¿Y la Libertad?

Daniel Ramirez, philosophe¿Por qué tenemos la impresión que no se puede hacer nada para cambiar las cosas, la sociedad, el mundo? ¿Cómo es posible que pensando lo anterior sigamos considerándonos libres? ¿No habrá allí una contradicción? La libertad, finalmente, ¿en qué consiste?

Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía (La Sorbonne)

La respuesta –casi infantil– que surge primero es: “la libertad está en la posibilidad de hacer lo que se quiera”. Pero curiosamente, si “lo que se quiere” es cambiar la sociedad, construir un mundo más justo, humanizar el trabajo, la convivencia, las relaciones con la naturaleza, educar y cuidar a todos, se responderá rápidamente que eso sí que no se puede. Si lo que quisiera alguien es que recuperásemos las riquezas nacionales y desarrolláramos una agricultura y una industria ecológica con un reparto equitativo de los bienes, se dirá que eso ya ni siquiera se puede decir, porque suena a utopías peligrosas, al pasado, o a no sé qué sueño en el cual ya nadie cree.

Entonces, mis amigos, vamos a tener que definir la libertad de otra manera. Se trata de hacer lo que se quiera dentro de los límites que el sistema permite, que la ideología dominante acepta. En realidad, seamos claros, la libertad, definida así, consiste en hacer lo que algunos quieren, lo que los dueños de las riquezas y los administradores del sistema quieren.

Probablemente tenemos que volver al comienzo de la pregunta: ¿Qué es la libertad? ¿Para qué sirve hacer lo que se desea si no se puede desear otra cosa que lo que algunos desean? Tal vez lo que corresponde entonces es definirla como la posibilidad de elegir lo que se quiere. Si la primera, hacer lo que se quiere, se puede llamar “libertad de acción”, la segunda, querer lo que se quiere, se llamará “libertad de la voluntad”. La libertad de acción no es una verdadera libertad si no se posee la libertad de la voluntad. Es el drama de las adicciones, de las dependencias: el adicto quisiera parar de drogarse, pero en realidad no es capaz de desear ello con la fuerza que se necesitaría porque otra parte de él desea más que nada en el mundo su dosis. Entre el “quisiera” y el “quiere” se juega la libertad de su voluntad. La voluntad consiste no solo en elegir sus actos en función de lo que se desea, sino en elegir sus deseos. Los sabios de la antigüedad siempre dijeron, a su manera: no dejarse dominar por sus pasiones.

“El sistema actual se nos presenta como una cárcel invisible. Mucho más eficaces que aquellas de fierro, son las cadenas que retienen la consciencia”

Pero, ¿somos realmente libres de elegir nuestros deseos? Un ejército de biólogos, genéticos, sociólogos, sicoanalistas, dirán que no, que estamos condicionado a desear esto o lo otro. Que el vientre, el sexo, los genes, las neuronas, papá/mamá, la historia o la educación nos hacen desear esto o lo otro. El mundo de los valores y de los principios es heredado, el lenguaje, la moral, los códigos son histórico-sociales… En otras palabras, no somos libres.

Por ello la publicidad no cesa de llenarnos de supuestas opciones: esta marca de zapatos, celular o tipo de tableta; abono a servicios, fórmula de vacaciones, crema bronceadora, agencia de matrimonio o modelo de coche. Elegir lo que se consume, en lo que se gasta el dinero, se supone que basta como experiencia de la libertad.

Lógico, si la libertad es una ilusión, mejor que sea una ilusión placentera. Si no se puede elegir nada de lo fundamental, más vale entretenerse.

Sabemos todo esto. Sin embargo, hay algo que es imposible de refutar: somos libres.

No es mera porfía. Es totalmente imposible convencer a nadie, en realidad, que toda su vida está trazada, que la totalidad de sus juicios, gustos, preferencias y opciones no son suyos. Es una idea que conviene por cierto a los mismos de siempre. Simple: si la libertad se limita a elegir marcas y tipos de consumo al interior del sistema, se supone que no puede consistir en elegir no consumir, no participar, y menos aún combatir el sistema mismo.

Esta ideología de remplazo tiene un defecto lógico fundamental: si se puede elegir lo que ofrece un mercachifle en vez de lo que ofrece otro, es imposible probar que no se puede elegir enviar a paseo a todos los mercachifles, luego criticar y combatir el aparato político-económico que los protege y que nos explota. Es una contradicción.

