Fallo de La Haya: nada que celebrar; nada que lamentar

La verdad es que tras el fallo de La Haya no encontraremos mucho que celebrar ni mucho que lamentar.

Por Rodrigo Reyes Sangermani

Ambas posiciones probablemente tendrán motivos para estar satisfechos al menos para la construcción de frases mediáticas que lleven agua a su propio molino. Es más fácil deslizar eslóganes y frases rimbombantes entre las autoridades y la prensa, que desmenuzar en detalle, y más allá de los patriotismos patrioteros, los alcances precisos, ya no del fallo, sino de una cuestión política, jurídica e histórica que aparece en la agenda como un asunto pendiente en las relaciones bilaterales de Bolivia y Chile en el concierto de una manida y manoseada unidad latinoamericana inconclusa y frustrada.

Morales ha usado los medios para confundir a sus compatriotas y gran parte de ambos pueblos creen que este lunes se define la soberanía de Antofagasta. Nada más lejos de eso. El eventual retorno soberano de Bolivia al mar tendrá que pasar inevitablemente por una negociación con Chile sobre la cual nadie puede garantizar resultados, incluso si eventualmente La Haya lo exigiere. Para ello la Corte Internacional de Justicia tendría ella misma que participar en la mesa de negociación para velar por la aceptación de las partes de las demandas recíprocas: corredor en Tarapacá a cambio de aguas del Titicaca, acceso a gas boliviano a cambio de una franja soberana, acaso un enclave portuario por un corredor hacia Brasil. Podríamos seguir, con imaginación proponer las ideas más descabelladas de la geopolítica internacional. La Haya no podría satisfacer la demanda boliviana de darle soberanía ni de obligar a Chile a negociar con resultados específicos. Eso sería una derrota para Bolivia básicamente por la alta expectativa generada por su propio presidente asegurando la recuperación de toda una provincia. Pero no será así, incluso una eventual recomendación tibia a negociar como resultado del fallo será tomado como un triunfo para la desproporcionada exigencia altiplánica. En el bando chileno, con mucho menos chispeza, aunque con mayor razón jurídica, probablemente la posición será racional y apagada, sin duda cundirá en algunos sectores populistas y populares un cierto espíritu chovinista siempre patético y vergonzoso.

Pero más allá del esperado fallo de la CIJ, pareciera que nuestro destino será irremediablemente conversar con los bolivianos las soluciones para una integración futura en paz y concordia. Ese ha sido el espíritu de nuestros pueblos (y a veces de nuestros gobernantes) casi desde la firma misma de nuestro tratado de paz de 1904. Ya no se tratará de revisar tratados, ni de ser obligados por la comunidad internacional a resolver un tema bilateral, pero si de buscar nuevas fórmulas de trabajo internacional conjunto que pavimente un camino de desarrollo y progreso de nuestros pueblos.

Por eso, pese a la expectativa y al flujo de información que reviviremos a partir de las 10:00, este lunes no habrá nada que celebrar como tampoco nada que lamentar. Apenas seremos testigos de una serie de inútiles interpretaciones de personas aquí y allá que tratarán de morigerar sus discursos rimbombantes o, al revés, de proponer fanáticas arengas militaristas.

Sepamos mantener el equilibrio y la estabilidad en nuestros juicios ya que ello nos permitirá sin duda construir para ambos pueblos un futuro mejor.

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