Aborto: una batalla artificial entre la razón y la fe

Cuando se juega con metáforas bélicas para describir el proceso en el cual ha estado entrampada históricamente la cuestión sobre el aborto –con las negociadas restricciones- al menos hay que coincidir en que la eventual disputa debiera desarrollarse en un mismo escenario. Es precisamente esa condición la que no se cumple hoy.

Por Miguel Reyes Almarza*

La discusión sobre el aborto, desde aquellos que no están a favor, transita por una imposición ideológica donde creencias personales interfieren en la libertad que pueda tener una acción de carácter social, por escasamente definida que pueda estar. Quien dice no al aborto lo dice desde una perspectiva valórica específica que sugiere, al menos, que el otro crea exactamente en lo mismo. Por otra parte, la situación que convoca la aprobación del aborto busca entregar una posibilidad ante distintas perspectivas críticas. No es simplemente un sí, mucho menos rotundo ya que eso implicaría abortar como obligación lo que implicaría a todas luces una falacia de causa falsa. Lo que busca esta mirada es la posibilidad de decidir contraria a la negación que obra como una simple imposición de criterio donde no aplica el gesto democrático tan difícil de construir.

 

La razón y la fe son caminos paralelos, nunca se cruzan y cuando eso sucede, de forma terca o mal intencionada, suele ser esta última la que colapsa. Y es que por más que se ha insistido en este escenario, la fe difícilmente ha demostrado soportar su autoimpuesta búsqueda de razonabilidad, desde la dudosa escolástica basada en el respaldo de autoridad incuestionable –y por tanto irrelevante- del libro sagrado, hasta la datación por análisis químico por medio del carbono 14 sobre la Sábana Santa que, dicho sea de paso, arrojó ser del siglo XIII-XIV y no de la palestina del año 0.

No es que la razón sea mejor que la fe, ni viceversa, son dominios distintos. La primera mediante la evidencia sensible y cuantificable, la segunda, mediante la fuerza de la voluntad y el deseo. Intentar ponerlos en un mismo plano es simplemente una torpeza o una expresión de imposición basada en la fuerza, cualquiera sea la forma en que esta se exprese.

Cuando en 1925 se ratificó en la constitución política de Chile la separación entre la Iglesia y el Estado, en ese acto, se consolidó la independencia del poder civil por sobre el paradigma específico de la Iglesia –de una y de todas- es menester por tanto celebrar aquellos acuerdos manteniendo la idoneidad que solicita gobernar para todos, donde las libertades y restricciones someten en igualdad de condiciones y no imponen una ideología específica por sobre una posibilidad pragmática, como lo es la contingencia excepcional de abortar.

*Periodista, Investigador en pensamiento crítico.

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