Desde Voltaire sabemos que incluso el prisionero en el fondo de su calabozo conserva intacta su libertad de pensar.

Sin embargo, el sistema actual se nos presenta como una cárcel invisible. Mucho más eficaces que aquellas de fierro, son las cadenas que retienen la consciencia.

Pero, el remedo de libertad que consiste en elegir lo que se consume tiene un pequeño gran problema: los deseos de consumo son insaciables. Nunca se posee tanto como lo que se quisiera. Los griegos antiguos conocían esto y lo consideraban como una tara, que tenía nombre y todo: “pleonexia”, el deseo ilimitado de poseer más y más objetos, que pronto se reduce al deseo de tener más y más dinero. Creo que hoy no es el único móvil de la acción. El reconocimiento, la fama, la seducción, el poder, son más importantes a veces que el dinero. Organizamos muchas de nuestras actividades en función de esos deseos. La imposibilidad de obtener algunos se compensa por la lucha por aquellos del consumo.

Los deseos e ideas que inspiran las preferencias, son lo que llamamos “valores. Así, nuestra reflexión sobre la libertad de la voluntad puede traducirse en la pregunta: ¿Somos capaces de elegir nuestros valores?

¿Acaso podemos orientar nuestras vidas en función de valores de amistad, colaboración, comunidad, reparto, en vez de lucha y competencia? ¿Podemos elegir valores de conocimiento, belleza, armonía en vez de aquellos de entretención, excitación, estímulos? ¿Podemos elegir contemplación, reflexión, y serenidad en vez de agitación, carrera y velocidad? ¿Podemos elegir simplicidad, naturaleza y cercanía en vez de aparatos y conexiones múltiples? ¿Podemos elegir silencio en vez de bullicio, hospitalidad en vez de ostentación, sinceridad en vez de apariencia?

Probablemente muchos piensan que sí, que en realidad prefieren estos valores, que les gustaría; pero que es difícil, y que hay que arreglárselas con “la realidad”. Muchos piensan que una vez que se posea dinero, “situación” y “relaciones”, no costará tener amigos, momentos de belleza, incluso compartir, ser generoso y posicionarse por la justicia (lo cual también puede ser una manera de ganar prestigio).

Pero, ¿quién dijo que eso era LA REALIDAD? Este es el mayor sofisma de la vida; que los ideales sean tildados de idealismo, que se califique de naif a quien busque otros caminos…

Se ha impuesto una visión empobrecida y mutilada de la vida: una lucha por las posiciones y por las posesiones, el resto vendría por añadidura: placer, saber, amistad, belleza, justicia… como premio por los esfuerzos (¡como si todos hubieran hecho los mismos esfuerzos!). Una visión de la vida sobre la tierra que interpreta todo como un terreno de juego de go, un territorio que hay que ocupar, materias primas que hay que dominar, situaciones humanas que controlar, personas que influenciar.

Es una terrible deformación de lo que constituye el ser humano. La libertad del amo sobre el esclavo, ya lo demostró Hegel, se aniquila en la dependencia: sin el esclavo el amo no logra ya hacer nada. El poder sobre las instituciones y el control de las riquezas es igual, en principio se piensa que son un medio para las finalidades de la vida: ser feliz. Pero sin que el sujeto se dé cuenta, se convierten en el fin último de la vida y ningún tipo de felicidad se concibe sin la riqueza, el control, la posesión. Se olvida que el amor no se puede comandar, que la amistad no se compra, que la serenidad no la dan unas pastillas, que la profundidad y plenitud de la vida no se ganan con una tarjeta de banco, que un “puesto elevado” no equivale a elevación, y que el carácter no se forja dando codazos para abrirse paso.

En una sociedad dura y competitiva se necesitan reglas, derecho y justicia. Es indispensable. Ello se dice a veces así: “La libertad de cada cual termina donde comienza la libertad del otro”. Por supuesto: se trata de no atropellar ni pisotear a nadie. Pero nunca me ha gustado esa frase. Creo que ello no es suficiente para una vida humana. No solo porque en realidad una sociedad basada en estos principios no logra nunca que se respeten verdaderamente los derechos, siempre hay privilegios, impunidad y abusos. El problema es más profundo; esta concepción se inspira en una cierta idea del hombre: cada cual con su territorio, una idea basada en la propiedad privada y su defensa, muy próxima a aquella que ejercen los machos en ciertas especies animales. Por ello que se termina por creer que mientras más se tenga y mientras más poder se ejerza para defender y consolidar todo, el bienestar está asegurado.

