Obama en Liliput

La visita de Obama nos dejó, al igual que a los brasileños, llenos de interrogantes: ¿a qué vino y para qué? Su discurso, aquí como allá, fue muy simple.

Escribe Eugenio González, cientista político.

 

Nación isleña que aparece en la novela de Jonathan Swift, donde llega Gulliver después de que su embarcación zozobrara y de forma inconsciente fuera socorrido por un conjunto de ciudadanos que intenta controlarlo y dirigirlo para sus fines e intereses.

En la mencionada isla, habían dos grupos que se peleaban constantemente por el control y el poder y todos querían ser los cercanos y de mayor confianza del naufrago.

La Isla era rica en materias primas, generosa en frutos con abundancia de flora y fauna que tenía perplejo al “visitante”, pero el gran problema era que los hombres, los animales y las plantas eran diminutos.

Luego de la llegada a nuestro país, procedente de Brasil, del Presidente de EEUU, Barack Obama, me vino a la memoria el argumento de la obra mencionada.

Tal como a Gulliver en Liliput, los dirigentes nacionales pretendieron usarlo para sus fines, mostrarse superiores ante sus vecinos y acrecentar su cercanía con él y el imperio que representa. Pero mostraron, simplemente, cuán pequeños son.

Los chilenos perdimos hace mucho tiempo la capacidad de asombro. Pero igual nos sorprendió el esnobismo y arribismo político y social que surgió con esta visita, una oportunidad para algunos de mostrar impúdicamente a sus compatriotas que se es parte de una elite política, cultural y empresarial. Objetivo: poder decir al día siguiente en forma natural y relajada “anoche comí con Obama”.

Los que antes lloraron sus muertos como consecuencia de la intervención del imperio hoy brindan con champaña la llegada del mesías frente a las cámaras de TV. De la política cultural ni hablar, no estuvo simplemente, recayendo su representación en “el negro” Piñera y su mal gusto de llevarle un obsequió con música de nadie sabe quién. Ojalá no haya sido la suya.

Ni hablar de los otros “talentos” culturales, encabezados por el dueño de la noche (Morandé), que no dio espacio para que Protocolo invitara personajes de la ciencia de la estatura de Igor Saavedra, por ejemplo, o artistas como José Balmes y Mario Toral.

El punto de categoría lo puso el alcalde de Santiago en su afán vomitivo de figuración en un episodio digno de los tres chiflados: llevarle las “llaves del Reino” al ilustre visitante, logrando una sonrisa compasiva y de vergüenza por parte del jefe de Estado norteamericano.

Pero, más allá de esto, la visita de Obama nos dejó, al igual que a los brasileños, llenos de interrogantes: ¿a qué vino y para qué? Su discurso, aquí como allá, fue muy simple.

En el caso de Chile, teníamos claro que su presencia (y ausencia de Argentina, por ejemplo) era una muestra que nos distinguía del resto de la región, es decir, para EEUU somos buenos y confiables, hemos hecho bien las cosas y enfrentamos los desafíos del mundo globalizado de acuerdo a las pautas y la dirección que gustan al gran país del norte. Situación que, más que obvio, no nace con la llegada de Piñera a La Moneda. Muy por el contrario, imposible es olvidar el esmero de los gobiernos de la Concertación, incluido el de Michelle Bachelet, en desarrollar políticas económicas que fueran del agrado de EEUU, del Banco Mundial, del FMI y las otras instituciones que rigen el control de occidente.

Todos los ministros de Hacienda de los últimos 20 años, más que mirar al Palacio de la Moneda se preocupaban de la reacción de sus políticas públicas en el gran país del norte, sin ir más lejos el último secretario de esa cartera en la Concertación, Andrés Velasco, prefería dejar contentos a los grandes analistas financieros norteamericanos antes que a los jubilados y profesores en Chile… aunque esto le costara la continuidad a la coalición gobernante.

Cómo olvidar que las relaciones comerciales bilaterales con EEUU se desarrollan en el marco de los TLCs, firmados por el gobierno del presidente socialista Ricardo Lagos, aunque esto de alguna manera llevaba implícito una transferencia de soberanía.

El actual gobierno hizo lo que pudo donde estaba casi todo hecho. Lo nuevo que ofreció fue la experiencia del terremoto y los mineros. Tal vez una eventual eliminación de visas para los chilenos que deseen ir a la tierra del Tío Sam.

Cuando Obama y su mujer, junto a sus hijas y su suegra, se subieron al avión con destino a un lugar exótico como El Salvador, deben haber recibido al oído en forma susurrante el agradecimiento de las niñas: “gracias Papá, después de Liliput, el próximo viaje que es más cerca ojalá sea Disneyworld”.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.