Antonio Skármeta: «Los dolores y alegrías de Chile nutrieron mi obra en el exilio»

Montserrat Martorell conversó con el escritor y Premio Nacional de Literatura sobre su último libro “Los nombres de las cosas que allí había” (Editorial Alfaguara) en “Lo justo y necesario” de El Periodista TV donde se refirió a su infancia, los dieciséis años de exilio y sus recuerdos con Pablo Neruda.

“El primer libro yo creo que lo publiqué cuando tenía 27, más o menos. Ahora me gustaría decir que tengo 27, pero al revés, 72… creo que ni eso me alcanza” señala el Premio Nacional 2014 de Literatura, Antonio Skármeta, en la entrevista que concedió a El Periodista TV, días después de presentar su última obra “Los nombres de las cosas que allí había”, una recopilación realizada por el mexicano Juan Villoro de 13 cuentos.

¿Qué te pasó cuando leíste el prólogo de Villoro?
Villoro no solamente es un escritor amigo, sino un escritor que admiro. Entonces me siento tremendamente honrado que un libro mío esté publicado con un prólogo de él.
Recuerdo a propósito de principios, que los principios de los cuentos suelen ser muy decisivos para despertar el interés del lector y agarrarlo y meterlo en la trama. Había un libro que daba consejos a nuevos escritores, con algo que siempre me divirtió mucho, acerca de cómo comenzar un cuento. Me acuerdo que decía “mire, aquí, interesar al lector altiro”. Entonces, por ejemplo, un excelente comienzo del cuento es el siguiente: “Sáqueme la mano de la rodilla, le dijo la reina al cochero”.

Claro, es un inicio impactante, uno no se lo espera, es muy visual. Y tú y tus relatos tienen un poco de eso, los inicio -creo- son mucho más importantes que los finales.
Sí, porque entre el principio y el final, transcurre una cosa que puede ser un poco banal o sin importancia: la vida.

“Me vio aquella tarde mientras calentaba las rodillas al sol a la usanza de los correntinos y vino a mi lado balanceando el tarro parafinero: “vos sos el chileno ¿verdad?”. Probé aparentar indiferencia y raspé con el pie descalzo el borde de la cuneta. Solía llevar un zapato en la mano en caso de que hubiera necesidad de iniciar un veloz descalabro, a menos que éste anduviera con revólver o algo, era poca cosa la que me podría pasar. Sabía el sabor de la navaja y la textura de las piedra. No quedaba sino sorber las narices y escupir por un costado”.
Cuando uno es cabro, es decir, tiene tantas amistades, juega fútbol, juega básquetbol, pero de vez cuando hay peleas con chicos que son de otra cuadra, de otro barrio. Y como yo vivía en Buenos Aires, la vida de barrio, allí de los niños -en ese tiempo al menos-, era muy exclusiva. Entonces, si tú atravesabas de una esquina a otra te encontrabas con los chicos del otro barrio y a veces había que pagar peaje para atravesar una calle e ir al cine, por ejemplo.

¿Y lo pagaste?
Bueno… había que ser valiente y audaz. Si te desafiaban a pelear y no aceptabas recibir un combo de más, se acostumbran a dejarte pasar… sino te molestaban.

¿Y tú eres valiente?
Pasé por la humillación de no aceptar el desafió y devolverme a la casa en vez de llegar al cine, hasta que un día me dije: “bueno, así es la vida, tienes que simplemente aceptar”. Después de un par de bofetadas las cosas se arreglaron y terminamos siendo amigos… se amplió el círculo a todo el barrio.

¿Qué hace que todos estos cuentos finalmente sean cuentos hermanos? Aparte de que el autor es el mismo…
Son cuentos de alguien que ve la vida de cierta manera y sabe que la proporción entre relatos y emoción tiene que ser rítmica y al mismo tiempo contenida. O sea, no dejar que los cuentos se desborden, sino que a pesar de que hay emoción, hay sentimiento, imágenes y vayan en un camino inexorable hacia final.

Hay amor, hay deseo, hay libertad… ¿Qué otros temas hoy te dan vuelta? ¿Qué estás escribiendo ahora?
Estoy escribiendo una novela… este es un viejo talismán o superstición de los escritores… que cuando lo está haciendo no habla del contenido porque si uno cuenta, cuando se retoma la escritura, uno tiene la sensación de que ya lo escribió porque lo ha contado. Contar algo es muy distinto a escribir algo. Contar es decir la anécdota que tiene un relato, pero escribir es otra cosa, es traer un mundo presente a través de las palabras.

Pero las memorias, esas sí que no las estás escribiendo, esto sí podemos contar…
Las memorias no porque siempre me ha parecido que para ellas tiene que haber más experiencia en la vida de la que yo tengo. Me faltan todavía unos tres o cuatro años para dar -como dicen los relatores deportivos- el puntapié inicial.

¿Las vas a escribir?
Ganas no me faltan, pero primero hay que convencerse de que la vida que uno ha vivido tiene alguna importancia.

¿Te queda alguna duda?
Bueno, hay que revisarse y ver si en algún momento se le ha pegado el palo al gato. Vamos a ver, vamos a reconsiderar esa teoría.