Es verdad que la pobreza en tales sociedades es una ruina: mala salud, mala educación, vivienda exigua, entorno urbano horrible, transportes insoportables, esperas, promiscuidad, incultura y violencia, mucha violencia, generada por ignorancia y frustración; las pulsiones humanas no esperan mejor terreno para desbocarse.

“La libertad se aprende y se cultiva, como la música. El problema es que no hay escuela. Para la libertad somos todos autodidactas. Hay que inventarla. Hannah Arendt decía que la libertad es el coraje de dar comienzo a algo, algo que no está aún en el mundo, que no forma parte de lo dado”

Por el miedo a todo ello, la vida protegida de las clases altas y de las personas poderosas se convierte en ideal. Y es así como el mundo de los valores se mutila, la vida ética se desintegra.

Permítanme definir la vida humana de una manera un poco diferente:

La búsqueda de un máximo de interacciones conscientes y significativas entre seres sociales libres de elegir los valores que inspiran sus actos, que aspiran al goce compartido de la belleza, del amor y la solidaridad y a una relación armónica con el resto de la existencia, que se empeñan en conocer, embellecer, mejorar y preservar.

Claro, también se la puede definir como el intento de dominación desenfrenado de una especie de predadores de la naturaleza y de explotadores de su misma especie, indiferentes al sufrimiento ajeno, que solo conocen relaciones de poder y de apropiación.

Es ahí donde la libertad se muestra en su absoluta necesidad. Pues tenemos que elegir. No se puede vivir como en esta última opción pretendiendo que se reconoce la primera.

Y tengo la certeza que es posible. Que no estamos condenados a optar entre lucro lamentaciones, entre la prepotencia del poder y el resentimiento y la frustración.

Lo que necesitamos es obrar más conscientemente por una cultura de la libertad, por una cultura del goce en común de la vida plena.

La libertad se aprende y se cultiva, como la música. El problema es que no hay escuela. Para la libertad somos todos autodidactas. Hay que inventarla. Hannah Arendt decía que la libertad es el coraje de dar comienzo a algo, algo que no está aún en el mundo, que no forma parte de lo dado.

Todo el mundo puede observarlo: Quien inicia algo, un grupo de música, una asociación, una relación de amor, un club de lectura, una huerta de permacultura, un taller de cerámica, una cooperativa, un sindicato, una cita de danza, un círculo de estudios, un curso de cocina, un grupo de teatro, un sitio de discusión, está ejerciendo su libertad. Ha debido elegir ciertos valores para inspirar estas acciones. Está al comienzo de algo. Nadie ni nada en el mundo podrá convencerle de que no es libre. El goce de esos comienzos es una energía irrefutable.

Asimismo, deberíamos considerar la política, el país, las leyes, la Constitución. Todo ello puede ser reinventado. Es el gran desafío. Claro que nada está asegurado. Las cortes de “realistas” del mundo de ganadores y perdedores seguirán entonando su melopea de resignación.

Que nadie nos convenza de que no se puede, porque para probarlo no dispone más que de una pobrísima ideología economicista y una caricatura de filosofía que confunde al ser humano con una alcancía.

Nosotros tenemos a nuestra disposición la entera sabiduría del mundo, la historia de las civilizaciones, las tradiciones espirituales, la ciencia, el arte, la inteligencia, la sensibilidad, la capacidad de amar y soñar.

Y la irreductible aptitud de comenzar: la libertad.

