Agregar no es Deliberar

SilvaEn el país de lo políticamente correcto el video es malo, falla en el mensaje, pero por muy malo que sea no deja de decir la verdad y como decía Serrat “nunca es mala la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Por Matías Silva Alliende, abogado

Camino por el andén de una estación de nuestro Metro capitalino. Me acuerdo de una canción de UPA! que se llama Santiago: “En la soledad del metro la miseria no se ve, pero basta escoger la estación”. Una niña sentada en el suelo cuenta monedas y las apila. Alrededor de ella revolotean dos niñas menores que ella, parecen ser hermanas. Los cerros de Valparaíso se queman y la desigualdad arde por los cuatro costados. El Gobierno saca un video señalando que la reforma tributaria es para Chile y el empresariado y sus parlamentarios dicen que éste fomenta el odio social porque hace mención a los más poderosos.

En el país de lo políticamente correcto el video es malo, falla en el mensaje, pero por muy malo que sea no deja de decir la verdad y como decía Serrat “nunca es mala la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Hemos escuchado que el programa no es la Biblia, ni el Corán, ni una camisa de fuerza y que hay que tener cuidado con el uso del lenguaje. Incluso más el Senador y Presidente de la Democracia Cristiana, Ignacio Walker, apeló al concepto de democracia deliberativa.

En el mundo político hacen fortuna a veces rótulos que en el lenguaje académico tienen un cierto contenido y, sin embargo, al pasar a la vida corriente ven difuminarse sus contornos hasta no saber ya bien qué significan. Éste es el caso de la «democracia deliberativa». Cierto que en su larga historia la democracia se ha visto acompañada de calificativos como directa, indirecta, representativa, elitista, participativa, pero el que hoy está de actualidad, en la vida académica y en la política, es el de deliberativa.

El punto de partida en una sociedad libre es el desacuerdo y no hay sino tres caminos para llegar a una decisión común: la imposición, que no es un procedimiento democrático; la agregación de preferencias o de intereses, que se suman en público y se sigue lo que decida la mayoría; o la deliberación, que pretende transformar públicamente las diferencias para llegar a una voluntad común. David Crocker dice: “el agregacionista está convencido de que los ciudadanos forman sus preferencias e intereses en privado, y después en público no pueden hacer sino sumarlos y optar por la voluntad de la mayoría; mientras que el deliberacionista cree posible formar una voluntad común a través de la deliberación, no sobre todas las cuestiones, pero sí sobre algunos asuntos de justicia ineludibles”.

El deliberacionista entiende entonces la deliberación como una piedra filosofal capaz de transformar afirmaciones como «yo prefiero esto» o «me interesa aquello» en «queremos un mundo en que tal cosa sea posible». Es el paso del «yo» al «nosotros» a través de la formación democrática de la voluntad. Por eso, a la hora de tomar decisiones vitales que afectan a todos, quien defiende la democracia deliberativa valora sobre todo el momento de las propuestas, el intercambio de argumentos y justificaciones para avalarlas, el acuerdo entre las partes acerca de qué compromisos adquiere cada una para llevar a cabo lo que le corresponde y actuar conjuntamente; mientras que el defensor de la política agregativa incide sobre todo en la decisión final, que normalmente se toma por votación.

Como dice Gargarella, la concepción deliberativa de la democracia es una postura contraria al elitismo porque rechaza el criterio según el cual alguna persona o grupo de personas se encuentran capacitadas para decidir imparcialmente en nombre de todos los demás. Para Walker la clase política es la responsable del gobierno y sostiene que la ciudadanía debe contentarse pura y exclusivamente con hacer sentir su voz periódicamente, a través de la elección de sus representantes. De hecho, la Constitución misma permite entrever ese dejo elitista, cuando afirma el principio de que el pueblo no delibera ni gobierna, sino por intermedio de sus representantes.

En la idea de democracia deliberativa se adopta una postura normativa contraria a la del elitismo. Según el principio que aquí se asume, es valioso y deseable que la ciudadanía delibere, a los fines de decidir adecuadamente los rumbos principales de la política. En este caso, la intervención permanente de los ciudadanos en el proceso de toma de decisiones es vista como una condición necesaria del sistema democrático. Por ello, dicha intervención debe ser alentada y no restringida, como parece suceder en el caso anterior.

Desde la lógica de quien se erige como defensor de la clase media y las pymes, se puede decir que a la hora de tomar decisiones, conviene aumentar las negociaciones con los sectores supuestamente más afectados, pero sin modificar el funcionamiento del Congreso Nacional, ni tampoco las estrategias de los partidos o la incidencia de los ciudadanos en la vida política. Con lo cual se da por bueno que la política agregativa es insuperable, que los diálogos pueden ser a lo sumo negociaciones de intereses en conflicto y no un medio de transformar preferencias privadas en metas comunes. De donde se sigue que puede haber a lo sumo poliarquía, como decía Robert Dahl, pero no democracia.

Pero es posible también seguir creyendo en que los ciudadanos pueden hacer algo más que sumar intereses y atenerse a la mayoría, que son capaces de convertirse en un pueblo con aspiraciones compartidas y propósitos comunes en cuestiones de justicia (reforma tributaria y educacional). Para convencerse de ello es preciso ir a las bases, cuando hay en ellas experiencia de deliberación: a los comités en las distintas esferas de la vida social, cuando tratan de encontrar con argumentos lo mejor para sus beneficiarios; a los hospitales y centros de salud, a las universidades y escuelas, a los municipios, a los sindicatos y también a las asociaciones de funcionarios públicos; a todos estos lugares cuando se toman en serio las metas por las que existen, no contentándose con la negociación y la suma de intereses.

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