A un año de su muerte: mi amigo Jorge Hourton

“Las palabras suaves hacen ganar amigos y la lengua amable multiplica respuestas afectuosas. Que sean muchos tus amigos, pero ten uno entre mil como consejero…El amigo fiel es refugio seguro, y el que lo encuentra halla un tesoro. El amigo fiel no tiene precio. El amigo es remedio saludable, y los que temen al Señor lo encontrarán. El que teme a Dios se hace de verdaderos amigos, pues como es él, así serán sus Amigos” (Eclesiástico 6).

Escribe Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+

Doy testimonio de que Don Jorge fue un Obispo: mi amigo como lo dice el Eclesiástico.

Tengo, en estos instantes, encontrados sentimientos: Sé que Don Jorge ha encontrado a Jesús a quien buscó durante toda su vida.

Sé que él ha encontrado a la misma Felicidad: a Dios, y está en el Cielo para poseer a su amado Señor.

Pero, por otro lado, siendo yo un hombre, que todavía vive en este mundo, debo reconocer que voy a echarlo mucho de menos. Es uno de mis últimos formadores hacia el sacerdocio, que me iba  acompañando y comprendiendo hasta sus últimos días con amistad.

Sin ánimo de faltar el respeto a ningún obispo, quiero decir, que para mí, hoy día, es muy difícil encontrar un obispo amigo.

Don Jorge se ganó mi amistad con su cercanía, con un corazón de pastor lleno de bondad y sus respuestas afectuosas. Fue, en mis pasos hacia el sacerdocio, un consejero sabio. Fue un amigo fiel, refugio seguro hasta estos días recientes: estuve dos veces con él, y se mostró conmigo como siempre: amigo, como uno entre mil. Don Jorge fue mi amigo. En él encontré un tesoro inagotable: de buen consejo y mucha sabiduría. Siempre amigo oportuno, sobre todo en momentos míos de incomprensiones eclesiales. En esos momentos fue un remedio saludable. La conversación de hace unos días atrás nunca la olvidaré.

Él mismo tuvo incomprensiones. Y las tuvo difíciles. Hay que decirlo, aunque sea en su muerte. Nunca me han gustado los olvidos de verdades en la muerte de alguien. Por eso, por amor a mi amigo y a la misma Iglesia, digo: la Iglesia de Santiago expresó de una y otra forma los «peros» duros, injustos e incomprensibles de la Iglesia jerárquica y vaticana, hacia un hombre de una fidelidad y amor inquebrantable a su Iglesia.

En estos momentos de su Pascua, y por esos «peros» de su Iglesia en contra suya, yo afirmo para él, la Felicidad misma:

«Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten toda clase de calumnias, Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán del cielo. Pues bien saben que así trataron a profetas que hubo antes de ustedes». (Mateo5).

Don Jorge es un Bienaventurado. Es feliz. Ha encontrado la Felicidad misma (Dios).

El contraste entre el perseguido y gente bien prestigiada y considerada existe y ha existido en la Iglesia.

No obstante, Dios muestra su misericordia, colmando especialmente a los de corazón de pobre, despreciando a los satisfechos.

Yo amo a la Iglesia como la amó Don Jorge. Pero debo reconocer, que a veces, veo en ella grupos influyentes de personas y que saben captar las bendiciones oficiales, mientras otros son difamados y perseguidos por poner en práctica las exigencias del Evangelio.

Los Santos han conocido estas pruebas, pero, a pesar de ellas, nunca renegaron de la Iglesia. Así fue Don Jorge.

Fue mi profesor de gran inteligencia. Uno de mis formadores en el Seminario Pontificio, tanto en el Menor como en el Mayor. Lo ayude, acompañado de mis alumnos, dando misiones en su Obispado de Puerto Montt. En una de esas misiones fue donde sentí muy cerca a Don Jorge. Me mandó un recado hacia la Isla que me encontraba misionando. Por radio a la hora de los mensajes: Don Jorge me necesitaba con urgencia. Terminé de predicar y dejé a mis alumnos a cargo de todo. Afuera de la Capilla, ya de noche, me esperaba un lugareño a caballo con otro caballo para mí. Cabalgamos unas dos horas hasta llegar al puertecito de Contao. Ahí, me esperaba una lancha. La condujeron, hacia la ciudad, cariñosos navegantes. Llegué cerca de las tres de la mañana a casa de Don Jorge. Él me esperaba en pié… Me abrazó… y con cariño, delicadeza y bondad, propia de mi amigo, me cuenta acerca del trágico accidente de mi hermano mayor con toda su familia: todos heridos de gravedad. Con un tino y corazón de padre me cuenta que mi ahijada, la hija mayor de Pedro y Aída, había fallecido. Don Jorge, emocionado y dándome valor, me dice: «Eugenio, te mereces un descanso… anda a dormir; mañana yo te despierto para llevarte al aeropuerto».Me tenía reservado un pasaje. A la mañana, me despierta y con gran cariño me obliga a tomar desayuno. Y me lleva en su auto al aeropuerto del Tepual.

Así, caminé, en caballo, en lancha, en auto y en avión. Llegué justo para celebrar la Eucaristía a mi ahijada y acompañar el dolor familiar.

Ahora, que siento dolor por la muerte de Don Jorge, se me ha venido a la mente este episodio. Es sintomático de lo que significó Don Jorge en mi vida.

Me condujo con amor de buen pastor y amigo por los caminos de mi vida; con una meta fija a la que tengo que llegar de acuerdo a las circunstancias, ya sea «en caballo», «en lancha», «en auto» o «en avión», según «los signos de los tiempos», pero lo que importa es caminar con los pies bien puestos en la tierra, y con los ojos fijos puestos en la meta, pero llegar, a celebrar  «Eucaristía Celestial”. Como decía otro gran Obispo: Don Manuel Larraín Errázuriz:»Tres cosas tiene el romero: la mirada abierta, el oído atento y el paso ligero».

Al nombrar a Don Manuel, me acuerdo que he tenido el privilegio de tener grandes formadores y acompañantes en mí caminar sacerdotal: todos Obispos cercanos, brindándome su amistad, la cual es muy necesaria para los sacerdotes por parte de su Obispo. No me olvido de: Don Enrique Alvear, Don Carlos González, Don Gabriel Larraín, Don Fernando Ariztía, Don Alberto Rencoret y Don Jorge Hourton: todos seculares o diocesanos, los nombro así, no porque no haya tenido como amigo a un religioso, como Don Raúl Silva Henríquez, quien me «impuso las manos», adelantando, a medias con Don Carlos González, mi ordenación sacerdotal, sino que lo hago porque soy sacerdote secular, para el siglo, para ir al mundo secular a Evangelizar.

Todos los nombrados, aprovechando el hecho de la Pascua de Don Jorge, me hacen creer que ellos, como Obispos=Vigilantes, estarán velando por su Iglesia chilena, para que camine por las sendas del Evangelio, del Vaticano II, de Medellín, de Puebla, de la Evangelii Nuntiandi, ellos fueron propulsores de la «Primavera de la Iglesia». ¡Por Dios qué me hacen falta! Pero, como los pobres, de los cuales me siento parte, digo: «¡Mucha Esperanza, Dios proveerá!

Don Jorge, descansa en Dios, con todos tus amigos, que tanto bien hicieron a nuestra Iglesia. Que todos sigan Vigilantes=Obispos sobre su patria y su Iglesia.

Que su paso de muerte a vida, nos den a todos, en estos días de «espera» un gran Nacimiento en Jesús.

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