5 Comentarios
  1. Cristián Vila Riquelme dice

    bellísimo artículo, caro daniel, efectivamente el qué es la libertad es, me parece, una de las preguntas fundamentales en esta, siempre, difícil convivencia humana… de ella surgen las otras, igualmente importantes, como qué es la plenariedad, la hospitalidad, el otro, lo opaco, la misma realidad (que, como sabemos, se establece)… cuando comenzó a llegarme la sejuela me empezó a gustar kant cada vez más (al que no aborrecí, pero critiqué duramente antes de la sejuela) y de pronto me di cuenta que no habíamos sabido interpretar correctamente el imperativo categórico (tal vez por las mismas limitaciones que tú nombras)… no es un imperativo moral, es decir, no es normativo, es un imperativo ético, es decir, propositivo… nos llama a asumir esa responsabilidad que tiene que ver, por supuesto con la voluntad y con lo que decía el amado heráclito: el carácter es el destino… comencé a sospechar que el viejo bakunin fue un gran lector de kant… cuestión de comparar el imperativo categórico con la famosa proposición bakuniana: «la libertad de los otros prolonga la mía hasta el infinito»… porque a mí tampoco me gusta esa definición tradicional (y reaccionaria) de la libertad en función de los límites más que de las perspectivas… un abrazo desde la serena

  2. Ymay dice

    Que inspirador. Siempre he querido ser libre. Al final parece que la libertad más que un lugar a donde se arriba, es el viaje, el camino que transitamos.

  3. Verónica Silva dice

    Demasiado buen artículo, me interpreta totalmente, con esa nueva definición de vida humana creo que podemos avanzar y llegar bastante más lejos. Gracias por este regalo y espero seguir leyendo de este autor.

  4. Verónica Ruiz dice

    Formidable y bella reflexión. Gracias, Daniel!

  5. BUBA dice

    No recuerdo el nombre pero sé que era un pensador de la ilustración, que diferenciaba los deseos humanos en dos, los primarios, los deseos que describe Daniel, (en su discurso como negativos)como básicos (poder, ambición, sexo, lujuria, sadismo, masoquismo, etc) y los deseos superiores, espirituales (sabiduría, conocimiento, amistad, voluntad, etc), a la luz de esta definición, podríamos tener dos columnas una construida sobre cimientos de una educación de calidad y amor, la que hemos recibido nosotros ami y la otra cimentada sobre la subsistencia seres humanos que deben luchar para sobrevivir día a día. Sin elección, sin siquiera acercarse a tocar los dedos de lo «espiritual» (entre comillas porque no me refiero a lo religioso)
    LA LIBERTAD ES UN CONCEPTO MUY AMPLIO.
    Y NUESTRA CIVILIZACIÓN ACTUAL A LOGRADO «RELATIVIZAR» SOBRE TODO LOS VALORES, ES OTRO TEMA DEL TEXTO, QUE TAMBIÉN SERIA INTERESANTE COMENTAR.
    LA LIBERTAD, TAL COMO EN EL MEDIOEVO LA LIBERTAD ESTABA LIMITADA A LOS MARGENES IMPUESTOS POR LA IGLESIA CATÓLICA, SIN EMBARGO, ERA UNA SOCIEDAD COLECTIVA Y QUE POSTERIORMENTE EL PROTESTANTISMO CENTRA LA LIBERTAD,EN EL INDIVIDUO, SE TRANSFORMA EN UNA SOCIEDAD INDIVIDUALISTA. y COMO SE REEMPLAZA LA IGLESIA COMO CENTRO Y ORDENADOR DE LA SOCIEDAD, CON EL NACIMIENTO DE LAS INSTITUCIONES (LAICAS) SIMPLEMENTE EL PODER DE LA IGLESIA SE Y TRANSFIERE A LO «LAICO», ESA ES LA LIBERTAD GANADA. O SEA, SEGUIMOS MOVIÉNDONOS DENTRO DE LIMITES DEFINIDOS. SOLO NOS QUEDA LA LIBERTAD INDIVIDUAL, TAL COMO LEEMOS EN TANTAS NOVELAS, SOLO A MODO DE EJEMPLO ORWEL 1984. LOS QUE VIVEN EN EL PRIMER MUNDO, GOZAN DE LOS LOGROS DE LA CIVILIZACIÓN ACTUAL Y DEBEN DAR GRACIAS A VIVIR EN ESA SITUACIÓN. NOSOTROS AUN VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD ANTERIOR A ELLOS, CON UNA ECONOMÍA AUN BASADA EN LA EXTRACCIÓN DE RECURSOS A TRAVÉS DEL TRABAJO RUDO DEL SER HUMANO.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.