Juan Pablo Cárdenas. "Si sigues hablando, te van a matar"

juanpablocardenasEl Premio Nacional de Periodismo 2005, acaba lanzar un libro donde cuenta detalles de las amenazas que ha recibido por sus denuncias de lo que vio en México, revela la pataleta de Enrique Correa cuando Foxley se allanó a solucionar el problema económico de las revistas que se opusieron a Pinochet y relata por qué la ministra Chevesich lo citó a declarar en relación al narcotraficante Amado Carrillo.

Por André Jouffé Louis

El jueves 7 de mayo fue presentado por Faride Zerán y Manuel Guerrero en el Café Literario del Parque Balmaceda, Comuna de Providencia, el opus seis del columnista de “El Periodista, Juan Pablo Cárdenas Squella: “Peligro para la sociedad” (Editorial Random House).

El Premio Nacional de Periodismo 2005, director de la Radio de la Universidad de Chile y catedrático de la Escuela de Periodismo de la casa de Bello, recorre en forma autobiográfica hitos sobresalientes de su vida profesional, los avatares que le significaron en lo personal y familiar el gobierno militar, al tiempo que desenmascara con profundidad aspectos del quehacer político y mediático de la Concertación que adelantó de alguna manera en su obra previa “Un libro para incomodar” (Ed. Universidad de Chile, 2008).

La obra de 200 páginas se lee con fluidez y descarga su artillería con fuerza en contra de ciertos personajes que considera nefastos en la política chilena; más al interior de la Concertación que en la Alianza. Saltan a la palestra sin ambages nombres emblemáticos como el de Ricardo Lagos y Enrique Correa a quienes deja bastante mal parados.

A continuación, algunos párrafos marcados del libro.

“EL GUATON CORREA”

El “guatón Correa”, como todo el mundo denomina a ese tenebroso personaje de la política post pinochetista, quiso distraernos con la idea de que no insistiéramos en la ayuda holandesa (ofrecida a la revista Análisis y otros medios en democracia para subsistir), que él andaba gestionando una ayuda aun más suculenta por parte de Italia para la prensa democrática. Una promesa en la que no creímos y que obviamente nunca llegó o, si llegó, tuvo otro destino.

Pese a que aún manteníamos los más altos tirajes, tampoco tuvimos la posibilidad de acceder a los avisos de la empresa privada, que hasta ahora discrimina ideológicamente al definir sus campañas publicitarias.

Prohibida la ayuda exterior y sin avisos, empezamos a tener dificultades financieras, toda vez que ya se hacía imposible mantener los modestos sueldos del periodo de la dictadura. Fue entonces, un día viernes, cuando los tres directores de las revistas (El Fortín ya había cerrado) visitamos al ministro de Hacienda Alejandro Foxley, ex canciller, para contarle nuestras penurias y sobre todo lo que nos había ocurrido con el ofrecimiento holandés.

-No puedo creer lo que me cuentan –dijo–. Me parece de una ingratitud increíble. Nosotros estamos aquí gracias a ustedes, a la lucha que dieron… Déjenme, que yo

voy a arreglar esta situación. Inmediatamente, el ministro hizo subir a su despacho a Pablo Piñera, su subsecretario, a quien instruyó (después de secretearse unos minutos) para que a cuenta de publicidad del Estado nos hiciera una sólida contribución.

-¿Cuánto les habían prometido los holandeses? –preguntó.

-En el caso de Análisis, 500 mil dólares…–contesté

-¿Les parece que les dé lo mismo a cada
medio…?

-Por supuesto –le contestamos casi al unísono. -Claro que no podemos darles todo de una vez. ¿No les afecta mucho que se los demos en dos o tres cuotas?

-Para nada, señor ministro –le dijimos, disimulando nuestra dicha.

-El lunes tomen contacto con Pablo para entregarles la primera cuota y, ¡por favor!, esto queda entre nosotros… Los veo muy estresados, amigos. Ahora, relájense y váyanse a tomar un trago a mi salud.

