Un orden binominal

Peñalolén-20130518-00351El orden binominal está hoy exhausto. Los partidos que en él habitan también lo están. Pero hoy se ha articulado astutamente una discusión de tres proyectos que básicamente intentan conservar la clausura política que ha caracterizado a la transición.

Por Alberto Mayol*

 

Cuando desde la crítica se señala que el binominal ha sido el corazón del modelo de representación política limitada, se contesta que éste sólo opera en las elecciones a congresistas. Y el dato es cierto, pero la observación es falsa. El binominal es el espíritu de la postdictadura, de una transición que fue diseñada para una política de baja intensidad con una institucionalidad de baja representatividad.

Hoy ese escenario ha sido modificado: la política es de alta intensidad (conflictos sociales, contradicciones en el seno del modelo político) y las presiones por participación política suponen abrir la puerta representativa a espacios y entidades antes impensados. La ficción fundamental del binominal es que no existe nada más allá de las dos coaliciones, que ese es el repertorio de lo real. El esfuerzo de construir la Nueva Mayoría es el mismo, intentando consolidar exactamente la misma lógica que operó en la  Concertación: señalar que fuera de la coalición, hacia la izquierda, aun cuando puede haber algo, sólo será un grupo de trasnochados e iracundos, que no entienden la concreta realidad de la política. Por la derecha, el binominal es visto como la fuente de estabilidad, la ausencia de populismos y la madurez del gatopardismo. Un mundo bipolar es un mundo sumamente regulado, el efecto es siempre que los dos grandes grupos administradores podrán tener sus diferencias, pero el orden es de ambos y el negocio es conservarlo. El análisis de Wallerstein sobre la caída de la Unión Soviética señaló, hace ya veinte años, que el principal amenazado con ese evento era el propio liberalismo supuestamente vencedor. Hoy muchos intelectuales de la Concertación están preocupados porque la derecha puede obtener una votación escuálida y pueden crecer los que están fuera del orden binominal. Y eso sería la muerte del espíritu de una época.

Este orden funcionó mientras por la espalda de la Concertación no había más que una crítica ritual. Pero los movimientos sociales plantearon un eje fuera de la politología, mucho más sociológico o antropológico. Las demandas sociales fueron disruptivas en los estrechos horizontes de la política. Quedó develado que detrás de las diferencias, había un pacto entre los principales actores del orden político: el PS, la DC y la UDI. Hoy el PC intenta hacer un ingreso relevante en este orden y pretende marcar la agenda con la potencia de los movimientos sociales y con la maquinaria de un partido. No sabemos si ese rol tendrá buenos auspicios, pero en definitiva es una extensión del rol del orden binominal.

La crisis de las últimas semanas en la derecha y la irrupción de Matthei ha tenido como resultado, muy conveniente para las dos coaliciones principales, la generación de un debate en el orden del binominal. Ha sido así como independientes y temas sociales han quedado fuera de juego por largas semanas. Pero la irrupción de las movilizaciones en Tocopilla ha vuelto a poner sobre la mesa la sentencia obvia de esta época: el orden binominal ha generado una fractura entre lo social y lo político que obliga al primer término a inundar la sala de máquinas del segundo para poder ser relevante. El sistema político está hoy fuera de época. Su administración es litúrgica y su escena final, con Matthei y Bachelet, repitiendo dos apellidos antitéticos del golpe, simplemente viene a revelar el final de un largo camino donde la dictadura nos ha acompañado demasiado tiempo luego de su formal extinción. 

El orden binominal está hoy exhausto. Los partidos que en él habitan también lo están. Pero hoy se ha articulado astutamente una discusión de tres proyectos que básicamente intentan conservar la clausura política que ha caracterizado a la transición. Dicha discusión no hace más que retrasar las inevitables transformaciones y complicar la generación de un nuevo ciclo político que en Chile resulta hoy indispensable. Sin embargo, es normal que las elites políticas sean reaccionarias. De hecho, aunque han sido 22 las presentaciones que se han hecho al Congreso orientadas a modificar el binominal y aunque la Concertación insiste en que la única explicación para que haya fracasado el cambio ha sido la negativa de la derecha; no es menos cierto que cualquiera entenderá que no se presenta un proyecto importante en 22 ocasiones sin tener en al menos una de ellas la garantía del triunfo. La verdad es otra: la Concertación requiere a la Alianza y viceversa. No en vano el movimiento estudiantil hizo bajar los datos de ambas coaliciones al mismo tiempo y con semejante intensidad. Un orden tendrá siempre sus opuestos, pero seguirá siendo un solo orden.

La discusión sobre la modificación del sistema electoral se está llevando a cabo desde hace un par de semanas. Es difícil llevar a cabo ese proceso, básicamente porque la gran mayoría de los congresistas y los principales partidos del país son sus principales beneficiarios. Normalmente se asume que dichos beneficios son cupos y la sobrerrepresentación, pero eso no es todo. El más relevante efecto del binominal es la estructura de poder que se ha articulado, en la gestión de la realidad que permite, es la capacidad de ser los administradores, como la Iglesia que administra a Dios, como las AFPs que administran el dinero de todas las pensiones, como el que reparte que se lleva la mejor parte.

*Sociólogo y académico Universidad de Chile

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