Con el “Cartero de Neruda” quizá lo hiciste…
Fue una obra muy conocida, pero también los cuentos que están en “Los nombres de las cosas que allí había”… es lo que más me gusta de mi literatura. Yo me formé como cuentista, crecí escribiendo cuentos.
Cuando escribí “El Cartero de Neruda” ya tenía una trayectoria como cuentista y tenía la mano bastante suelta. Tanto así, que creo que una gracia posible es que la concepción de esa novela es casi como la de un cuento. Muy redonda, el final es muy agarrador, ilumina muy bien lo que se ha escrito hasta ese momento. También he escrito cuentos, que se han prolongado y ahondado, con la atmósfera que debiera tener una novela.

NERUDA Y RULFO

Hay una foto que vi, que aparece Neruda, Rulfo y tú, en blanco y negro.
Esa es una foto preciosa. Recuerdo la situación en que se tomó, estábamos visitando la casa de Neruda en Isla Negra. Había un encuentro internacional de escritores en Viña del Mar.

Eras jovencísimo…
Claro que sí. Y hubo una excursión desde Viña, llevaron a los escritores a la casa de Neruda y él ofreció un cóctel, se portó muy generoso, nos dio de comer rico y allí estaba Rulfo. Yo en ese momento era un joven profesor en la universidad, fascinado con su obra, entonces cuando lo vi allí, inmediatamente le caí encima y comencé a hablarle de su trabajo con la pedantería que uno tiene cuando es joven, a explicarle a Juan Rulfo qué era lo que él había escrito. Rulfo, que tenía una paciencia de santo y una gran voluntad, me oyó y me oyó. En ese momento se acercó Neruda. Estábamos los dos conversando y puso una mano en un hombro de Rulfo y le dijo: “permíteme que esta mano se honre con tu hombro”.

Y tú lo mirabas con admiración…
Sí… afortunadamente se sacó la foto de ese momento, así que siempre lo recuerdo con cierto placer, que haya quedado una visión de eso. Que inmediatamente me trae lo que te he contado a la memoria y me trae también la sensación de haber estado junto a dos escritores tan notables.

Y este libro, que son cuentos de hace tantos años… ¿Cómo fue encontrártelos hoy en 2019? ¿Fue con distancia, fue con cariño, te seguían pasando cosas cuando los leías?
Con la misma manera que tú te encontrarías con elementos de tu vida o amigos que has tenido en un momento, que los recuerdas y que probablemente se formaron contigo y ayudaron a la tuya. Estos cuentos son lo que yo era y lo que soy. Si en algún momento me preguntan: “Señor Skármeta,¿quién es usted?”… diría, aunque estos cuentos no tratan de mí, léanlos si quieren saber quién soy. Aquí yo defino mi identidad literaria, cómo voy a respirar en el mundo, qué proporción voy a tener de emoción y anécdota, cómo voy a controlar estos sentimientos que se desbordan para hacerlos precisos, comunicativos, que tengan un final redondo. Es un tema de unir emoción y literatura y eso es lo que me trae el libro al releerlo.

“DEBO SER ESCRITOR”

Fueron 16 años de exilio…
Sí, nada más que 16..

¿Cómo los miras ahora para atrás?
Con sentimientos mezclados. Por un lado tenía una tremenda nostalgia y en mi literatura tenía presente a Chile. Pese a vivir en Alemania, lo que nutría mi literatura era Chile. Chile, Chile, Chile: los dolores, las alegrías recordadas, los amigos ausentes, la familia. Todo eso nutría muy fuertemente mi obra, pero paulatinamente me fue ganando la ciudad y me fue ganando Europa y comencé a incorporar esos temas y realmente cuando sentí que podía expresar esta nueva experiencia, sentí que había crecido como escritor… era un escritor en el mundo.
Tuve la suerte de que las editoriales se interesaron rápidamente en estos textos, los publicaron. Así que de repente, sumando aquí y allá, al cabo de unos 10 años estaba traducido en unas 30 lenguas. “Aquí está”, dije. “Debo ser escritor”.

Una vida escrita, pero una vida bien vivida. Hiciste cine, teatro, televisión, clases en la universidad, fuiste embajador. ¿Qué no fuiste?
Centro delantero. Como era alto, jugaba básquetbol y uno de los cuentos que está en este libro “Los nombres de las cosas que allí había”, es juntamente uno que se llama “Básquetbol”, que recoge un poco esa experiencia que tuve.

¿Y la época como embajador?
Fue bastante interesante. Siento que fue en mi vida una época muy creativa. Tenía una vinculación con Alemania… había vivido en Alemania en tiempos de la dictadura, había formado amistades en todos los círculos: periodísticos y profesionales. Toda esa vida anterior, en el momento de desarrollar el trabajo como embajador, me sirvió muchísimo. Tenía una tarea de relaciones hechas, ya las había avanzado. Fue un trabajo fluído.

Fuiste miembro del Movimiento de Acción Unitaria (MAPU) y después vino lo que ya conversamos, el exilio. ¿Hoy cómo vives la política?
La sigo con atención sin estar en ningún partido. Mi simpatía está con la Concertación.

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