Maldigo a los hombres

En el día internacional del género.

Por Francisco Martorell, periodista

Maldigo a los hombres. No por despecho ni por resentimiento, sino por la evidencia dolorosa y cotidiana de lo que nuestro género ha sido capaz de hacer.

Maldigo a los hombres porque acosan, miran lascivamente, agreden y matan. Porque violan, física y simbólicamente, el espacio y la dignidad de las mujeres. Maldigo a un género que ha dominado sobre otro durante siglos, imponiendo sus deseos, llenando al mundo con su inseguridad y frustraciones.

No es una época ni una moda. Es una forma de ser. Una forma de estar en el mundo que cambia de rostro según el contexto, pero que se mantiene igual en esencia. En público se disfraza de respeto, de cortesía o de falsa modernidad, pero en privado —cuando estamos solos— se mofan, se felicitan, comparten fotos, descalifican. Hablan de las mujeres como si fueran trofeos o errores. Piensan, casi siempre, de la cintura para abajo.

No se trata de inteligencia, ideología o clase social. No hay título universitario ni discurso progresista que los salve. La violencia masculina es transversal. Nace de una educación que premia la dominación y castiga la empatía, de una cultura que aplaude la conquista, pero desprecia la ternura. Mi género ha hecho y sigue haciendo daño, y lo peor es que lo sabe.

Maldigo a los hombres que no pagan pensiones alimenticias, que abandonan a sus hijos e hijas, que se desquitan con sus exmujeres usando el poder económico o el chantaje emocional. Maldigo al hombre que humilla, que impone, que se cree dueño porque el sistema le ha dicho que lo es. Ese hombre que se excusa en su biología, que dice que “no puede evitarlo”, que culpa al alcohol, al estrés o al amor.

Y también maldigo a los que callan. A los que miran hacia otro lado cuando un amigo acosa, cuando un colega abusa, cuando un hermano golpea. Porque su silencio es cómplice. Porque el que no detiene, permite.

Maldigo a los hombres, sí, a este género, el mío. Y sin embargo, lo digo, no me alcanzará una vida para pedir perdón por ellos. Por todo lo que este género ha hecho y sigue haciendo, por la vergüenza de pertenecer a él. Por las heridas que cargan las mujeres, por las vidas robadas, por la impunidad que se perpetúa bajo la excusa del “no todos somos iguales”.

Quizá algún día el verbo “maldigo” deje de tener sentido. Pero para eso falta mucho. Falta que los hombres —todos— se miren de verdad, sin máscaras, sin excusas, sin miedo. Y asuman, al fin, el peso histórico de su violencia. Hasta entonces, seguiré maldiciendo.

Y me maldigo a mí, también, por los micro y los macromachismo en los que caigo, por haberme definido feminista, cuando solo he tratado de serlo y he estado lejos de lograrlo, por aprender tan lentamente y, especialmente, por no haber levantado antes mi pluma para denunciar esta dramática realidad milenaria.

#diainternacionaldelhombre #machismo

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El Periodista