No recuerdo quién pagó los tragos, pero desde luego brindamos por él, y no solo una vez. De ahí, dejamos pasar el lunes, pero el mismo martes me puse en contacto con Pablo Piñera, quien atarantado con la palabra, me dijo por teléfono:

-Cagamos. Las paredes del Ministerio tienen oídos. No podremos darles lo prometido. El gobierno nos prohíbe de manera terminante pasarles plata… Correa los va a llamar. Lo siento… -así, parco y brutalmente.

Pero más terrible fue el propio Enrique Correa, que nos citó a su despacho en La Moneda para retarnos de manera virulenta y a puertas cerradas:

-Son unos miserables. Qué se creen de haber ido donde el ministro de Hacienda… ¿No saben que soy yo el ministro encargado de las comunicaciones? Ahora, friéguense, por huevones.

-Es que en nuestra desesperación ya no teníamos a quién recurrir… –nos defendimos.

-No hay nada más de qué hablar…– dijo

Fue tanta su ofuscación, que se paró y al volver a sentarse resbaló del sillón y con toda su voluminosa masa corporal terminó en el piso. Y ya no hubo más de qué
hablar con él y cada una de las revistas buscó su propio derrotero.

AYUDA CON CONDICIONES

Quiso el diplomático (Barnes) darnos una importante noticia: el gobierno estadounidense activaría el fondo de ayuda a Chile que había sido bloqueado por la Enmienda Kennedy y que durante esos años había acumulado ingentes recursos.

El gobierno de su país quería con esto apoyar la democratización de Chile, por lo que se proponía repartir dineros a los partidos, agrupaciones sindicales y medios de comunicación. Lo concreto es que nos ofreció a Análisis una atractiva oferta de un millón de dólares, cifra que era mucho más de lo que alguna vez imaginamos para consolidarnos definitivamente como medio de comunicación. Pero el embajador nos dejó muy en claro que para recibir esa generosa donación debíamos comprometernos a excluir de la revista al Partido Comunista y a los columnistas o articulistas de la izquierda más radical y que integraron el Movimiento Democrático
Popular (MDP).

Esta entidad se formó obligadamente después de la Alianza Democrática integrada por la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y otra serie de partidos y agrupaciones bajo los auspicios del Departamento de Estado y la propia misión diplomática de Estados Unidos en Chile.

Desde luego que rechazamos la oferta del embajador. Nuestra revista se había destacado en la promoción de la unidad política y social de todos los disidentes y nos parecía una inconsecuencia grave optar por uno de los grupos, como hacernos cómplices de cualquier exclusión, de esa tajante fractura que se impuso como condición para apoyar la llamada apertura democrática.

AMENAZAS Y RENUNCIA A LA DIPLOMACIA

Renuncié a mi cargo (agregado de prensa en México) antes de que asumiera el gobierno de Ricardo Lagos. Ostensiblemente me negué a aportar dinero para su campaña porque no me proponía votar por él y porque consideré un abuso que a quienes trabajan en las embajadas se les pida una colaboración monetaria, como advirtiéndoles que se prodiguen si quieren mantener sus cargos o recibir un atractivo destino diplomático. En mi estadía en México tuve ocasión de conocer de cerca las operaciones que se hicieron para convenir con la empresa Tribasa la construcción de las nuevas carreteras que se impulsaron durante los años en que Lagos ofició de ministro de obras Públicas de Eduardo Frei.

De su asesor Rodrigo Moraga recibí, incluso, el encargo de averiguar sobre la solvencia de esta entidad mexicana que ya se había favorecido de las irregulares concesiones otorgadas durante el corrupto mandato de Carlos Salinas de Gortari.

Existía en La Moneda la sospecha de que esta empresa constructora estuvieracomprando con coimas las concesiones otorgadas por el Ministerio de obras Públicas, luego de que el propio presidente de la entidad, David Peñaloza, se ufanara de la amistad con Ricardo Lagos y de haberle enviado mucho dinero para su próxima campaña electoral, como yo mismo lo escuchara en una recepción.

A posteriori, dejé consignado esto en el informe que remití sigilosamente por valija diplomática al despacho presidencial, junto con la evaluación que emitió nuestro agregado comercial sobre la precaria solvencia de la empresa. De hecho, Peñaloza huyó a España, donde fue detenido y extraditado a México, para ser juzgado por su país.

