Tolerancia, una peligrosa apología a la violencia

Conocidos los recientes casos de violencia sicológica y física que condicionan nuestra vida social vemos con estupor que la invitación a reconocernos como legítimos otros no es más que una buena intención en un escenario carente de voluntad.

Por Miguel Reyes Almarza*

Nunca el significado de una palabra fue tan transversal en nuestra sociedad y sin embargo tan equivocado en cuanto a lo que se aparenta. La tolerancia, vocablo vedette de nuestros días está lejos de representar aquello que designa, no obstante la gente lo luce como un gran escudo protector ante cualquier amenaza de fanatismo. ¿Qué es tolerar?

Cuando hablamos de tolerar es bueno recordar cierto pasaje mítico de la antigua Grecia. La palabra tolerancia se recupera desde su raíz Proto-Indoeuropea ‘tel ‘ y que designa la acción de soportar y/o levantar un objeto. Atlas, el que carga con el mundo a cuestas, arrastra consigo un castigo -y esta palabra es crucial- que radica en mantener los pilares que separan la tierra de los cielos -Gea- sobre sus hombros. La razón se expresa en la célebre titanomaquia, guerra primigenia entre olímpicos y titanes que termina con el reinado de Zeus y condena a quienes osaron desafiar aquella supremacía. El castigo del gran titán Atlas es cargar, para nuestros afanes tolerar, un peso terrible por los siglos de los siglos.

Si nos recogemos sobre nuestra lengua la RAE no es menos clara respecto del vocablo. En su primera acepción tolerar significa «Sufrir, llevar con paciencia» para luego y seguido sentenciar «permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente». Solo en un cuarto giro, el más contemporáneo de todos, advierte una condición cercana al respeto de los que piensan distinto. Si cada vez que ‘toleramos’ lo que hacemos en el fondo es sufrir, llevar con paciencia un peso que es un castigo y que definitivamente no aprobamos ¿No estamos atentando contra la legitimidad del otro haciéndolo a un lado?

Claro está que aunque no se condice con lo que muchos creen expresar, en el fondo es lo que regularmente sienten. Toleramos algo única y exclusivamente porque no tenemos otra salida, porque no queremos aceptar otros universos -los multiversos de los que hablaba Maturana- y por tanto bajamos la cabeza y asentimos a una situación que no vale para nosotros ni siquiera el esfuerzo de comprensión.

Tolerar no es un valor social, apenas lo consideraría un mal menor. Cuando toleramos le decimos al otro que la relación dependerá solo de cierta normativa -a veces solo jurídica- que me impida despreciarlo en su totalidad. Tolero algo porque no puedo negarlo, porque existe y no hay nada que pueda hacer en contra de ello. Tolero a alguien porque los derechos civiles así lo expresan, no obstante mi fuero interno considere injusta aquella protección.

Toleramos, por ejemplo, el feminismo porque convivimos con él mas lo ignoramos cuando alza la voz o tiene el descaro de aparecer en medio del espacio público. Como es numeroso no puedo hacer que desaparezca, entonces lo tolero. Tolero otras creencias porque no hay nada que pueda hacer al respecto, antes se peleaban enormes batallas -el movimiento islámico ISIS ha venido estos últimos años a recordarnos con sangre aquellos episodios- para imponer alguna visión religiosa aliada al poder de las armas. La conversión de los pueblos oprimidos, entre ellos los originarios, a la larga no fue más que un gesto de tolerancia, incluso cuando el castigo recibido tenía más forma de abuso. La aculturación en cualquiera de sus formas no es más que eso, la tolerancia que el vencido debe ofrecer al vencedor.

Volvamos a las personas. Toleramos a un homosexual porque el Estado hoy determina que lo asisten ‘ciertos’ derechos y eso es un gran paso ya que en otros lugares del mundo son ejecutados -exhibo como reserva obviamente el caso Zamudio- sin embargo, sería mejor que no estuviera, que se ‘curara’, que en un Mundo Feliz, como el de Huxley, no hubiera espacio siquiera para pensar tal aberración. No obstante, no me queda más que tolerar.

Cuando pensamos que tolerar es el valor de moda no hacemos más que ratificar la definición histórica del término encumbrándonos como legítimos ejecutores del desplazamiento o mejor aún, del desprecio. La paradoja de Karl Popper no hace más que instalar confusión en momentos en que se necesita una explicación lo menos tendenciosa posible.

Basta ya de tolerar. Las personas y sus creencias no deben estar sujetas a condicionamientos temerosos que esconden, no tan en el fondo, un germen de violencia primigenia que solo mantiene la distancia con las cosas.

En la acera de enfrente, cruzando la calle de la emoción y la razón, está el respeto.

*Periodista, Investigador en pensamiento crítico.

1 comentario
  1. enrique perez dice

    tolerancia cero con los pacos corruptos y milicos cafiches que violaron mujeres y niñas en la AGA, cometen fraudes al fisco y salen impunes y libres de polvo y paja, están amparados por fiscales corruptos que reciben maletines con dineros…! esa es la verdad chile país corruptillo…!

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