Facebook sí es un editor

Cuando en 2011 un grupo de amigos y yo nos reunimos para lanzar una revista, Cuadrivio ya había publicado sus primeros números. «Cuadrivio es una pequeña barca que navega en las aguas de una red informática lastrada por la banalización y de una época dominada por la codicia y el menosprecio a la cultura» se podía leer en su primer editorial.

Por Samir Mendoza, escritor

Nosotros queríamos emular su modelo de imaginación crítica, como la llaman ellos, al publicar artículos más extensos que permitieran crear una distancia crítica tan necesaria hoy en día. Nuestra revista duró apenas unos meses, pero contra todo pronóstico ese espacio de diálogo entre escritores y académicos latinoamericanos gestionado por jóvenes editores mexicanos, sobrevivió durante ocho años más. Esta mañana me enteré de que Cuadrivio por fin ha sucumbido.

Me llamó la atención que en su último editorial, Ramsés LV, editor en jefe de Cuadrivio, menciona, entre otras cosas, las razones para dejar de publicar la revista, no sin antes lanzar un último dardo oculto bajo la manga contra el sistema. ¿Qué sucede entre los bastidores de una revista como la que queríamos crear, dependiente de Facebook y de otras redes sociales para su «distribución»?

Samir Mendoza

En 2010, si es que algunos lo recuerdan aún en esta efímera era de la reescritura y corrección del pasado, Facebook solía redistribuir contenido para aumentar el número de visitantes de las páginas que pagaran publicidad o que tuvieran un gran número de seguidores. En ese entonces, la estrategia de Facebook era posicionarse como un adyuvante de los medios para permitirles alcanzar un amplísimo público de manera prácticamente gratuita. Desde el punto de vista editorial era no solo lógico, sino necesario emplear Facebook como herramienta de distribución aunque se tuviese una edición de papel —de costo— circulando en paralelo. Para Facebook, atraer a más medios, —o a todos si fuere posible— equivalía a, con el tiempo, convertirse en su canal de distribución principal, so pretexto de que el papel había muerto.

Pero como bien explica Ramsés LV al mismo tiempo que Facebook logró posicionarse como el mayor canal de distribución de contenido, el propio público cambió de interés. Se privilegió el formato corto y emocional, principalmente la imagen, puesto que los algoritmos de Facebook fomentan el compartir información relevante, no su simple difusión. Como la información se filtra a través de una especie de «selección darwiniana» operada por el interés del público y los algoritmos, se difunde solo lo que es más apto a compartirse. Entiéndase: mensajes emocionales que te indignen lo suficiente como para digerirse en menos de treinta segundos y compartirse sin pensarlo dos veces. Una reflexión matizada, por otro lado, requiere tiempo y atención que Facebook no recibiría, por lo que está en interés de la red social no sólo no fomentarla, sino hacer todo lo posible por excluirla de su comunidad.

Esta es una de las tantas razones por las que la inmediatez de la noticia ha puesto en segundo plano a todo contenido que requiera tomar distancia reflexiva. La corrección política, de hecho, está íntimamente ligada a esta falta de distancia reflexiva que condiciona la comprensión y valoración de un texto irónico o satírico, por ejemplo, por considerarlo ofensivo. El público se convierte, pues, en juez y policía de la moral. Para evitar estas limitaciones impuestas por Facebook, muchas publicaciones mensuales que privilegian formatos más extensos (Le monde diplomatique, El Periodista, por ejemplo) han conservado su edición de papel como la referencia hegemónica, lo que les ha valido ser unos de los pocos medios que dependen casi en su mayoría de suscriptores y no de la publicidad en línea.

Esto, sin embargo, no evitó que se impusiera la era de la literalidad, el auge del meme, de la escritura y el periodismo subyugados a las relaciones públicas y a la línea editorial que dicta el inquisitorio quietismo de la corrección política propugnada por profetas transhumanistas californianos. ¿Quiénes son realmente estas personas que deciden cómo, por qué y qué noticias leemos a diario? Frente al senado de EEUU, Mark Zuckerberg declaró que Facebook no es una empresa editorial, sino una simple plataforma de distribución de datos. Sin embargo, al promover ciertos formatos, al establecer pautas de publicación y al seleccionar el contenido más relevante Facebook de facto «adapta un texto a las normas de estilo de una publicación» —lo cual según la RAE corresponde a la definición de un editor—, y de paso se carga a revistas independientes como Cuadrivio, que intentan promover formatos más largos que requieren un mínimo de reflexión.

Vendría siendo tiempo de que Zuckerberg se dejara de logomaquias legales. Si Facebook no es un editor, al menos funciona como uno, y con normas de estilo bastante precisas. No se puede pretender que la importancia de una publicación sea cuantificable por algoritmos automatizados, ni que el interés cambiante del público sea un referente comparable a la verdad, sea lo que sea que ésta signifique. Es esa misma inefabilidad de la verdad la que confiere el misterio a nuestra existencia y la que debería evitar que se privilegien formatos banales que no permitan expresar los contrastes y complejidades de nuestra condición o formatos que fomenten la literalidad frente a la hermeneútica. ¿Qué vamos a hacer cuando Zuckerberg, el editor, sea el único capaz de leer entre líneas?

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