara, en su momento, respondió con dignidad y dureza. Dijo que su comentario era “miserable” y que la había dejado profundamente afectada. Anoche, con la serenidad de quien ha aprendido a convivir con el dolor, contó que su marido se suicidó cuando ella tenía apenas 21 años. Lo hizo frente a las cámaras de TVN, no para buscar compasión, sino —me parece— para poner fin al morbo y hacer un gesto de apertura valiente. También, quizás, para marcar un límite: no todo vale en política, ni en redes sociales, ni en la opinión pública.
El episodio debería hacernos reflexionar. Porque cuando alguien como Patricio Navia —académico, columnista, hombre de postgrados, formador de opinión— cae en este tipo de especulación indolente, estamos frente a un problema más profundo que el simple «troleo». Es la evidencia de cómo el debate público se está contaminando con prácticas mezquinas, con la cultura del golpe bajo y con una impunidad disfrazada de libertad de expresión.
Navia no es un “troll”. Es un profesional que se sienta en paneles de televisión, dicta clases en universidades y escribe columnas en medios nacionales. Tiene, por lo tanto, una responsabilidad superior. Más que nadie, debería saber que una insidia, un dato malicioso, una pregunta disfrazada de inocencia puede causar un daño irreparable. Sobre todo cuando se trata de temas tan personales y dolorosos como la muerte, y más aún, el suicidio.
Las palabras importan. Las intenciones también. Y cuando se utiliza una red social para sembrar sospechas sobre un hecho íntimo, sin contexto, sin prueba, sin humanidad, lo que se está haciendo es erosionar los fundamentos mismos del respeto que debería sostener la conversación democrática.
En tiempos en que la política se encuentra en crisis, en que el descrédito es profundo, es aún más urgente elevar el debate, no rebajarlo. Y para eso necesitamos voces críticas, sí, pero también responsables. Opinólogos que piensen antes de postear, que comprendan la diferencia entre fiscalizar y acosar, entre disentir y humillar.
Jeannette Jara ha demostrado coraje al hablar de una herida personal en medio de una campaña presidencial. Lo ha hecho sin esconderse, sin pedir clemencia. Sólo poniendo en evidencia lo que nunca debió ocurrir: que alguien, amparado en su visibilidad y prestigio académico, creyera que tenía derecho a exigirle explicaciones sobre una tragedia que no le pertenece.
Este no es un llamado a la censura. Es un llamado a la conciencia. A la responsabilidad de quienes, como Patricio Navia, tienen influencia en la opinión pública. Porque no, no se puede decir cualquier cosa. Y mucho menos cuando lo que se está poniendo en juego no es un argumento, sino la humanidad del otro.
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