Pero la ministra Chevesich realmente me citó a raíz de un anónimo que recibió desde Suecia, en el que se le sugería llamarme a declarar porque yo sabía mucho sobre otra extraña situación vivida en México y que pudiera conectarse con el objeto de su investigación. En efecto, encargado por el embajador Maira, tanto el cónsul Sergio Verdugo como yo nos desplazamos hasta el penal de Puebla para conversar con un reo condenado que nos dijo haber sido un fiel colaborador del narcotraficante Amado Carrillo, quien acababa de morir en el quirófano de una clínica mexicana cuando era sometido a una drástica cirugía estética.

Según el testimonio de nuestro interlocutor (un médico de origen cubano, pero nacionalizado mexicano), el famoso “Señor de los Cielos” había concurrido a su país a someterse a una cirugía, después de permanecer algunos meses en Chile regiamente instalado con su familia, sus amigos y guardias de mayor confianza en una operación apoyada, según aquel reo de Puebla, por un subsecretario de Estado y con la complicidad de otros políticos, abogados y funcionarios públicos. El informante nos ofreció todo el relato a cambio de veinte mil dólares para procurarse su seguridad en el penal, ahora que su vida corría peligro por la muerte de su jefe.

Atónitos con el ofrecimiento, le pedimos dos o tres pistas para cerciorarnos de que no se trataba de un engaño y de que en realidad podría proporcionarnos una información que destapara la que, en efecto, había sido una operación espectacular.

Por lo que se ha sabido posteriormente, esta incluyó la adquisición de numerosas residencias, coches, armas y otros enseres de un conjunto de mexicanos que, curiosamente, alcanzaron a escapar de Chile y hacerse humo luego de la muerte de Carrillo. Cuando la prensa lo descubrió, de hecho dio cuenta de que éste y sus cómplices alcanzaron a instalarse en Chile sin ningún contratiempo, donde permanecieron hasta la muerte del cabecilla, tras su nostálgica decisión de volver a México para cambiar de rostro.

Desde luego que las pistas eran verosímiles, por lo mismo que se desplazó a México el abogado del Ministerio del Interior Gustavo Villalobos (hoy jefe de la Agencia Nacional de Inteligencia) y otra profesional del Consejo de Defensa del Estado, que solo quería cerciorarse de que las visas de trabajo y cédulas de identidad chilenas otorgadas a los narcos habían sido expedidas por nuestro consulado, como habría correspondido hacerlo por el origen de los mismos. En una reunión a puertas muy cerradas en la embajada, relatamos a los visitantes nuestra experiencia en Puebla y sugerimos que el gobierno otorgara el monto solicitado por el reo para descubrir esta operación. Con tanta ingenuidad, que el propio Villalobos, el mismo con el cual había estado recluido dos veces en Capuchinos, me dijo amistosamente en mi oficina que mejor “no me metiera en las patas de los caballos”, porque jamás nos remitirían el dinero solicitado; que este sería un escándalo de proporciones, pese a lo cual él hablaría con el propio ministro del Interior para solicitarle el monto señalado.

En verdad se trataba de una cifra que a todos parecía muy discreta en relación al servicio que se ofrecía. Los emisarios del gobierno y del Estado lograron acreditar que nuestro consulado en México no había otorgado los documentos señalados.

Estos se habían emitido de manera irregular desde el consulado de Chile en Mendoza, después de que la Subsecretaría del Interior conminara al cónsul de ese país a realizar el trámite, de lo que dejaría constancia en la dirección consular el diplomático mandatado.

Esto también se lo referí a la ministra Gloria Ana Chevesich, quien abrió otro cuaderno con esta arista de su prolongada investigación. Naturalmente, el monto jamás nos fue remitido a la embajada y no se habló más del asunto, salvo lo que yo mismo he difundido a viva voz a quien quiera escucharme; tanto, que una vez, en un concurrido restaurante de Santiago, se me acercó el abogado Isidro Solís y al oído me dijo textualmente:

-Si sigues hablando tanto, te van a matar

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